Según datos de la Naciones Unidas, cerca del cinco por ciento de la población mundial, más de 300 millones de personas, consumen drogas, cocaína -principalmente-, además de marihuana, heroína y opio.
Por reportes de la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas, el narcotráfico genera ganancias anuales por un poco más de 650.000 millones de dólares que no pagan impuestos por ser ilegales. La economía mundial podría crecer un punto anualmente si los recursos puestos en el circuito del narcotráfico se destinaran al desarrollo de la economía formal. Estas cifras vienen aumentando en progresión geométrica.
El consumo de la hoja de coca fue forzado por los conquistadores para mitigar el hambre, el sueño y el cansancio de los nativos que esclavizaban para su servicio. Se masificó así el uso de la hoja de coca que originalmente era exclusiva de los líderes religiosos en sus ritos espirituales.
Los primeros arbustos de coca fueron llevados en 1750 de Sudamérica hacia Europa. En 1859 se alcanzó por primera vez el aislamiento del alcaloide por Albert Niemann. En 1898 se logró la explicación de la constitución y en 1902 la síntesis por Richard Willstätter. Desde 1879 se empleó la cocaína para tratar la dependencia en morfina. Hacia 1884 se usaba como anestésico en clínicas en Alemania. Aproximadamente al mismo tiempo Sigmund Freud escribió sobre los efectos de este estimulante en su obra Über Coca (sobre la coca).
La cocaína es el único producto, la única 'mercancía' de Latinoamérica, cuyo valor de venta no está supeditado a factores artificiales de alguna naturaleza, se encuentra sometida de verdad real y libremente a la lógica ley mercantil de la oferta y la demanda. Se cumple una condición económica fundamental: la generosa oferta es provocada por una descomunal demanda. Su ilegalidad, que aumenta su valor, favorece a los narcotraficantes, delincuentes que pasan por su Edad de Oro, y a los grandes bancos norteamericanos lavadores de dólares. Es un formidable poder económico que tiene a su servicio a personal clave de los gobiernos y de los supuestos organismos de control terrestre, aéreo y marítimo.
Por sus riesgos, el del narcotráfico es el oficio mejor remunerado del mundo en el que encuentra su oportunidad la índole de tantos colombianos, tanto para hacer el bien como para desplegar el mal: atrevidos, capaces, dinámicos, ingeniosos, astutos, audaces, sagaces, creativos, innovadores, ambiciosos. Factores que se combinan con la ausencia de alternativas y la motivación para muchos, de salir de la miseria. Producen y comercializan el 70 por ciento de la cocaína que se consume en el planeta.[1]
Gran parte de esos recursos, ilegales, son el combustible de la violencia de Colombia.
Tal como sucede con muchas de las mercancías que exportamos, se establece una notable segregación. La basura mortal que consume aquí la gran mayoría de adictos, es un residuo fraudulento cuyo peso y volumen se rinde con materiales como cal, polvo de ladrillo o concreto, talco, analgésicos y otros, para dar espacio a un producto de exportación puro, limpio, blanco, que se deja para quienes pueden pagar altos precios.
El usador de este estimulante es el oficinista, trabajador(a), estudiante, artista, directivo(a), empleado(a), político(a), científico(a), deportista, militar, empresario(a), turista, etc., en Nueva York, Los Ángeles, Hong Kong, México, Londres, San Francisco, Medellín, Amsterdam, Buenos Aires, Chicago, Tokio, Valparaíso, Miami, Sao Paulo, París, Bogotá, Berlín, Roma, Cartagena, etc. No es el degenerado que vemos en las calles. Ese sucumbió como el alcohólico.
¿Acabar con la dependencia de esa multitud por moral y por salud? ni lo sueñen, ¡es el negocio del milenio!
Un próspero negocio como lo fueron en su momento y hasta hoy, el cigarrillo, las bebidas alcohólicas, las bebidas azucaradas, la comida chatarra, el tráfico de armas y muchos más que son abiertamente letales e inmorales. Es un asunto financiero. Se combate la producción y no el consumo, resguardando el futuro de un negocio colosal.
Paralelamente se desarrollan, en laboratorios de Estados Unidos y Europa, drogas anfetamínicas que producen efectos similares a los de la cocaína, que se venden a buen precio y que sigilosamente están inundando el mercado: pepas de colores mucho más fáciles de traficar y consumir, que están pasando inadvertidas en discotecas, rumbeaderos y moteles.
Nadie podría asegurar que sea ese el propósito, pero no se puede negar que las políticas contra la producción de cocaína, favorecen nítidamente a la industria química internacional que produce y vende las drogas sintéticas.
Algo así como si en los países de Latinoamérica declaramos ilegales los automotores que importamos, aduciendo que causan muchas muertes, para imponer los nuestros (que infortunadamente no tenemos). Pararíamos así el gigantesco desangre de divisas que genera ese concepto y le daríamos trabajo a mucha gente.
Con la marihuana se encontró solución: investigaron, experimentaron y encontraron que se puede sembrar y producir en latitudes de Estados Unidos, Canadá y otras regiones. Le 'descubrieron' muchas virtudes a la hierba y la legalizaron, generando en sus países millones de dólares y muchos puestos de trabajo, neutralizando así el factor de pérdida de divisas.
La mata de coca medra solamente en una zona específica de los Andes colombianos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos. En otras partes del globo, en otros climas, es supremamente complejo que germine.
Vendrá la implementación de las drogas sintéticas que importaremos 'legalmente'. Presenciaremos un fabuloso trámite de marketing por su rivalidad con el alcohol (lo excluyen). Competirán entre marcas y en sus bonitos empaques de colores llevarán la consabida leyenda institucional: “Su consumo en exceso es perjudicial para la salud”, la especificación de que no es para menores de edad y la correspondiente caducidad y fecha de vencimiento.
Es normal, es un fenómeno económico que sucedió con el árbol del caucho amazónico y el abono natural de Perú y Chile.
Es simple, es evolución industrial y comercial. Es el Libre Mercado.
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[1] El País, consultado en: www.elpais.com.co, 25 de junio de 2019