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LA NUEVA JUVENTUD COLOMBIANA

Es evidente el cambio que ha tenido nuestra juventud en las últimas décadas, de aquellos jóvenes asustadizos, enajenados de la realidad, que muy poco se interesaban por su país porque lo único que tenían en mente era partir al exterior en busca de oportunidades, debido a la violencia generalizada por más de 50 años de guerra continua y al temor de sus padres porque “algo les podía ocurrir”, como en efecto sucedió con miles y miles de muchachos en Colombia.

Con el tiempo el panorama ha ido cambiando, cansados de ver como la corrupción aprovecha estas coyunturas de inseguridad y dolor para robar y vulnerar los derechos y las oportunidades que les son propias a los colombianos, las nuevas generaciones se han vuelto más reflexivas y conscientes; hoy miran su país con otros ojos, aprecian la riqueza de sus recursos y les duele las manos inescrupulosas que, con el fin de alcanzar beneficios particulares, los entregan para ser explotados por los extranjeros.

Analizan la historia, observan las continuas injusticias que a diario se vienen sucediendo en el territorio nacional, desconfían, investigan y frecuentemente se estrellan con la dolorosa realidad de que los problemas, tanto del pasado como del presente, se originan en casos de corrupción. Gente deshonesta con un solo propósito robar, sobornar, explotar y obtener beneficio de lo que a todos nos corresponde.

Este despertar los ha llevado a ser más conscientes, más comprometidos, menos cómodos y sí muy valientes; a querer ejercer un liderazgo decidido en defensa de los derechos de las personas, respeto por las diferencias y protección de los recursos y riquezas naturales. Buscan soluciones, adoptan posiciones, piensan y muy especialmente, para utilizar un término coloquial, “no tragan entero” ni se dejan intimidar por las presiones de la sociedad o del estado.

El clientelismo para ellos es un mal hábito del pasado con el que convivieron sus antepasados como también lo son las componendas políticas, los sobornos, las mermeladas, cohechos, vicios y demás delitos que corrompieron la sociedad y poblaron el territorio con dolor y pobreza. Todo ello se constituye en un lastre que hay que combatir y exterminar.

Con fuerte decisión se abren paso haciendo visibles y evidentes las irregularidades que a diario se cometen en el país, se solidarizan con las víctimas y abanderan las causas que consideran justas. Están comprometidos con el desarrollo de proyectos, son inquietos y aprovechan las nuevas formas de adquirir conocimientos para ponerlos al servicio de la comunidad y compartirlos con otros jóvenes atentos y habidos de aprendizaje y capacitación.

Esta sensibilidad por su patria y la evidencia de su firme decisión de ser partícipes en las diferentes actividades relacionadas con el desarrollo del país tiene en vilo a la clase política tradicional acostumbrada a vulnerar los derechos de los demás y a actuar sacando provecho de todo cuanto acontece, dejando pasar, incluso, los más inverosímiles casos de aprovechamiento y corrupción.

Una juventud que hay que cuidar, apoyar e incentivar su desarrollo, de ahí la importancia de asegurar la educación pública y de ejercer control a todas las entidades encargadas de impartir conocimiento y desarrollar su pensamiento y sus valores. Protección que se debe extender al cuidado de su seguridad evitándoles que sean reclutados, contra su voluntad, para actuar en cualquier bando de los que se enfrentan en una guerra sin sentido, o en situación de obligatoriedad con el pretexto de una defensa alienante que tergiversa el sentido de la protección ciudadana.

Su misión es capacitarse, estudiar, pensar y trabajar por la construcción y el desarrollo de una Colombia incluyente, participativa y de grandes oportunidades para todos.

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