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Dos fenómenos


La guerrilla de Colombia no es ningún fenómeno, es una consecuencia. Subsiste gracias a tres (3) circunstancias fundamentales:

IDEOLÓGICAMENTE

Deslumbrando mediante una dialéctica 'revolucionaria' a seres ignorantes en su mayoría, con una verborrea exitosa en un caldo de cultivo de descontento y necesidades, principalmente en áreas rurales huérfanas de Estado, consiguiendo apoyo en sus zonas de influencia con un discurso que acapara la atención de comunidades que alimentan sus frustraciones con la realidad. Es allí donde obtienen su carne de cañón, escondites, camuflaje, alimentación, atención en salud y usan sus viviendas y familias como escudo.

Ciertamente muchos campesinos son conminados.

ECONÓMICAMENTE

  • Control de la siembra de mata de coca, con mano de obra campesina.

  • Elaboración de cocaína, con mano de obra campesina.

  • Venta de cocaína a organizaciones poderosas.

  • Participación y cobro de peaje a las mafias del narcotráfico.

  • Extorsiones y secuestros, en general.

ESTRATÉGICA, TÁCTICA Y MILITARMENTE

La geografía de Colombia está diseñada para los grupos insurgentes. Permite que se puedan blindar con selvas, montañas, ríos y dominios impenetrables, donde son baquianos, y hacen nula la acción de artillería, tanques y buques. El uso de aviones se circunscribe a inmorales efectos colaterales de los bombardeos. Los helicópteros operan bajo riesgo.

Estas circunstancias obligan al Ejército a valerse básicamente de la Infantería, que se ve sometida a la arcaica guerra de emboscadas y combates cuerpo a cuerpo donde la guerrilla es avezada e inaprensible.

Examinemos estos tres aspectos:

Aunque se pretenda mostrar señales y se escuchen discursos rimbombantes, los alijos de droga que se intervienen, equivalen realmente a porcentajes mínimos. Es inmensa la cantidad de droga que esquiva los controles y fluye de manera efectiva sustentando las finanzas de los movimientos insurgentes. Por los intereses que afecta, el narcotráfico se defiende solo.

Por obvias razones no es posible contrarrestar el factor estratégico y táctico de la geografía.

Un sucinto análisis militar reconoce que mientras una tropa irregular disponga de medios económicos, opere en zonas inaccesibles y se organice con el apoyo campesino, no será posible hacerle mella (demostrado por los Vietcong al ejército norteamericano en Vietnam, 1975 y por los Muyahidines a los soviéticos en Afganistán, 1989).

El único factor de esta ecuación, susceptible de neutralizar, es el apoyo rural, necesario y esencial para la existencia de la guerrilla.

Nuestra dirigencia política y sus jefes, los detentadores de la riqueza y el poder saben lo simple y complejo que es acabar con la guerrilla. Son gente culta que aprendió que se tiene la solución cuando se conoce la causa de un problema, pero también desde un principio se percataron de la utilidad de la guerrilla en un país al que le encanta el espectáculo de la violencia por encima de concentrarse en su verdadero enemigo: la economía ilegal de la corrupción. Consiguen que la gran mayoría vea en blanco y negro, de buenos y malos, un asunto que tiene infinidad de matices.

Somos un país sobre-diagnosticado. Todos estamos enterados que el escenario absurdo, trágico, desgraciado, se potencia en una dinámica espantosa y perversa: la injusticia y la corrupción generan pobreza, necesidades y un sentimiento válido de descontento y rebeldía, especialmente en las zonas rurales, que es hábilmente manipulado y monopolizado por sujetos que con perfidia toman esas banderas y organizan con seres agobiados por las circunstancias, terribles hordas bélicas, proporcionando justificación al Estado para someterlos con tropas que son de la misma clase social.

Saben que desde un punto de vista lógico, moral, humano, social y digno, el apoyo a la guerrilla se neutraliza, con un proyecto Político/Socioeconómico a largo plazo, con una verdadera Reforma Rural, con inversión y atención social, comprometiéndose con la alimentación, la vivienda, la salud, con vías, con servicios para los niños, con acciones educativas, económicas y culturales de presencia y acompañamiento de la infraestructura estatal, acciones que conducen también al comienzo del fin de la miseria en las ciudades. Es una salida que exige grandeza de hombres y de instituciones. Es la solución de un auténtico Estado, es una propuesta que requiere voluntad política, liderazgo, capacidad de administración, tiempo, y que no se considera porque va en contra de pactos implícitos con poderosos intereses internos y externos a los que ese humano desenlace no conviene.

La guerrilla se presta para invalidar la lucha por la justicia social porque se convierte en un asunto de orden público. En un momento dado, los mandos militares sostienen y evidencian que estos grupos van en camino de convertirse en un riesgo real.

PARAMILITARISMO

El paramilitarismo de Colombia no es ningún fenómeno. Es una decisión.

El paramilitarismo se refiere a organizaciones particulares que tienen una estructura similar a la de una fuerza regular pero no hace parte de manera formal de las Fuerzas Militares del Estado. Estas organizaciones sirven a la conveniencia e intereses de funcionarios, o grupos de poder enquistados en el Gobierno. No obedecen a las convenciones nacionales e internacionales, por lo que se cometen excesos sin control.

Los primeros grupos de 'autodefensa' fueron creados por multinacionales, ganaderos, y terratenientes, con el pretexto de protegerse de los guerrilleros. Fueron legalizados en la administración conservadora de 1962 a 1966 con el Decreto 3398 de 1965 y posteriormente con la Ley 48 de 1968. El paramilitarismo, como estrategia contrainsurgente en Colombia, se adoptó como política de Estado. Luego, se crearon formalmente unos entes con auténtica vocación paramilitar denominados 'Convivir' que se definieron en Colombia como las 'Cooperativas de Vigilancia para la Autodefensa Agraria', artículo 42 del Decreto Ley 356 de 1994. Se contaba con el apoyo de narcotraficantes poderosos.

Fueron reglamentadas durante la administración liberal de 1994 a 1998 y auspiciadas con entusiasmo por un gobernador de Antioquia quien posteriormente llegó a la Presidencia de 2002 a 2010. (“La infiltración paramilitar en la clase política colombiana”, Miriam Alvaro Rodríguez, 2007).

En ese último período, llegaron a ser aproximadamente 50 los grupos de paramilitares con miles de hombres en sus filas.

La dirigencia política del momento define una acción que involucra a los militares en un enfoque castrense, radical, técnico, frío, siniestro: neutralizar el apoyo rural a sangre y fuego.

Invocando la defensa de la propiedad privada, la cristiandad, la democracia y las buenas costumbres, la intención fue sentar precedentes para desanimar la ayuda a la guerrilla.

Se equipara a los campesinos con guerrilleros, procediendo con ellos como enemigos. La imposibilidad legal y moral de actuar directamente con fuerzas regulares fue el cálculo que se hizo para incorporar fuerzas paramilitares.

Se desarrolló un proyecto de exterminio campesino, que con sus atrocidades, aumentó el caos y el desconcierto en esta nación, dejando como recompensa a los patrocinadores, miles de hectáreas abandonadas por multitud de familias campesinas que huían de la barbarie. Estaban comenzando apenas.

Pero afortunadamente se cumplieron ciclos, cambiaron los preceptos.

En un país donde lo monstruoso es lo habitual, los responsables, incólumes, pregonan hoy con soberbia, que con más tiempo hubiesen acabado con la guerrilla. Una condicionada opinión pública asume su usual y estéril reacción tardía, un asombro retrasado.

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