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RACISMO Y DISCRIMINACIÓN

* Es hora de diseñar estrategias que nos ayuden a superar esa situación derivada de la ignorancia.

Vergüenza nacional debería dar lo que ha pasado en desarrollo de las últimas manifestaciones de protesta. Sin embargo, no debería sorprendernos, ni deberíamos rasgarnos las vestiduras porque, en este país, el racismo -o discriminación- tiene su origen en la época colonial, durante la cual las personas de origen africano fueron destinadas a labores forzadas, mientras los indígenas fueron desterrados de sus territorios.


A pesar de que la esclavitud fue prohibida en 1851, la discriminación racial persiste en la cotidianidad nacional.


Colombia es violenta y racista, casi que por naturaleza. Varias han sido y son las agencias internacionales que promueven campañas contra la discriminación racial, ante la falta de políticas efectivas dirigidas a radicar ese flagelo en nuestro país. Ya es hora de diseñar estrategias que nos ayuden a superar esa situación derivada de la ignorancia. En vez de dedicarnos a juzgar o justificar el comportamiento de las personas, se deberían implementar programas dirigidos a enseñar el respeto desde el núcleo familiar, desde las escuelas, universidades, medios de comunicaciones y redes sociales. Urge promover una cátedra para cambiar la mentalidad ante actos de exclusión.


No se pude negar que a pesar de lo censurable que es la discriminación -hecho cotidiano que podemos considerar como una calamidad que la humanidad soporta desde hace siglos-, para algunas personas es una actitud natural porque en su entorno se acostumbraron a escuchar expresiones como “el negro ese…”, “la india”, “el montañero” o “el sureño…”. Y, cuándo se presenta un caso -como el reciente en el que la agredida fue la vicepresidenta Francia Márquez-, pedimos que se investigue la conducta y se castigue al hombre o la mujer que cometió el acto vergonzoso de discriminación.

La sociedad tiene que asumir una mentalidad abierta y no pretender que las demás personas deben pensar y actuar como si fuesen idénticas.

Lo más triste de todo es que esos actos reivindicatorios concluyen, por lo general, cuando las redes sociales abandonan el tema. En otros casos, a duras penas se desarrolla una somera y superficial investigación mediante la cual se limitan a promover la conciliación entre las partes: el agresor deberá pedir excusa a su víctima para evitar la imposición de una pena.


Realmente, se trata de una doble moral a la que estamos acostumbrado en este país. Se aceptan hechos que en público se cuestionan, pero se aceptan en privado. Con ello no estoy defendiendo a las personas que cometen actos de discriminación y racismo. ¡Existe una ley que garantiza y protege los derechos de la ciudadanía! El castigo que establece la ley podría ser de 12 a 36 meses de cárcel, pero son pocas las personas que en Colombia han pagado prisión por ese delito. Los pocos procesados han sido políticos o funcionarios públicos, que en la mayoría de los casos fueron absueltos, ya fuese por falta de pruebas o porque conciliaron con sus víctimas.


Por último, en muchas ocasiones se incurre en facilismo al justificar que ese problema no es característica sólo de Colombia, sino que se trata de un problema presente en muchos países.


Nunca debemos olvidar lo sucedido el 21 de marzo de 1960, cuando -en desarrollo de una manifestación en Sudáfrica, conocida como la ‘Matanza de Sharpeville’- la Policía disparó y asesinó a 69 personas que protestaban pacíficamente contra la ley que separaba la raza blanca de los afrodescendientes. La protesta se efectuó porque en ese sitio residía una comunidad blanca que tenía garantizados todos los derechos, pero a los afros se les prohibía cualquier relación con los blancos, además de otras restricciones de derechos.


En memoria de ese vergonzoso acto de discriminación racial y de la masacre, desde 1966, la Asamblea General de las Naciones Unidas conmemora cada 21 de marzo el ‘Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial’.


Debemos aprender a respetarnos. Debemos entender que todos y todas tenemos iguales derechos. Esto no debe seguir así. La sociedad tiene que asumir una mentalidad abierta y no pretender que las demás personas deben pensr y actuar como si fuesen idénticas. Ello lo podremos lograr solo con una palabra: ¡Respeto!

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