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El Tigre rayao de Macondo

* Relato inspirado en el jugador de futbol samario-colombiano Radamel Falcao (El Tigre Falcao).

Falcao juega en el Rayo Vallecano (España). / Foto tomada del Instagram de Falcao.

| Tío Hugo & Papá Milt


Quien iba a pensar que doña María Teresa, en los dorados años de su vida, tendría en su regazo un tigre. Lo que muchos soñaron, solo lo logró La Marquesa, la de Vallecas. Ella lo soñó solita y ahora le dice a sus más de diez mil hijos y nietos que ya pueden estar tranquilos: un tigre defiende sus campos. Un tigre que lleva en su corazón el rugir de los rayos. Hay que decir que a ella nadie le creía. Pero, bien que lo hizo. Y hoy en su comarca descansa la furia del animal que siempre está listo para defender sus terrenos. Los terrenos del club de los obreros. Esos que han levantado a la ciudad del olé.


El tigre salió de un pequeño poblado de Sudamérica, al que le dicen la bahía más linda de América. Del mismo lugar de donde salió un Pibe de cabello ensortijado y rubio, que paseó a más de uno con su exquisita rapidez mental. Esa es otra historia. Sin embargo, es algo que debemos tener en cuenta. De esas tierras salen unos personajes exóticos que se hacen amar no solo por sus compadres suramericanos sino por aquellos que dejan en tierras del viejo continente. Es que el mar, el sol, el cielo, la luna, las estrellas, los vientos y la lluvia hacen presencia mágica, esa que envuelve con el misterio de la Sierra a todo el que ha sido parido en esa porción mágica de los ‘Hermanos Mayores’. Úrsula Iguarán, la de los cien años del coronel Buendía, también salió de esos lares: la tierra de MACONDO.


Por ahí cuentan que, de pequeño, el tigre andaba jugando por los lares de la tierra que vio nacer al Libertador. Andaba pa’ arriba y pa’ abajo con guante y pelota chica. Y rugía con los chamos de aquellos lugares. Con bate en mano rugía y la pelota iba. Pero esa no era su ley. Ese no era su lugar. La comarca que lo vio nacer lo llamaba, ya le tenía todo listo para que sus rugidos comenzarán a sentirse en la tierra de los descendientes de los Tayronas. Ahí se convirtió en el dolor de cabeza de más de un guardameta infantil o juvenil. Sus garras marcaban constantemente cada arco.


Ya el sonido de su rugido se comenzaba a escuchar en el sur del continente. Otros tipos de pibes ya lo querían con ellos.

Unos gauchos que jugaban con la pelota y tenían una camisa blanca con una raya que la cruzaba a manera de un zarpazo de pintura, lo vieron, lo pidieron y se lo llevaron para la tierra del señor de la Mano de Dios, para la tierra del dios de los pibes. Allá llegó el que nació en la bahía más hermosa que descubrió un Bastidas. Llegó y volvió a rugir.

Rugió más de una vez y se enamoró. Sus ojos felinos miraron y soltó la garra, atrapó a la única Lorelei que logró domesticarlo, pero no quitarle su furia. Y vio nacer a sus cuatro pequeños descendientes. Los cuatro tienen la garra del tigre. Los seis son ejemplo de un núcleo familiar lleno de fuerza y cariño. Núcleo hecho para dar duras batallas y ganar guerras. Ocho años y medio duró en la tierra maradoniana. Allí también dejó su historia cargada de rugidos en los diferentes campos donde reina el dios argentino.

Y volvió a rugir. Su rugido en cada campo que pisaba se volvía más fuerte. Llegó a una comarca llena de puentes y con olor intenso a uva, a aguardiente, a dulzura: a Oporto. Y no defraudó.

A un país de idioma cantao y sabroso llegó un tigre. Llegó al país donde domina la historia de una pantera africana. Llegó al país donde hoy domina un cristiano de nombre CR 7.


Y volvió a rugir. Su rugido en cada campo que pisaba se volvía más fuerte. Llegó a una comarca llena de puentes y con olor intenso a uva, a aguardiente, a dulzura: a Oporto. Y no defraudó.


El vino de Oporto tenía a un buen compañero de batallas: un tigre. La fantasía de su garra, de sus zarpazos enamoraron a los pobladores de la histórica ciudad.


Lo que hizo que otros de otras tierras comenzaran a buscar al gran rugido que había llegado de las tierras de Macondo. El viejo continente ya lo comenzaba a anhelar. Y la tierra del OLÉ, lo conquistó y se lo llevó para la Puerta del Sol. Su segunda estancia: los colchoneros.


Los del Vicente Calderón lo vieron llegar. Y lo amaron. Lo aman todavía. La exquisitez del tigre, de sus rugidos, de sus zarpazos, de sus brincos con gritos de todos, brillaron y pintaron toda una constelación de memorias en el campo de los más de cien mil rojiblancos que componen la primera fila de la fanaticada del Atlético.


Debemos escribirlo para terminar esta primera historia de un tigre que anda suelto por el continente que vio nacer al juego de la pelota, que vio reinar a Eusebio, la Pantera de Mozambique, que se maravilló con la magia del sorprendente Iniesta, el torero del fútbol español, que se iluminó con el caballero inglés Bobby Charlton, que se dejó enamorar del príncipe de Francia, Michel Platini, y que gritó hasta no poder ante la presencia indomable del turco Arda Turan.


Un hijo de la Sierra Nevada de Santa Marta, sigue rugiendo, ruge de nuevo. La Puerta de Alcalá, de la vieja tierra, se abre de par en par para amarlo una vez más y en estos tiempos no lo dejará ir. Es el Tigre Rayao de Macondo en tierras de Cervantes.


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* Corrector de Estilo: Heberto Amor.


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