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JOSÉ RAMÓN MERCADO

* Visión humana del escritor cuya poesía citadina, aún tiene el olor agreste y bucólico de Naranjal.

'Poeta nascitur, orador fit'.

Aforismo latino


Fue una noche de junio del año de 1981 cuando vi por primera vez al poeta José Ramón Mercado[1] en el salón Martínez Martelo de la Alcaldía Mayor de Cartagena, en que se encontraba rodeado de las más prestantes y aristocráticas personalidades no solo de Cartagena, sino también de la Oveja de San Francisco de Asís. Estaba vestido completamente de blanco, usaba lentes de vidrios redondos atados a una cadena de oro y llevaba una barba con un pico hacía abajo como de dos centímetros en la que asomaban algunos lunares blanquecinos que le daban un toque muy poético y con un bastante parecido a Guillermo Cabrera Infante, el escritor cubano que hacía pocos años se había exiliado en Londres.


Para esos días yo tenía ya plena conciencia del valor de su poesía y de su narrativa, pues en la Albarrada del Talaigua de mis recuerdos, mientras observaba cómo los caimanes tontos sobre los matojos de taruyas que iban agua abajo por el cauce del Gran Padre Yuma y le disputaban un lugar a las feroces tortugas, yo leía sus escritos que aparecían regularmente en los suplementos literarios de la prensa capitalina, que era muy generosa con los hermanos Mercados[2] y no escatimaba elogios para los nuevos narradores del Caribe colombiano.


José Ramón que se encuentra anclado en la cima de la montaña literaria de la última mitad del siglo XX en la historia de la ciudad de Cartagena, la de Indias, blandiendo el lábaro del poeta que pergeña en sus libros, una poesía, unas veces citadina con aroma a los ambientes bucólicos y agrestes de Naranjal, y otras veces, una narrativa rural y pastoril en la que se siente la penetrante fragancia de los aromas citadinos, es quizás uno de los más originales poetas con que cuenta el país y el Continente americano.


Con su señora esposa, doña Alcira Ricardo Bray, ilustre dama de la sociedad ovejera, descendiente de los primeros ibéricos que llegaron a la villa, es el padre de José Ramón, de Aura María y de Mónica, con quienes vive en su residencia del sector del Alto Bosque, un exclusivo barrio de clase media, en donde pasa sus días en función de sus hijos, de su esposa, de sus plantas, de sus loros y de una perrita manca, que se alegra cuando el poeta lee y escucha sus versos.


Allí en su refugio del Alto Bosque, en esa casa fresca por la sombra que le prodigan los árboles de mango y de almendra, tiene de refugio su biblioteca, que también es su celestina, en la que pasa horas y horas leyendo y escudriñando, escarbando e investigando todo lo que se relaciona con la creación y la investigación, o mirando las pinturas de sus amigos, de su hija Aura María o simplemente leyendo y estudiando cada palabra de Nicanor Parra, su poeta de cabecera.


Sus estudios primarios los realizó en la Escuela Urbana de Varones de Ovejas y en la escuela El Corazón de Jesús, de su entrañable maestra Francisca Fernández, recogida en algunos poemas y opúsculos conocidos: “La maestrica” (cuento) y “Oda a Francisca Fernández”. De esa escuela, según el mismo lo dice cuando estudiaba con Jairo, su hermano, recuerda: que sólo nos enseñaron a poner nuestros nombres en el tablero y en la pizarra con el pizarrín de yeso.

Acerca de su maestra Francisca Fernández, a quien José Ramón llama la niña Pacha, dice que: parecía como de alabastro por fuera y de algodón por dentro. Ella no era de Ovejas propiamente. Era de San Jacinto, Bolívar.

Sus estudios secundarios los realizó en el Liceo Carmelo Percy Vergara de Corozal y en el Liceo de Bolívar de Cartagena, de cuya institución, posteriormente sería profesor.


En 1963, en Bogotá, egresa de la Universidad Nacional de Colombia, donde obtiene el título de Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas. En esa universidad, según lo cuenta Abel Ávila[3], el poeta José Ramón, como todo corroncho que se respetaba, iba a clases con un sacoleva, camisa de cuello alto, corbata roja, zapatos de hebilla grande y cuero de charol y los bolsillos llenos de bollo limpio y queso. En 1975, en la ESAP de Bogotá concluye, primero una especialización y luego una maestría en Administración Pública. Más tarde, en 1984 a 1985, con el criterio de perforar en la intimidad de la poesía y la narrativa, se especializa en Lingüística y Literatura en la Universidad de Cartagena, donde es exaltado por su trabajo de tesis de grado.

La poesía de José Ramón es multifacética y libre de cualquier amarre o puntuación tradicional. El poeta ha explorado muchos aspectos de la condición humana.

En su condición de docente, laboró en el Liceo Joaquín Fernando Vélez de Magangué, en el que alcanza con el grupo de teatro El Callejón, que había conformado con estudiantes que no tenían conocimientos actoral, el Primer Premio Nacional realizado en el Teatro Colón de Bogotá (5 de diciembre de 1965), auspiciado por El Tiempo, Punch y RTI. Aún, en esa Babilonia desordenada y moderna, sus exalumnos y compañeros lo recuerdan por la impronta que dejó y por las bases que cimentó para los futuros grupos de teatro de Magangué.

En 1967 es trasladado al Liceo de Bolívar de Cartagena, en donde funda el Grupo de Teatro La Muralla, y pone en escena Montecalvo[4], Hombres Anónimos[5], Bazurto 12 en punto[6], La silla[7], entre otras. Sus obras calificadas de subversivas por el propio rector quien discrepa de sus libretos, lo ponen en la picota en los estrados de las autoridades departamentales de educación, siendo declarado insubsistente. Un cuarto de siglo después ganaría aquel exabrupto al fallarse a su favor la nulidad de dicho acto siendo restituido en el cargo y con una pila de millones de indemnización que “no cupieron en media docenas de aguaderas”, según él mismo lo cuenta.


En 1975, es designado vicerrector académico del INEM “Manuel Rodríguez Torices” y en el año 77 es nombrado rector de la misma institución, cargo que ocupará hasta el 2001, en que se le otorga por parte del Ministerio de Educación Nacional la Medalla “Simón Bolívar” al Mérito Educativo.


Durante su permanencia en esta Institución, funda varias organizaciones culturales que abarcarán diversas manifestaciones artísticas, tales como el Grupo de Danzas Afrobatata, las orquestas Inéditos de Colombia, Hijos del Sol, grupo Güiro, Satchmo Jazz, Oro de Luna, Arena, ABC, además consolidó el apoyo al Colegio del Cuerpo, danza contemporánea que dirige en la actualidad Álvaro Restrepo, que ha representado a Colombia en diversos certámenes internacionales en Francia, Venezuela, Alemania, Sudáfrica, Brasil y Estados Unidos. Algunas de las orquestas subsisten como entidades privadas.


Así mismo, durante dieciocho años desarrolló el Festival de Teatro INEM. También impulsó las actividades deportivas de manera sistemáticas, los grupos ecológicos, los clubes científicos, los talleres literarios, conversatorios de filosofía, olimpiadas de matemáticas, exposiciones de artes plásticas de estudiantes y docentes, programación de conferencias especializadas en diversos géneros. Se pudo observar que los estudiantes de ambas jornadas, en las pruebas del ICFES, obtuvieron puntajes de media a superior, ubicándose el INEM entre el 17% de los planteles con mejores puntajes del país.


La profesión de maestro y el oficio de escritor, le ha permitido ser invitado por la UNESCO (1983) a conferencias en Uruguay y Argentina. Visitando además, Caracas y Santiago de Chile. A nivel de educación superior, se ha desempeñado como catedrático de la Universidad Central de Bogotá, Distrital y de Pamplona: CREAD Cartagena. De igual modo ha dictado conferencias en otras Universidades e Instituciones de carácter cultural.


Difícilmente puede uno encontrar en un colegio tan grande, de cuatro mil estudiantes, ocho mil padres de familias, ciento ochenta y tres profesores, multiplicado por las implicaciones de un Estado convulsivo, un maestro de la modestia, humildad y valoración humanística como el profesor José Ramón Mercado, un convencido de que a las generaciones jóvenes se les conmina al cambio sólo a través de las profundas convicciones, de la pedagogía del amor, los afectos y los valores inclaudicables, como Evangelios”, como expresara la maestra Alina Nájera de Martínez.


Aún aquí en Magangué, después de casi cuarenta años, se recuerda al maestro José Ramón Mercado, por sus altísimas calidades como persona, maestro y director de Teatro”, dijo hace poco el escritor Antonio Botero Palacio, una de las personas más prestantes de Magangué.


Intelectuales de la talla de Jacques Gilard, José Luís Garcés, González, René Cueto Álvarez, José Manuel Vergara, Ariel Castillo Mier, Andrés Salcedo, Álvaro Suescún, Roberto Montes Mathieu, Marco Realpe Borja, Jairo Mercado Romero, Gustavo Tatis Guerra, Gustavo Ibarra Merlano, Rafael Bernal Jiménez, Carlos J. María, Rogelio Echavarría, Jesús Cos Cause, Giovanni Quessep, Albio Martínez Simanca, Álvaro Morales Aguilar, Álvaro Medina, Richard Nieto González y Judith Porto de González[8] han emitido conceptos serios y críticos de profunda valoración sobre la prolífica obra del escritor Mercado Romero, ahondando en la renovación que él hace del lenguaje esclerosado y maniqueo en que ha venido nadando la poesía colombiana en las últimas cuatro décadas, a pesar de las influencias de renovación poética norteamericana en la segunda mitad del siglo pasado y el comienzo del siglo XXI, transmitidas por los medios masivos de comunicación, visibles en la poesía de Walt Withman, Brecht, Bukosvki, la generación Beat de la que hicieron parte Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Bourrroughs y Lawrence Ferlinghetti y otros y en cuya fuente ha abrevado el poeta de las rancheras de Naranjal.


José Ramón nació en la hacienda La Estancia de la ranchería de Naranjal, antigua jurisdicción del Municipio de Corozal, el día 19 de marzo de 1937. A la edad de seis (6) años se vino a vivir con su familia a la población de Ovejas, en ese entonces primer centro tabacalero del Caribe colombiano, hecho éste que marcará para siempre su vida y su obra en la naturaleza y cosmogonía de sus personajes. Es el cuarto de trece hijos del matrimonio conformado por José de Jesús Mercado, el campesino que leyó dieciséis veces El Quijote y de Aura María Romero, la mujer que se consagró a sus hijos hasta el día de su muerte.


Al poeta José Ramón, se le abona la autoría intelectual del Festival Nacional de Gaitas de Ovejas 'Francisco Llirene' en 1985, y vigente hasta nuestros días. Así mismo la Fundación Aura María Romero, con sede en Ovejas, con el objeto de desarrollar manifestaciones culturales referidas a la poesía, teatro, narración, danzas, artesanías y todas aquellas manifestaciones de la música dirigidas a jóvenes, estudiantes y personas de la tercera edad o adulto mayor, tendientes al rescate de la dignidad, los derechos humanos, la búsqueda de la identidad, la construcción de una paz estable y el bienestar de una población caída en el abismo de la violencia.


Desde hace pocos años, en su condición de miembro fundador de la Asociación de Escritores de la Costa, dirigió el Taller Yngermina, convertido en una especie de gurú, desde donde emitía juicios valorativos para las nuevas generaciones de escritores que surgen cada día en el Corralito de Piedras. También estuvo al frente del III y IV Parlamento Nacional de Escritores de Colombia, realizados en los años 2005 y 2006, que les rindieron homenajes a los escritores Abel José Ávila Guzmán y a Jairo Mercado Romero, respectivamente.


En el panorama nacional, José Ramón es ampliamente conocido y la prensa de otras partes gasta tarros de tinta y páginas y páginas con sus escritos, lo que no sucede en la ciudad de Cartagena, en la que raras veces, muy raras veces o casi nunca aparece un poema o una narración de su autoría. “Es el Destino”, le dijo cierta vez al poeta Álvaro Suescún, pero éste de un tajo lo cortó cuando le dijo: “No seas marica, es que te quieren discriminar”.


Autor de los libros No solo poemas (1970), Las mismas historias (1974), Perros de Presa- cuentos (1978/ 2000), El cielo que me tienes prometido (1983), Agua de alondra- poesía (1991), Retrato de guerrero (1993), El Baile de los bastardos – teatro (Premio Distrital de Cartagena, 1995), Agua del tiempo muerto-poesía (1996), Árbol de leva- poesía (1996), La noche del nocáut, poesía (1996), Los días de la ciudad, poesía ( 2004), Agua erótica- poesía (2005) y Tratado de Soledad – poesía (2009), con esta última obtuvo el primer puesto en el Concurso de Premios y Becas de la Alcaldía Distrital de Cartagena de Indias.


Para el crítico Carlos J. María, Agua de Alondra[9], libro que nació a la vida en 1991, “transcurre en una atmósfera de enrarecimiento, en el que el lector algunas veces desfallece por el esfuerzo de ver algo palpable, algo que escape de ese frenesí tejedor de sueños”. En ese mismo libro el poeta se autocalifica como “el sonámbulo que reniega la doctrina de os sueños”.


Jacques Gillard, de Perros de Presa[10], opina “que “indudablemente marca un cambio e inaugura un fecundo transitar por vías nuevas. Empieza a aparecer de verdad el narrador José Ramón Mercado”.


La poesía de José Ramón es multifacética y libre de cualquier amarre o puntuación tradicional. El poeta ha explorado muchos aspectos de la condición humana. Sus poemas son densos, hechos en la fragua de Vulcano, difíciles de tumbar. Son como esos robles o corazones de ébano que a medida que pasa el tiempo se endurecen más y más hasta que se convierten en un trozo de diamante. Sus versos le cantan a la tierra, al campo, a los problemas de la ciudad, a las putas alegres, al agua erótica, a la amante ardiente, al boxeo, al agua de alondra, al agua del tiempo muerto, a los hermanos, a los ascendientes, a sus hijos, a los poetas, y a tantas cosas que difícilmente deja campo para otros bardos.


Quizás uno de los hechos que más ha impactado en la vida del Condeduque de la Loma del Bujío y Naranjal, fue la noche de un mes de octubre en que miles de personas con una atronadora ovación de aplausos y vivas, acogían un verso suyo como el mejor de la Nación, ante la rabia y el desespero de quienes desde Bogotá venían realizando el programa y hacían toda clase de triquiñuelas y chocorazos para que José Ramón no ganara. Esa noche no solo lloró ante su público, sino que se explayó en elogios para sus contradictores.


He leído la mayoría de obras del poeta de Naranjal, las he estudiado, analizado, criticado, pero también las he valorado en su contexto poético y su valor innovado en nuestro tiempo. Pero, quizás las que más he escarbado son Agua Erótica y Los Días de la Ciudad.


En sus veintisiete poemas de Agua Erótica, nos guía asido de la mano mediante un juego de metáforas poéticas, no lingüísticas y de imágenes sensoriales reveladoras de lo imperceptible, por esos laberintos inextricables en los que sentimos “el pudor de su pubis”, miramos “la corola humedecida de su pubis”, palpamos “la hierba húmeda que crecía en su pubis”, olemos “su perfume de muchacha fecunda” y oímos “sonidos de agua en reposo”.


En Agua Erótica, los poemas-pinturas, son armoniosos y dialécticos, sonoros y aromatizados, mediante una sinestesia, es decir, la aproximación de dos o más dominios sensoriales, logramos compenetrarnos en cierto sentido con el alma del escritor, en ellos se siente y se olfatea el aroma tibio del esplendor del cuerpo de la mujer, como en el poema Mariposa Negra, para referirse a una joven mulata[11].


Aunque la poesía erótica fue tan notable en tiempos antiquísimos y la encontramos en el poema de Gilgamesh y en la Biblia, en Safo y Petronio, en Ovidio y Fernando de Rojas, en Juan Ruiz y Quevedo, en Lorca y Samaniego, y en muchos poetas de nuestro tiempo, que publican un poema hoy en las páginas de revistas y de suplementos literarios y otro dentro de seis o siete años, y con bombas y platillos hacen una alharaca, José Ramón Mercado, con la maestría propia del maestro, ha creado su Agua Erótica, una verdadera obra de arte, compacta y con unidad textual que aborda el tema del erotismo desde diferentes ángulos y con la seriedad y responsabilidad de que adolecen muchos de los requetenombrados poetas del momento.


El Los días de la ciudad, no como sus Perros de Presa, sino como los perros de la pradera, ha demarcado su propio estilo, el estilo del poeta ecuménico, del bardo universal, del lírida cósmico, que siembra en cada línea un paradigma, una imagen o un símbolo, utilizando, tanto en la narrativa como en la poesía, un tipo de verso que rompe tanto con el verso tradicional como con el versolibrismo lacrimógeno, tan en boga y criticado en nuestros días.


José Ramón, así lo ha demostrado, no es poeta de un solo poema, es poeta de una obra densa, en la que a veces el estilo es solemne y arcaico. A él no lo vamos a recordar por un poema a la burrita o a la ciudad nativa, mucho menos porque le cantó a la vida profunda o por un nocturno y tampoco porque se le ocurrió escribir una balada para los búhos estáticos. No. Al poeta lo recordarán, como en el caso de Whitman, el poeta de las Hojas Sueltas, porque su poesía también es un canto así mismo. Es la biografía de su vida, es la metáfora de su propia vida, desde que la Niña Pacha, la maestra de todos, lo salvó del desastre de Ovejas[12], y tuvo la gran oportunidad de escribir su Autobiografía, que por esas paradojas de la vida, es un poema escrito en tercera persona, no escrito por él, sino por su alter ego.


Hoy cuando intervengo en este Homenaje bien merecido a José Ramón Mercado, Casi treinta años después quiero escarbar en mis recuerdos, ya que desde aquella noche del mes de junio, he departido en muchos lugares con José Ramón, en reuniones de escritores, en bohemias, en charlas en su casa, en discusiones literarias, en talleres de escritura, pero siempre le cuento la anécdota de esa noche en que él parecía una reina saludando de un lado para otro y soltando sonrisas, guiños y besitos, mientras autografiaba el libro “El cielo que me tienes prometido” y yo me acercaba sigilosamente para tocarlo para ver y saber, si era de verdad verdad o de embuste embuste. Naturalmente que salió lo primero, era humano como nosotros y no tenía nada del otro mundo.


___________________ [1] Texto leído en el III Encuentro de Filosofía 'Everardo Ramírez Toro' en el Inem de Cartagena el 28 de septiembre de 2012. Escrito el 10 de enero de 2010, San Sebastián de Calamarí. [2] Jairo Mercado Romero. [3] El Infatigable narrador de Lata. Autor de muchos libros. Entre ellos el Pensamientos Costeño – Diccionario de Escritores-, El Clan de Mamá Cola, Prolegómenos y otras. [4] De Jairo Aníbal Niño [5] De José Ramón Mercado [6] Idem [7] De Eugenio Ionesco. [8] También Jocé G. Daniels G., en el prólogo del libro Agua Erótica. Nota del Editor [9] Agua de Alondra, ediciones Caballo de Mar, 1991. [10] Primera edición, 1978. Segunda Edición, 2000. [11] Jocé G. Daniels G. Prólogos y Dedicatorias. Obra inédita. [12] El Cielo que me tiene prometido, José Ramón Mercado, Bogotá, 1983. Pág. 7.

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