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DEL DOLOR, LA DEPRESIÓN Y OTROS DEMONIOS

* No se pasa con una palmadita en el hombro y un todo pasará, un… sea berraco o eche pa’lante.

Desde hace mucho tiempo tengo dolor. No recuerdo mi vida sin dolor. Al principio, los análisis no generaban ninguna alteración, lo que asustaba aún más, por falta de diagnóstico. Luego de muchos años, exámenes médicos, remisiones, sin obtener resultados, la esperanza se iba perdiendo.


Con el paso del tiempo, el diagnóstico fue ‘fibromialgia’. Esta enfermedad aqueja la fascia muscular poniéndola rígida y afecta generalmente a las mujeres. Casi el 2.5 por ciento de la población mundial la tiene. Su característica principal es dolor crónico, músculo esquelético generalizado. También se pueden describir síntomas como: múltiples áreas sensibles en puntos gatillos, fatiga y trastornos del sueño. Produce rigidez por las mañanas, entumecimiento de manos y pies, cefaleas, ansiedad y depresión.


¡Carajo!, con eso ya era suficiente en mi cuerpo. Sigo tratamientos alternativos… Eliminé alimentos, tomé medicina, hago ejercicio… No me iba a dejar vencer de la enfermedad, pero mi cuerpo cada vez se deterioraba más. Los dolores aumentaron. Además de los convencionales que eran constantes, aparecieron otros que eran distintos, más crónicos, intensos y paralizantes. Iniciamos nuevamente exámenes, remisiones, tratamientos, sin mejora alguna. Muchas personas –tanto médicos, como familia y amigos– insinuaron que el dolor era fingido, hasta que, determinaron que soy BHLA-27 positivo. Tener este gen es algo relativamente frecuente entre la población de ‘raza blanca’ (ya ninguno somos de raza blanca, somos mestizos con predominio de alguna raza). El seis o siete por ciento es HLA-B27 positivo. Sin embargo, solo el uno o dos por ciento desarrolla la enfermedad.


¡No estaba loca, sabía que había algo en mí, que no andaba bien!

Algo tan aparentemente insignificante como el roce de la piel se maximiza.

Con reumatólogo a bordo por cierto, encontré al mejor de todos– me diagnosticó espondiloartritis axial no radiológica, que asocia síntomas de dolor crónico, pérdida funcional –en mi caso, daño en la estructura ósea–, además de artritis –que para mí es constante en la cadera, las rodillas y el hueso calcaleo (ubicado en el talón del pie)–. Mis dolores son demasiado fuertes, ya casi intolerables. Me volví irascible, no me gusta que me hablen cuando entro en crisis de dolor. Algo tan aparentemente insignificante como el roce de la piel se maximiza. Una persona escuchando el celular sin audífonos en tono alto, por ejemplo, se convierte en un hecho ‘gatillo’, que hacen que explote ‘sin razón alguna’ –si hay razón, pero los demás no lo entienden– e inicia un camino sin retorno hacia la depresión.


La DEPRESIÓN no es tristeza. Es totalmente distinta a las variaciones habituales del estado de ánimo o a las respuestas emocionales de la vida cotidiana. No se pasa con una palmadita en el hombro y un todo pasará, un… sea berraco o eche pa’lante. La DEPRESIÓN es una enfermedad muy común que puede afectar a todos, incluyendo nuestros hijos, por lo que debe tratarse como tal: un trastorno mental. Los síntomas son dificultad de concentración, sentimiento de culpa excesiva o de autoestima baja, falta de esperanza en el futuro, pensamientos de muerte o de suicidio, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso y sensación de cansancio o de falta de energía, entre otros.


Cuando se entra en depresión se enfrenta a un pozo que no tiene fondo, que es oscuro, lleno de fango. No hay forma de aferrarse a algo. Tu cuerpo se desliza con fuerza hacia abajo y no ves luz en el camino. Cada vez es peor, porque, aunque lo intentes, no es posible aferrarte a nada, ni a nadie. La depresión duele, duele el cuerpo, el alma, el corazón. Pareciera que el alma se te quiere salir por los poros y duele. Duele respirar, el pecho se inflama y no quieres respirar más, el dolor se convierte en lágrimas, y sigue doliendo cada parte de tu cuerpo y de tu ser. El dolor es indiscriminado, no cesa, y –por el contrario– se exacerba. Cada evento –que para el paciente es intolerable– se convierte en ese ‘gatillo que explota’, y por más que se intente salir del mismo esa tarea e imposible, por esto cuanto el dolor se hace intolerable. En muchas ocasiones, cuando ya no se puede aguantar más, la persona se quita la vida, pues se vislumbra como la única sensación que permitiría el alivio deseado.


Estando en ese pozo, viendo que mi hija estaba muy pequeña y que no entendía, le dije a mi mamá que la llevara a su casa. Dejé a mis dos gatos encargados, cogí mi maleta y me interné en una clínica psiquiátrica. Esa ha sido la mejor decisión de mi vida. A muchas personas a mi alrededor no les gusta que hable del tema. ¿Cómo alguien tan empoderado, importante, y sensato puede decir que estuvo en una clínica psiquiátrica, tratándose de depresión? ¡Qué horror!, ¡Que desfachatez! Y les digo, sin estos profesionales de la salud, no lo hubiera logrado.


Pasa que, la mayoría de personas se compara o formulan comentarios fuera de lugar. Me han dicho: principiante en depresión, me han dicho que esa ‘tristeza’ se soluciona saliendo a bailar y hasta me dicen que, con un marido. Nada como mi dolor, porque si yo pude usted puede. Lo mío si era grave, no como lo suyo. Y frases que, en lugar de construir, destruyen aún más.


De la mano del tratamiento reumatológico mi siquis ha menguado. Pero muchas personas cercanas no lo lograron. Miguel, un hombre brillante a quien amé profundamente. Juan José el hijo de un amigo. Germán Soto ‘Sotico’ el pediatra de Emilia, que además era mi amigo personal. Un niño de 15 años –del conjunto donde vivo– se lanzó del balcón del noveno piso de su apartamento. Pero también podemos nombrar a personas reconocidas como: Robin Williams, Whitney Houston, Marilyn Monroe, Ernest Hemingway,Kurt Cobain, Virginia Woolf, Alfonsina Storni, María Mercedes Carranza, Lina Marulanda o Sergio Urrego, entre otros. Como vemos, la depresión no discrimina, ni género, ni edad, ni posiciones económicas y sociales.


Del dolor, la depresión y otros demonios…


Si conocen a alguien que pueda tenerla, les pido empatía, compañía, una mano amiga, no minimicen los sentimientos o el dolor… No comparen, no den por sentado lo que los otros puedan sentir.

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