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La guerra no puede ser parte del proyecto de vida


La guerra y el progreso son incompatibles, no puede haber desarrollo mientras miles de muchachos, si no niños, pertenecientes en su mayoría, por no decir en su totalidad, a los sectores más pobres del país, se enfrentan unos con otros en una violencia sin par que llena de dolor a todas las personas.

Este panorama en un país como Colombia, cubierto de sangre en su pasado (Más de 60 años de violencia continua) y con un presente amenazado con prenderse nuevamente la guerra, resulta realmente preocupante. El país merece una mejor suerte y un mejor destino; que en lugar de llenarse los hospitales de heridos y los cementerios de muertos nuestras calles, escenarios naturales y manifestaciones culturales sean motivo de visita, admiración, contemplación y reconocimiento.

El avance en materia de convivencia facilita el desarrollo, posibilita la inversión, impulsa la industria, el turismo, el intercambio cultural y plantea nuevas alternativas de evolución en todos los ámbitos del acontecer nacional. Al mismo tiempo, pone al descubierto y hace visibles las irregularidades con que algunos han venido aprovechándose y sacando partido de los recursos de los colombianos, es por eso por lo que un conflicto resulta conveniente y se constituye en terreno propicio para la corrupción, principal lastre que golpea nuestra sociedad y que se ha incrementado con el financiamiento del narcotráfico y las actividades ilícitas como es la minería ilegal, el contrabando, las extorsiones, entre muchas otras.

Una mejor suerte y un mejor destino merece nuestro país, los jóvenes necesitan educarse e ingresar al mercado laboral con conocimientos e inquietudes de progreso para ellos, sus familias y por consiguiente de la nación.

Las comunidades golpeadas por la violencia, campesinos, indígenas, afrodescendientes, entre otros; requieren reparación, entre muchas otras formas poder retornar a sus tierras, que les sea respetada la vida de sus líderes, que tengan acceso a los servicios de salud y educación y que encuentren la forma de preservar su cultura.

Quienes deponen las armas con la intensión sincera de abandonar la guerra y sus practicas y emprender una nueva vida con actividades legales, también requieren de acciones que propicien su inclusión en la vida civil; se hace necesario que las personas se despojen de la ira, la soberbia y la sed de venganza; enemigos principales de la paz y la buena convivencia.

El negocio guerrerista requiere como inversión la vida de millones de soldados quienes llegan a los enfrentamientos movidos por intereses ajenos a sus proyectos de vida, pues ir a perder un miembro de su cuerpo en una batalla, o dejar de existir en ella, para nadie, pertenezca al sector o tendencia a la que pertenezca, podrá ser un ideal. Nada justifica la guerra se hace necesario perseverar en trabajar para construir la paz.

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