* Aumento de suicidios, incremento de personas en situación de calle y quejas al sistema de salud.

“La salud mental necesita una gran cantidad de atención.
Es un gran tabú y tiene que ser encarado y resuelto”.
Adam Ant
El pasado diez de octubre conmemoramos un año más de la salud mental, fue un gran día, en el que los mensajes de preocupación y aliento, inundaron las redes sociales, se organizaron eventos, conferencias y todo mundo demostró su preocupación de una u otra manera. ¡Ojala todos los días fuesen el día mundial de la salud mental!
Pero como la mayoría de los problemas de salud pública, sólo es un punto más a tratar en la agenda anual de la simulación. Un tema que se aborda veinticuatro horas y se olvida el resto del año, tiempo en el cual, las personas y familiares de quienes padecen un deterioro en su salud mental, deben afrontar con sus propios recursos y hasta donde las fuerzas alcancen.
De ahí el aumento de suicidios, el incremento de personas en situación de calle y las quejas al sistema de salud; situaciones que no debemos permitir que pasen inadvertidas, en especial, después de transitar por una pandemia, que dejó como consecuencia un incremento en el número de personas con problemas de salud mental.
El fundamento de esas afirmaciones parten de la observación de mi entorno inmediato y aunque desearía que la percepción de quien se tome el tiempo para leer esta nota, fuese totalmente distinta, considero que, lejos de las similitudes que comparten los países de América Latina, en esta problemática, enfrentamos una realidad global.
Una realidad que puede ser corroborada al recorrer las calles de nuestra ciudad, al leer los titulares y notas de periódicos locales, al convivir con familiares y amigos, ya sea de manera presencial o a través de redes sociales, o al revisar a consciencia nuestro bienestar emocional.
Preocupado por esta situación, en años pasados, me involucré con un grupo de autoridades, instituciones y personas con la misma inquietud, pretendíamos realizar actividades de prevención y atención, sensibilizar a la ciudadanía, educar a periodistas amarillistas que nunca se han preocupado por leer 'Las penas del joven Werther'. Y obtuvimos buenos resultados, pues de ahí nació un directorio institucional que proporcionaba a la población los servicios y datos de contacto de las dependencias que existen en la Ciudad, tuvimos un par de entrevistas en medios de comunicación, logramos reunir a la mayoría de comunicadores sociales para una capacitación, se gestionó un taller en donde una terapeuta nos explicó los protocolos de atención y nos brindó herramientas para brindar contención emocional a personas en crisis.
Sin embargo, como todo lo bueno, duró poco. La falta de interés y la deserción se introdujeron en nuestro grupo; y de todos los planes y actividades programadas, solo quedaron rastros de buenas intenciones.
Ese periodo efímero, fue suficiente para corroborar mis impresiones: como en todas las áreas, México es de los primeros países que se atreve a levantar la mano para asumir compromisos a nivel internacional, firma y ratifica tratados, a diestra y siniestra, sin tomar en cuenta sus limitaciones. Luego, el Poder Legislativo, hace un esfuerzo por armonizar nuestra legislación nacional con las nuevas normas, pero nunca contempla la asignación de recursos para hacerlas efectivas y todo termina en letra muerta.
La falta de interés y la deserción se introdujeron en nuestro grupo; y de todos los planes y actividades programadas, solo quedaron rastros de buenas intenciones.
En el caso de mi entidad federativa o Departamento, existe una ley denominada “Ley de salud mental del Estado de Chihuahua”, a través de la cual, crea un Instituto Chihuahuense de Salud Mental, organismo que, según las atribuciones establecidas, es el encargado de coordinar al resto de instituciones en el ámbito de sus competencias, para hacer efectivos los derechos humanos de los sujetos que encuadren en los supuestos de la legislación, o sea, quien tenga una enfermedad mental.
No obstante lo anterior, cuando surge alguna situación que debe ser atendida con la urgencia y celeridad que amerita, las dependencias terminan justificando su incompetencia y lanzándole la responsabilidad a otra institución; olvidando que no se trata de un expediente, que hay una persona y una familia de por medio, quienes terminan en la desatención, el sufrimiento y el olvido.
Además, existe una falta generalizada de medicamentos y espacios para tratar a personas diagnosticadas con un trastorno mental, pues en una entidad con 3, 741, 869 habitantes (según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, para el año 2020) solo existen dos Hospitales de Salud Mental y un solo Centro de Asistencia Social privado que no reúne las condiciones idóneas de habitabilidad.
Instituciones médicas, a las que es difícil acceder, porque sólo es factible en situaciones extremas o por una orden judicial y como resulta lógico, para que alguien ingrese, tienen que ordenar el alta médica de otra persona, aunque no se encuentre totalmente estable, ya no digamos recuperada.
El panorama de la ciudad en donde habito es un claro ejemplo de ello, al ocupar el segundo lugar estatal en número de suicidios, sólo cuenta con dos profesionales en psiquiatría y las actividades de prevención de la coordinadora de salud mental, son nulas.
En lo que va del año, he asesorado y representado jurídicamente a dos familias que son víctimas de violencia por parte de un familiar diagnosticado con discapacidad intelectual y episodios psicóticos. Situación que contribuye a la visualización de un panorama lamentable, pues refleja la falta de sensibilización del funcionariado involucrado y no conforme con ello, me encontré con un apartado del Código Nacional de Procedimientos Penales que contempla un capítulo para juzgar a personas inimputables, situación que encuadra en posturas de discriminación y que incumple con las recomendaciones que el Comité de los derechos de las personas con discapacidad, ha realizado al Estado Mexicano.
La Organización Mundial de la Salud nos alerta con frecuencia sobre el incremento de problemas de salud mental, pero elegimos ignorar o minimizar; como lo hacemos al cambiarnos de acera cuando observamos a una persona en situación de calle, mientras camina hacia nosotros y habla sola; como elegimos buscar una solución a nuestros problemas en el alcohol, en lugar de buscar atención psicológica.
Lamentablemente, se trata de hechos que cada día son más inmediatos y difíciles de evadir. ¿Habrá algo que podamos hacer para enfrentarlos antes de que sea demasiado tarde? ¿Cuál es el índice de suicidios en nuestro entorno inmediato? ¿Qué instituciones existen y cómo trabajan para atender el problema? ¿Cuándo fue la última vez que acudimos a un profesional en psicología hasta concluir un proceso individual? ¿Cuándo nos dimos el tiempo para conversar o acompañar a un familiar o amistad con problemas de depresión? ¿Cuándo perdimos el valor de exigir a nuestras autoridades una atención médica de calidad? ¿Por qué no hacer un reclamo a los medios sobre la manera en la que redactan las notas sobre suicidio? ¿Esperaremos al próximo diez de octubre para poder hablar sobre el tema?
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