* 25 de noviembre: Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres.
Hace muchos años me declaré feminista, porque creo en la igualdad de géneros. Sin embargo, uno de mis mayores impactos al iniciar este camino fue la violencia contra la mujer que, a pesar de lo que todos creemos, no discrimina edad, nivel educativo y mucho menos estrato social. Esta violencia puede ser imperceptible: ya sea callando a la mujer, separándola de su núcleo cercano para que no tenga sistema de apoyo, sometiéndola a empujones, golpes o encierros, entre otros. Muchos de estos casos se agravan por violencia sexual y, en ocasiones, terminan con la muerte.
El movimiento me permitió escuchar relatos de muchas mujeres violentadas, en especial en el marco de la guerra –por mi trabajo–. Por eso decidí seguir luchando por cada una de las mujeres que la vida me permitiera.
En Colombia tenemos casos emblemáticos de mujeres quemadas y desfiguradas con ácido a manos de sus exparejas; mujeres asesinadas con la orden de alejamiento en sus manos –que se convierte en un canto a la bandera– por sus compañeros o excompañeros sentimentales; mujeres golpeadas –de estos casos están llenas las comisarías de familia–; mujeres que no pueden decidir sobre su sexualidad, o si quieren tener hijos y cuantos quieren tener por ser una decisión del hombre en su relación; y la tortura, agresión sexual y muerte de muchas mujeres… Pero, el caso de Rosa Elvira Celis transcendió, y a ella, a su muerte le debemos el tipo penal autónomo de feminicidio en la ley penal colombiana. A diario escuchamos, leemos o presenciamos actos de violencia en contra de la mujer y pareciera que se ha convertido en parte del paisaje.
Quiero llamar la atención sobre otras violencias como la ablación que, aunque ha disminuido aún sigue siendo práctica frecuente en más de 30 países y así no lo crean, en algunas etnias en Colombia se práctica. Somos el único país latinoamericano donde se da la mutilación genital femenina. La trata de personas que, durante el último año, por este atroz delito en Colombia las mujeres representaron el 59 por ciento de las víctimas identificadas, el 17 por ciento son niñas seguido de un 14 por ciento hombres y el 10 por ciento son niños. Se calcula que el 58 por ciento de los casos de trata de personas en Colombia ocurre con finalidad de explotación sexual (38%) y trabajos o servicios forzados (20%) (datos UNODC).
Debemos seguir avanzando, no solo hacia la igualdad de la mujer, si no a la eliminación de cualquier tipo de violencia.
Las violencias en las mujeres migrantes –para ser sincera no he encontrado una estadística clara de las violencias en contra ellas en Colombia y por supuesto no tengo cifras discriminadas de los delitos–, pero desde mi trabajo he llegado a la conclusión que la mayoría sufren violencias físicas, sexuales, laborales, abandono por parte de sus parejas y quedan con sus hijos a cargo, falta de salud, educación y vivienda entre otros. Casos que no son denunciados y, por ende, no hay estadísticas sobre ellos generando, por supuesto, impunidad. Así mismo, es preciso decir que la violencia en contra de la mujer se exacerba en los conflictos armados.
En esta nueva realidad, cuando la pandemia del COVID-19 nos afecta a todos y en todas partes del mundo, deja unas consecuencias sociales y económicas devastadoras para las mujeres y las niñas, muchas de ellas encerradas en sus hogares con sus parejas violentas o agresores sexuales, sin tener a donde ir y con una gran desprotección estatal e indolencia social.
Debemos seguir avanzando, no solo hacia la igualdad de la mujer, si no a la eliminación de cualquier tipo de violencia. Cito una frase de António Guterres, secretario General de la ONU: “Pero la violencia no se limita al campo de batalla. Para muchas mujeres y niñas, la amenaza es mayor precisamente allí donde deberían estar más seguras. En sus propios hogares”.
Para terminar, muchos escritos de esta fecha inician por esto. Recordemos que el origen de este día es honrar la memoria de las hermanas Mirabal, tres activistas políticas de la República Dominicana que fueron brutalmente asesinadas en 1960 por orden del gobernante dominicano, Rafael Trujillo (1930-1961). Aunque no está en los anales de la historia, los orígenes de la conmemoración de este día se remontan a 1981, cuando militantes y activistas en favor del derecho de la mujer lanzaban sus protestas ante la violencia de género. Quiero pensar que ambas razones llevaron a la victoria de poner el tema sobre la mesa.
Ese mismo año, 1981, se celebró en la capital de nuestro País el “Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe”, durante el cual se decidió marcar el 25 de noviembre como el Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres, en memoria de las hermanas Mirabal. Posteriormente, en 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer y que definió el término violencia contra la mujer como: “Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.
POR MENOS MUJERES MUERTAS A CAUSA DE LA VIOLENCIA, POR ELIMINAR LAS VIOLENCIAS DE CUALQUIER TIPO EN CONTRA DE LA MUJER.
¡VIVAS NOS QUEREMOS, LIBRES NOS QUEREMOS!
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