* La salida de este conflicto se marca en el triunfo del tiempo, en el transcurrir implacable de la historia.
El ejercicio de la política en este país se rige por criterios infames. Su objetivo exclusivo es el poder, el de los amos de los políticos, inherente al territorio que poseen y a la riqueza amasada. Un principio feudal.
Familias políticas acaudaladas, sórdidos terratenientes, empresarios ultrarricos, medios sometidos, bancos que abusan, mafiosos poderosos incrustados en la sociedad con soberbia de plomo nos imponen sus privilegios y prerrogativas mientras nosotros nos refugiamos felices en la idea sublime de un ‘realismo mágico’.
¿Y el Estado? Un montón de burócratas indolentes y militares sin escrúpulos que avalan una masacre cotidiana encadenando emociones y creencias con actos criminales. Tecnócratas indiferentes que, desde suntuosas oficinas, con algoritmos y procesos matemáticos, asumen la pobreza como un ‘fenómeno’, objeto de estudio. Teorizan sobre lo que no saben, sobre lo que no sienten, sobre lo que no padecen.
Nuestra problemática social no está incluida en parámetros morales y al final, tampoco está contenida en corriente económica alguna. Es una colisión entre el abuso y la esperanza, un realismo trágico.
Futuras generaciones juzgarán los sucesos de este lapso como algo vergonzoso.
La salida de este conflicto se marca en el triunfo del tiempo, en el transcurrir implacable de la historia. La evolución social avanza lenta pero inexorablemente. Se percibe en el atisbo de conciencia y en la declinación del poder político reinante.
Es arcaica la miseria en este siglo donde cuestionamos todo, la violencia es troglodita. El dolor y las frustraciones como vehículo de conciencia, nos harán entender que lo único que conseguimos en los enfrentamientos contra la brutalidad, es la persecución de sombras, justificar la muerte.
Evolucionemos. Es involucrándonos, integrándonos en la acción política, que, por supuesto, incluye el voto, con ingenio, con músculo democrático, que podemos adueñarnos de la aventura del futuro.
Superemos la degradación de la sociedad. Inventemos una solución latinoamericana.
Con las mismas reglas de juego que astutamente convirtieron en argucias podemos neutralizar la corruptela, enderezando el rumbo con una gestión masiva, pacífica, estructural, decisiva, con educación, con análisis didáctico del pasado como información histórica, con el compromiso de eliminar la ominosa influencia de esa política perversa que le sirve a la trampa y al engaño. Pícaros habrá siempre, pero únicamente actuarán donde los dejen.
Superemos la degradación de la sociedad. Inventemos una solución latinoamericana, una Comunidad Suprema que conciba el poder como determinador positivo de nuestro destino. Todos y cada uno debemos ser conscientes de la importancia del papel crucial que desempeñaremos en un contexto en el que la ley respete a la justicia.
Lo que verdaderamente conduce los resultados de un pueblo hacia su bienestar, hacia su calidad de vida, hacia su dignidad, no es la teoría, tendencia política, social o económica con que se lo pretenda dirigir y gobernar. No son los recursos naturales ni es la capacidad industrial. Antes que todo eso, es el Factor Humano. Es el respeto, la honestidad, la ilustración, la determinación, la actitud, el orden, la libertad, la organización, la responsabilidad, la disciplina, la solidaridad, el amor… es la disposición de un factor cultural.
Por supuesto, se precisa de una directriz para encauzar los destinos de una nación. Así como hemos logrado un concepto muy propio de las artes y el folclor, ya es el tiempo de otras autonomías: crear, desarrollar, organizar, imponer un gran proceso integral latinoamericanista de la filosofía, la economía y la política, consecuente con nuestras circunstancias, necesidades, características, y realidades.
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