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CONFESIÓN EN ABRIL

* Hace un año, abril significó cambios drásticos en mi vida.

Abril siempre fue, para mi familia, un mes de alegría, porque cada 25 cumplía años Carmencita Visbal, nuestra amada madre. Así lo fue hasta 1990, cuando el Viernes Santo 13 de abril falleció el coronel (r) Manuel Peña Sánchez, nuestro amado padre. Ambos impactaron con su ejemplo las vidas de sus cinco hijos y cinco hijas. Por la coherencia cotidiana con los valores y principios que nos inculcaron: unión familiar, solidaridad, respeto por las diferencias, disciplina para conseguir logros, honradez en las acciones, lealtad… A los dos los recordamos y extrañamos cada día. ¡Como disfrutarían viendo felices y encarrilados a sus nietos! ¡Como disfrutarían a sus bisnietos!


Hace un año, abril significó cambios drásticos en mi vida. Dejé de mirar el mundo con expectativa para concentrarme en cada paso que desde el primero de abril de 2022 debía dar. Ese día acudí, por segunda vez en una semana, a la urgencia de la Clínica Reina Sofía. Era medio día, y como evento extraño, un sol resplandeciente calentaba la fría Bogotá. Ni por un momento había pensado que esa ‘urgencia’ hubiera resultado mejor y más llevadera que lo que dio como resultado.


Examen tras examen para descartar enfermedades que hubiesen podido ocasionar la terrible anemia que presentaba. Uno tras otro los doctores y enfermeras de Urgencia dieron paso a especialistas. Me preguntaban: ¿Suda mucho de noche? ¿Se siente débil o fatigada? ¿Ha presentado infecciones frecuentes? ¿Ha perdido peso durante el último año? ¿Siente dolor o sensibilidad en los huesos?


Yo contestaba, sin sospechar el objetivo de ese cuestionario. Si, he sudado algunas fiebres por resfriados comunes… Si, me siento débil porque durante el confinamiento de la pandemia dejé de realizar caminatas… Si, es cierto, he tenido algunas infecciones sin mayor explicación que curaba rápidamente… Si, he perdido peso, pero creo que ha sido por la dieta que he seguido… Si, me duelen los huesos, principalmente en la pierna izquierda y los brazos, seguro por la quietud…


Allí, en la clínica, me realizaron al menos 20 exámenes para descartar la presencia de enfermedades auto-inmunes, es decir, enfermedades que presentan una alteración causada por el sistema inmunitario que afecta las células del propio organismo: Anemia perniciosa, Crohn, Lupus, Diabetes Mellitus tipo 1… Todo descartado y tranquilidad. Después, luego de firmar la autorización, me realizaron otro examen de sangre para descartar la presencia del VIH/Sida. Ok, descartado. Yo trataba de no pensar… Igual, de medicina no sabía (ni se) nada.

En ambos procedimientos, jamás había sentido un dolor punzante y tan fuerte.

Con el paso de las horas y los días, solo observaba a Kathe, mi hermana menor, quien me acompañó con paciencia en la Urgencia. Ella trataba de no demostrar preocupación, pero la veía dibujada en su mirada. A la larga, si no hubiese sido por ella no se hubiera dado la alerta en la clínica. Ese primero de abril, pasadas las dos de la tarde, la escuché cuando les dijo a los médicos de turno que yo había estado allí el 27 de marzo y les preguntó que si no les parecía extraño que alguien regresase a Urgencia por el mismo motivo en menos de una semana.


Los exámenes de sangre y demás continuaron. Así supimos que tenía el Bazo agrandado, situación que afectaba la función del estómago.


El cinco de abril, nos trasladaron a bordo de una ambulancia -a mi hermana y a mí- a la Clínica Marly para practicarme exámenes de médula ósea. Pensé, aun cuando no lo comenté, que seguramente tendría algún tipo de cáncer. Ni modo… Volvieron a realizarme varios exámenes antes de proceder a la biopsia. Me hospitalizaron en una cómoda habitación, con un televisor de, al menos, 55 pulgadas. ¡Parecía una habitación de hotel!


El siete de abril, dos excelentes especialistas en hematología practicaron la biopsia y la aspiración de médula ósea. Me inyectaron anestesia local y me explicaron que ésta no llegaría a los huesos. En ambos procedimientos, jamás había sentido un dolor punzante y tan fuerte. Lloré en silencio, con las manos sostenidas y con el consuelo ofrecido por mi sobrino Santiago, entonces estudiante de décimo semestre de Medicina. Evidentemente, la sedación no llegó al hueso, en este caso de la cadera izquierda. Primero realizaron la aspiración de la médula utilizando una jeringa con aguja mediante la cual extrajeron una muestra de la porción líquida de la médula ósea.


Luego de diez o quince minutos que me parecieron una eternidad, procedieron a practicar la biopsia. Esta vez utilizaron una aguja más grande, con la cual extrajeron un cilindro tisular de la médula ósea. Parecía un pedacito de espagueti del tamaño de una pulgada. Y el dolor se multiplicó en intensidad.


Al día siguiente me dieron de alta y Kathe me trajo a la casa. Al hogar de mi cuñado Álvaro, Kathe y sus dos hijos. Mi hermana Marillym había llegado de Barranquilla para acompañarme y mis demás familiares estaban pendientes de los resultados. Debimos esperar hasta el 20 de abril para saber qué enfermedad tenía. El diagnóstico fue: Leucemia linfocitos tipo T granular o grandes. El título de la enfermedad asustó a mi familia, pero yo decía: me tocó, ni modo. Es la verdad, no me asustó tenerla. Solo se que la leucemia, si se trata a tiempo, tiene control y que en ningún caso implica una discapacidad.


Desde entonces he vivido siguiendo cada instrucción médica. Sabiendo que esta leucemia no tiene cura, esperando evitar que se agrave. Mientras tanto, he tenido que sortear males que antes no padecía: presión alta, osteoporosis, gastritis crónica, cefaleas recurrentes, debilidad… y leve pérdida de memoria. De éstas, la única que me preocupa es la última. Para controlarla he optado por establecer rutinas y anotar todo lo que me parezca relevante.


Lo confieso… Lo que he vivido el último año no estaba en mis planes.

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