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AÑO TRAS AÑO

* Hemos sido testigos de muchas tragedias anunciadas.

Si bien es verdad que las tragedias naturales no son culpa de los seres humanos, también es verdad que las soluciones si dependen de nosotros.


Desde que tengo memoria, las olas invernales se salen de control pues somos un país tropical en una zona geográfica, altamente lluviosa. De hecho, el departamento del Chocó es, junto con Cherrapunjil (India), una de las regiones mayor pluviosidad en el mundo, con una media de 9000 mm anuales. Aunque está claramente determinada desde hace mucho tiempo la época de lluvias, tanto por la sabiduría propia de los campesinos como por la erudición de los científicos, las autoridades locales y nacionales han hecho muy poco o nada para evitar que año tras año los daños sean gravísimos, tanto en pérdidas de vida como el aspecto material.


Uno de los comportamientos más graves y característicos de los politiqueros colombianos es que su falta de compromiso con sus conciudadanos se traduce también en la improvisación y en que desconocen el significado de la palabra prevención y, por lo tanto, son incapaces de tomar medidas eficientes.

No se puede andar por la vida culpando a los demás. Un real gobernante debe actuar con presteza.

Eso exactamente sucedió en estos días tanto en Cartagena como en Providencia. Si bien es cierto que no se tienen noticias de que al actual territorio que conforma la República de Colombia hubiera llegado un huracán, también es verdad que las tormentas eléctricas, los vientos furiosos, la lluvia pertinaz y muy prolongada es una constante en todo el Caribe. Y con eso llegan las inundaciones en los barrios vulnerables, los mosquitos que trasmiten enfermedades, el agua marina que se adentra en las zonas aledañas. En fin, una serie de condiciones adversas que hace mucho no son sorpresa para ningún habitante de estas latitudes.


Así las cosas, es claro que por muchas décadas la negligencia y la falta de buen juicio han sido una constante en Colombia. No se han tomado correctivos eficientes, de tal modo, que en vez de solucionar problemas lo que sucede es que se agravan.


Hemos sido testigos de muchas tragedias anunciadas. Los organismos especializados lanzan alertas con la debida antelación, pero los que deben ejecutar las acciones correctivas siempre son sordos, ciegos y mudos. Exactamente esto ha sido lo que sucedió con el reciente paso del huracán Iota por el Caribe colombiano. No se tomaron medidas, ni se protegió a los habitantes llevándolos a refugios seguros, que impidieran que los daños fueran tan devastadores. De todo esto no se le puede culpar a la mala suerte o al cambio climático y mucho menos al COVID -19. No señores gobernantes. Lo que acá pasa depende, en gran medida, de su ineptitud para saber actuar a tiempo. Este resultado es el producto de sus actitudes de politiqueros que los conduce a una ambición sin límites, donde nada importa más que ellos mismos y su egocentrismo.


Sin embargo, no debemos olvidar los ciudadanos del común que al elegir a un gobernante no es suficiente con que se diga que no se es corrupto, también hay que contar con el liderazgo suficiente para reaccionar con prontitud, ser precavido y decidido cuando se avecinan desgracias naturales. Y no estar preparado debidamente para las contingencias también es no ser honrado. No se puede andar por la vida culpando a los demás. Un real gobernante debe actuar con presteza. Si no lo hace se burla de sus votantes y cualquier engaño tiene que considerarse un acto de corrupción. No más mentiras. ¡Ya basta!

Cartagena, 19 de noviembre de 2020




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