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SOBRE LA ORDEN DE CAPTURA A URIBE


Una de las más extendidas y pueriles mentiras políticas que existen hoy en Colombia es que solo hay dos posibilidades para situarse el panorama político y frente a la realidad del país: o se es de derecha o se es de izquierda, y además que solo así se puede situar a las personas, sus decisiones y sus acciones; que todo obedece y responde a este juego. En esa mentira, que es maniqueísmo barato, han caído ricos y pobres, gente con educación formal y sin ella, y nos asalta por todas partes, en los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones más simples con cualquiera.

La simpleza de esta lógica se revela por todas partes y es al tiempo sintomática de la falta de cultura política, de la falta profundidad en la comprensión de lo que realmente somos como país, como ciudadanos, como comunidad y como seres humanos. Si pudiéramos ver más allá del maniqueísmo, del revanchismo y de las ideologías baratas que nos determinan, podríamos considerar realmente hasta qué punto lo que le ocurre al país, su realidad política y social, es causa de una descomposición moral y cultural sistémica que se extiende de abajo hacia arriba, es decir, desde el pueblo hacia sus cabezas de gobierno y de arriba hacia abajo, desde los que deberían liderar y ordenar el país hacia la ciudadanía. Y que, de este modo, no es tan simple como descansar en los 'otros' el peso total de los males.

En un país que no pierde oportunidad para lavar sus culpas, olvidar las responsabilidades individuales y elegir corderos que sacrificar en nombre de los pecados comunes, la captura del ex presidente Álvaro Uribe ha sido advertida como una oportunidad para que la gente sacie su sed de justicia de la manera más vulgar e inconsciente. Es como cuando capturan a un ladrón en la calle y todos van a golpearlo e increparlo, haciendo gala de una moral ejemplar que no existe, porque cada uno en su propio mundo engaña, trampea, maltrata a sus familiares, roba y se aprovecha si le dan la oportunidad; pero aun así hace de acusador y verdugo de turno a la primera oportunidad con el primer miserable que es atrapado, porque nada es mejor y más que sencillo para la gente vulgar que descargar las culpas y evadir las responsabilidades haciendo de buenos frente a los demás, cuando no hay quien recuerde los errores propios.

Y quede claro que no estoy defendiendo a Uribe, como podría de inmediato insinuar el cerebro ideologizado de algún desprevenido; antes bien, aplaudo cualquier acto de justicia que, además, devuelva en alguna medida credibilidad a nuestras instituciones de Gobierno. De lo que se trata fundamentalmente es de razonar tan coherente y honestamente como sea posible. La verdad es que los problemas de este país van desde una ética decadente en cada uno, pasando por unas ideas de lo público y lo institucional degradadas e inútiles en la práctica, hasta la existencia de grupos de poder que se han dedicado a delinquir y a vivir del Estado y a usarlo como medio para hacer crecer sus fortunas y su poder. Pero, sin duda, el más profundo de todos nuestros males es la descomposición interna de nuestra sociedad desde cada uno de sus individuos, que se ha acostumbrado y resignado de mil maneras a su propia perdición, en todos los escenarios.

Si un personaje como Uribe ha sido posible, tal como en un momento lo fue, y tal como ahora lo es, es porque el país padece problemas muy profundos que van más allá de una o mil personas. Considerar a un hombre como el gran problema del de esta nación, afirmar que a partir de su detención todo va a cambiar, manifiesta la forma de ignorancia más común en la opinión pública; la falta de conocimiento de nosotros mismos, de la complejidad de nuestros problemas; nuestra hipocresía y nuestra incapacidad para asumir la responsabilidad frente a la realidad. Podríamos decapitar a nuestros gobernantes más odiados en la Plaza de Bolívar, con trasmisión todo el país, y aun así nada cambiaría. Un sabio auténtico a nivel político debe comenzar desde las bases; por ello decía Kant que una verdadera revolución solo puede hacerse uno a uno, cabeza a cabeza, cualquier otra cosa es una simple revuelta, un engaño o entretenimiento para niños.

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