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EN LOS ZAPATOS DEL OTRO

* No es fácil ponerse en los zapatos del otro, o de la otra. Pero es una tarea que debemos iniciar.

Dolor, sorpresa, indignación… Muchas emociones al tiempo. Trato de no juzgar cada acto, cada resultado. Trato de mirar el panorama, hallar contextos, ponerme en los zapatos de cada uno de los actores de la realidad que enfrentamos en Colombia desde hace más de una semana...


Entonces, me pregunto: si yo fuese uno de los pelaos que protestaba en la calle, coreando consignas en contra los proyectos de Reforma Tributaria o de la Salud, teniendo como armas las palabras y la decisión de marchar ¿qué haría si agentes del Esmad nos dispersan ‘bañándonos’ con gases lacrimógenos? ¿Qué haría? Pienso que lo primero sería tratar de cubrirme los ojos e iniciar la carrera de mi vida en busca de un sitio en el que pudiera protegerme. ¿Qué haría si, al ver que huyo del sitio, los policías me persiguen? ¿Qué haría si me ‘cogen’? ¿Qué haría si me capturan y me obligan a subir a un camión? ¿Qué haría si en medio del caos y mi desesperación no me escuchan que lo único que yo hacía era marchar y gritar en contra del terrible proyecto de Reforma Tributaria? No sé qué haría... Seguramente la rabia nublaría mi mente más que los gases podrían nublar mis sentidos.


Si yo fuese uno de los jóvenes ‘vándalos’ que aprovechan las marchas para causar caos y desorden, sin tener contexto socio-político… ¿Qué haría? Por lo que hemos visto en las noticias, varios de esos jóvenes (y no tan jóvenes) ingresan a las marchas en algún momento de su desarrollo. Llegan portando mochilas o morrales abultados, en cuyo interior algunos de ellos no sólo cargan agua para saciar la sed, sino que llevan ‘papas incendiarias’. Algunos, incluso, complementan la indumentaria llevando cachuchas y buzos de repuesto, y martillos o mazos con los que puedan destruir vidrios, paredes y cualquier objeto que se interponga para cumplir la tarea. ¿Qué haría si el Esmad me persigue y me captura? Supongo que opondría férrea resistencia. Estaría preparada para ello y para negar que yo haya sido una de las revoltosas dedicadas al vandalismo. Es lo lógico. Porque ni el más avezado criminal, condenado con pruebas suficiente, suele reconocer la comisión de delitos.

¿Qué haría, en cada caso, para que la ira del momento no se transforme en odio? ¿Para que muchas de esas situaciones no se repitan?

Y, si yo fuese uno de los agentes del Esmad asignado a proteger la vida, seguridad y bienes de la ciudadanía, ¿qué haría en cualquiera de los dos casos? ¿Cómo podría saber, en medio del caos iniciado por los ‘vándalos’, quién es quién? ¿Cómo podría identificar, en medio del fragor de los hechos, a los estudiantes que marchaban coreando consignas contra el Gobierno y las injusticias sociales de los ‘vándalos’ que causaron daños? Seguramente yo estaría entrenada para enfrentar situaciones de riesgo, para mantener control de emociones, para no excederme en el uso de la fuerza… Posiblemente, pero se que cada hecho atendido y por atender será diferente a otros. ¿Seré consciente de que la tensión y la fatiga me podrían jugar una mala pasada? ¿Cómo reaccionar cuando descubra rostros conocidos entre los ‘revoltosos’? ¿Qué hacer cuando identifique al vecino, al amigo, al familiar entre quienes causen daños? ¿Qué podré sentir y pensar cuando me sienta impotente ante el desarrollo de los hechos?


Pero, si yo fuese uno de los agentes de Policía, asignado a un CAI para cuidar y proteger a los moradores de un barrio en mi ciudad, ¿qué haría cuando decenas de atacantes nos cerquen? ¿Qué haría si preferimos encerrarnos en el CAI para no responder a los ataques usando las legítimas armas que nos da el Estado para protección de la ciudadanía y nuestra? ¿Qué haría y debería hacer si nos atacan mientras permanecemos encerrados entre cuatro paredes? ¿Qué haría si esa turba enardecida nos lanza fuego y pretende incendiar el lugar con nosotros adentro? ¿Qué debería hacer…? ¿Qué…? Seguramente, si tratamos de salir del sitio disparando las armas causaremos heridos, entonces dirán que ‘la Policía mató o hirió a desarmados jóvenes’… ¿Qué haría si cuando omitimos usar las armas y salimos del CAI, algunos de mis compañeros con el uniforme prendido en llamas, nos persiguen, nos lanzan piedras, nos tumban al piso y nos golpean con saña?


¿Qué haría, en cada caso, para que la ira del momento no se transforme en odio? ¿Para que muchas de esas situaciones no se repitan? ¿Para que no haya más víctimas?


La verdad, no se qué haría en cada caso. Porque ya no soy joven, y porque tanto los marchantes, como los policías (del Esmad, o no) y los ‘vándalos’ son jóvenes. Porque unos obedecen a sus principios (políticos, sociales o institucionales) y a sus formas de pensar, mientras otros actúan basados en las necesidades de subsistencia (algunos de ellos cooptados por oportunistas instigadores de violencia) o a causa de la rabia y decepción acumuladas a través de los años.


Lo cierto es que la falta de oportunidades (de educación y laborales), el hambre, la inequidad y la injusticia son causas del descontento social. El hambre, la inequidad, la injusticia, el desempleo y la falta de oportunidades no tienen color ni militancia política, tampoco tienen estrato social. Se padecen sean de izquierda, de derecha, de centro o, simplemente, sean hombres y mujeres sin definición política…


No es fácil ponerse en los zapatos del otro, o de la otra. Pero es una tarea que debemos iniciar.

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