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Un día para cuestionarnos sobre la violencia


En agosto de 1982, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció que cada cuatro de junio se conmemoraría a todos los ‘Niños y Niñas Víctimas Inocentes de Agresión’ resultante del violento conflicto armado en Palestina, así como a los demás niños del mundo que han perdido su voz ante actos de violencia de todo tipo, dentro y fuera de sus hogares.

Este llamado de atención y de conciencia se sigue dando año tras año, como un recordatorio constante de que una de las mayores enfermedades que aquejan a la humanidad, desde que inició su existencia, es la violencia y que al parecer nos estamos quedando sin herramientas para combatirla pues la hemos naturalizado tanto en nuestro día a día, que hemos perdido la empatía y solo nos mueve la pena de un acto violento cuando este se da sobre alguien cercano.

Hemos perdido de vista la forma tal en que la violencia nos ha permeado, se ha metido en nuestras mentes, en nuestra vida, en nuestra gente, en nuestros hogares, ha atacado a nuestros niños y muchos casos nos ha usado como instrumentos pues ya no solo se manifiesta a través de las acciones sino desde nuestros pensamientos, ideas y palabras.

Todo esto pese a que sobre la protección de los derechos de los niños y niñas, y su integridad, se han escrito innumerables tratados, normativas, formado comisiones internacionales, firmado convenios internacionales y emitido recomendaciones. La violencia contra estas ‘voces inocentes’ no ha cesado, sino que se ha transformado y encontrado mejores formas de encubrirse y diversificarse.

Niños y niñas sobrevivientes de redes de tráfico sexual de menores y que han logrado llegar a la adultez, hablan de personajes reconocidos en esferas empresariales, políticos, famosos de la tv, todo tipo de personas involucradas en actos horribles, de humillaciones, abusos, vejaciones y muerte. Niños y niñas sobrevivientes a episodios de guerra, a abusos en sus comunidades, en sus hogares, comercializados por sus propios padres y vulnerados por parientes o amigos de la familia.

Niños y niñas víctimas de la burocracia creada por las propias instituciones y normativas creadas para protegerlos, alejados de sus padres y privados de convivir con su familia ampliada porque se ha establecido un ‘debido proceso’ que generaliza todas las situaciones de familia y no reconoce las condiciones particulares de algunos niños que podrían estar bien cuidados y atendidos por miembros de su familia ampliada, o por su padre o madre que no ostentaba su tenencia; los mismos niños y niñas que han sido callados por las autoridades y operadores de justicia que deben trabajar para hacer respetar sus derechos fundamentales. Podría seguir y la lista a enumerar sería interminable.

Pensar en todas estas terribles circunstancias me lleva a plantearme un cuestionamiento: como individuo entiendo que no cuento con todas las capacidades ni los medios necesarias para enfrentarme a esta monstruosa enfermedad que se mueve desde la oscuridad, sin embargo no puedo evitar preguntarme ¿Qué estoy haciendo yo para no ser parte de esta problemática?, y no como un individuo frente al mundo, sino como parte de una sociedad, como miembro de una comunidad, como una vecina en mi barrio, como madre, como hermana, como hija, como tía, como parte de una familia, como profesional desde mi área de trabajo o simplemente como persona interesada… ¿Qué estoy haciendo yo para no contribuir a que esta enfermedad se propague?...

Y tú, ¿Qué estás haciendo tú para no ser parte de la enfermedad, sino de la cura?...

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