* Brindo por quienes aprendieron a descubrir en la soledad y la distancia que las cosas verdaderamente importantes son las más simples.
Por designios insondables se cumple un sueño, en La Habana, en agosto de 2001.
Motonave Ciudad de Oviedo, construcción de 1979, 140 metros de eslora, tres grúas, compuerta vertical en la popa que al bajar se habilita como rampa de acceso para vehículos, un complejo mecánico que se denomina ‘Roll on roll of’. Es un proyecto de valientes armadores colombianos: Naviera Biancamar. Deciden esa mañana que el Primer oficial asuma el mando.
La Habana – Vigo, cabotaje hasta Guanahaní, la San Salvador de Colón, una ortodrómica que pasa por el norte de las Azores, para llegar directo a la Ría de Vigo. 11 días y medio a 14 nudos. Buen viento, buena mar.
En Vigo, los recibe un programa de cargue de 6.800 toneladas de harina de trigo en 136.000 sacos de 50 kilos.
Tres cuadrillas de diez hombres en tres turnos estiban 100 toneladas cada hora. Estiman menos de tres días de operaciones. Finalizan un sábado en la noche, sin lluvia en esos días.
Zarpe programado para un domingo a las tres de la mañana.
Preparados para cruzar otra vez el Atlántico: agua, comida, medicinas, herramientas y repuestos esenciales, combustible, botes y balsas salvavidas.
Atracados por estribor, 3:00 am, llegada del piloto práctico para iniciar la maniobra de zarpe. Clima ideal, sin brisa.
El Ciudad de Oviedo contaba, para su desplazamiento, con un ingenioso sistema de “hélice de paso variable”. En el cambio de marcha para dar atrás o adelante, no era necesario parar y arrancar el motor cada vez. La máquina siempre estaba funcionando y la propela girando. Por señal electrohidráulica, se variaba el ángulo de las aspas, lo que cambiaba el sentido del empuje y permitía ajustar la velocidad.
Atracado a popa, a unos cuatro metros, estaba el ‘Nordhein-Wesfalen’, un poderoso misilero alemán. Era un muelle naval militar, exclusivo para fuerzas de la OTAN. Adelante estaban libres.
El piloto instruye que suelten las amarras. Cabos a bordo. Ordena iniciar la marcha con mínima velocidad avante. El capitán cumple la instrucción, pero al instante se percata de algo impensable y terrorífico: el buque comenzó a ir hacia atrás, las aspas habían reaccionado al contrario de la orden impartida. El Ciudad de Oviedo avanzaba lentamente hacia atrás, contra la OTAN.
Paró la máquina inmediatamente. En un destello de tiempo, la inercia ya los tenía en colisión. La popa del Oviedo arrugaba la nariz del Nordhein. Averías menores, pero terrible el panorama: daño a un barco de guerra de la OTAN.
Tras el percance, vinieron los reclamos lógicos de los alemanes. El barco queda detenido.
Temprano en la mañana, los españoles abren una investigación. Verifican el registro de órdenes a la máquina, que confirma una correcta ejecución. Encuentran una deficiencia, un error por descuido durante los usuales trabajos de mantenimiento del sistema en puerto.
En pleno transcurso estresante de la indagación, llega una insólita orden de zarpe. Esa misma noche, reparada la falla operativa de la hélice, salen impunes, serenos, hacia los mares de América.
En el primer día de travesía, se recibe la instrucción de cambiar el destino del cargamento y de la nave, inicialmente a Matanzas, ahora a La Guaira. Prácticamente, la misma distancia por singladuras.
En el primer día de travesía, se recibe la instrucción de cambiar el destino del cargamento y de la nave, inicialmente a Matanzas, ahora a La Guaira. Prácticamente, la misma distancia por singladuras.
Temporada plácida, verano en el norte, yendo al sur por el costado oeste del África busca La Palma en Las Canarias para correr con los Alisios al Caribe. Entran por el sur de Grenada, navegan al oeste, arribando a La Guaira luego de 10 días a 15 nudos y medio.
Sube a bordo la visita de inspección formal de autoridades nacionales y del puerto, burócratas que se entienden cada uno con un tema. El hombre de Hacienda revisa documentos y decide que la harina se configura en contrabando. El Oviedo queda bajo arresto, a órdenes y bajo vigilancia de la PTJ (la temida Policía Técnica Judicial de Venezuela).
En el negocio marítimo, todos los documentos formales de implicaciones comerciales y aduaneras del buque y la carga son tramitados por funcionarios en tierra, en una gestión coordinada. No obstante, el capitán es el responsable.
El único documento que relaciona directamente al comando de la nave con la carga del viaje, y que firma el capitán confiando en el Primer oficial, es el “Conocimiento de embarque”. Estaba en orden.
El tono y la actitud inicial de los venezolanos no son precisamente de simpatía, pero extrañamente, luego de consultar, autorizan que se proceda con el descargue. El capitán no puede salir, queda a la espera de instrucciones.
En cuatro días se reparan los daños causados en la colisión de Vigo, el descargue total, con las lluvias pendientes, demora cinco.
Y llega otra asombrosa orden de zarpe. Se van tranquilos un miércoles en la mañana, incólumes, como de Vigo.
Es octubre. Al calor de un mojito, en el centro de La Habana, un representante de la empresa cuenta la historia.
Después de una intensa gestión económica y política, Juan Carlos, el rey, en cumplimiento de un compromiso, logra que se envíe desde su país, a nombre de la Unión Europea, un cargamento de harina de trigo a Cuba.
La colombiana Biancamar, compitiendo con otras agencias de carga, consigue el transporte, es un excelente flete. El rey se toma arbitrariamente el muelle de la OTAN en Vigo para embarcar el cargamento. Cuando sucede el incidente al zarpe, la Casa Real, sin mucho ruido, salva, organiza y paga todo. Hasta la reparación de las dos naves.
La harina también era parte de un acuerdo entre Fidel y Chávez. El cargamento sale inicialmente con destino a Matanzas en Cuba, pero en el camino se cambia a La Guaira en Venezuela.
El funcionario que revisa en La Guaira encontró, honestamente, inconsistencias. Los entes venezolanos no habían sido advertidos por la gente de Chávez, ni estaban en regla los documentos de Hacienda. Desorden de un sistema que ya era dictadura.
Esta vez fue desde otro palacio, el de Miraflores, el salvoconducto de salida.
Daniel, fascinado en su primer viaje…
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