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SER MADRE

* Este artículo es dedicado a todas las madres, en especial aquellas que no pueden -por cualquier circunstancia- tener a sus hijos cerca.

En estos días tan álgidos y tristes en la historia de Colombia he pensado en el rol de madre en esta sociedad llena de muerte y desasosiego, la idealización de la maternidad y la falta de objetividad con que esta está narrada.


Para iniciar quiero contarles que Emilia es una niña deseada, programada y de madre madura, lo que pocos niños en Colombia tienen como privilegio.


Al enterarse la gente de que estaba embarazada -mi embarazo se notó hasta el sexto mes de gestación-, me trataban de forma distinta, pareciera que mi cuerpo se había convertido en un objeto de propiedad colectiva, del que todos tenían derecho a tocar la barriga -que seguía siendo parte de mí, aunque los demás no se dieran cuenta-, así como el trato diferencial que jamás me gustó. El cuerpo cambia de manera drástica, se vuelve amorfo, el punto de gravedad no es el mismo y luchas contra toda la lógica para encontrarlo -por eso, las mujeres embarazadas caminan como pingüino-, las hormonas enloquecen, -lo que me generó choques fuertes, porque no me gusta llorar- entre muchas cosas. Por eso, jamás he entendido la idealización y el romanticismo que le ponen al embarazo.


Pagué medicina prepagada para tener una excelente atención durante el embarazo y en el parto, lo que realmente es un privilegio en Colombia. Luego, el parto -aun cuando el mío fue sin dolor, sin contracciones, sin traumatismo, y por cesárea-, es agotador y el miedo comienza a apoderarse de cada centímetro del cuerpo, no saber cómo se lacta, por qué no baja la leche, cómo y por cuántas horas duerme el bebé, descubrir los salpullidos que -para los primeros días de una mamá primeriza- se torna en una emergencia inminente.


Luego, la depresión posparto -que para ser sincera no es el llanto insostenible que la gente cree- es una sensación que se apodera del cuerpo, del ser. Es sentir que todo se paraliza alrededor y que se sale de control la vida misma. Es una sensación que te sobrepasa y te paraliza, es un algo indescriptible. Las noches sin dormir, la angustia de no saber qué estás haciendo, o si lo que se hace está bien, todo ello acompañado por la crítica social, en especial la del núcleo cercano, que es la familia.


Al regresar al trabajar hay una fuerte sensación de abandonar tu hijo a destiempo, lo que genera una culpabilidad aterradora, pero hay que hacerlo por una necesidad económica. En mi caso, padecí el “síndrome de la página en blanco”. Se me había olvidado trabajar, escribir, arrancar, algo que disfrutaba tanto. Sin embargo, poco a poco, todo se ajusta.

La maternidad deseada, es maravillosa, constructiva y es la mejor decisión política de mi vida, (lo personal, también es político) aunque sea agotadora.

Al ir creciendo los hijos las necesidades cambian, la independencia se va dando -demasiado rápido para el gusto de las mamás-, los cambios de temperamento, la construcción de su personalidad, la adolescencia y la adultez que, por demás debe ser difícil de afrontar, siempre con el temor de saber si lo estás haciendo bien. Como vemos ser madre no es fácil, no es muy romántico y es extenuante, pero es lo más hermoso que he decidido vivir. La maternidad deseada, es maravillosa, constructiva y es la mejor decisión política de mi vida, (lo personal, también es político) aunque sea agotadora. Una de mis mayores preguntas hoy es: ¿cómo es que gestar, parir y amamantar sean prácticas profundamente olvidadas en la política pública de cualquier país?


Con estas consideraciones, es importante decir, que las madres debemos ver crecer nuestros hijos. Que ellos deberían enterrarnos a nosotras, sus madres, y no al contrario. La pandemia nos llevó a ver la muerte de una manera más ligera, pero el dolor de madre no cambia. No imagino el dolor de las mamás que no han podido despedirse de sus hijos, que no los han podido acompañar a su tumba por causa de la Covid_19.


No imagino el dolor de las madres que aún buscan a sus hijos desaparecidos, cómo transcurren sus días, entre la lucha diaria, el dolor y no perder la fe de encontrarlos. No imagino el dolor de las madres de los militares y policías que van a la guerra sin saber si van a regresar. No imagino el dolor de las madres que hoy pierden a sus hijos en las manifestaciones, por luchar por sus derechos, por creer en un país distinto y por intentar labrar un futuro.


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