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¿QUÉ NOS QUEDA SI NO LA INMORTALIDAD?


Desde que nos familiarizamos por primera vez con la noción de la vida, nos llegó por añadidura la noción de muerte.

Conforme como vamos creciendo y relacionándonos de forma más o menos autónoma, establecemos también una relación con las nociones de vida y muerte, primero con la culturalmente heredada y luego con lo que vemos en TV, en libros, la música, con amigos o familia y, finalmente, con la que vamos construyendo para nosotros mismos.

Sin embargo, no hemos logrado sentirnos cómodos con una de esas nociones, tal vez por la cantidad de información que recibimos cada día o porque la idea de morir en algún momento nos asusta y mantenemos solo esa certeza. Este temor a la muerte es el que no nos ha permitido reconciliarnos con esa parte tan natural de la vida porque nos hemos empeñado en ver a la muerte como un enemigo que nos asecha y nos quita.

El predicamento entorno a esta noción disruptiva sobre la muerte es que no somos capaces de dejar de pensar en ella, es el pensamiento recurrente que nos acompaña con mayor frecuencia, y mucho más cuando llevamos meses resguardándonos y escondiéndonos de una pandemia, de una enfermedad de la que no sabemos nada y que de un día a otro nos trastocó la vida y apenas nos tomamos el tiempo de reaccionar.

Aun cuando pareciera que, con los meses de cuarentena, el mundo se detuvo, nuestros empeños por vencer a la muerte en una competencia que realmente no existe, jamás se detuvieron. Conforme la ciencia avanza, también lo hace la idea de poder alargar la vida, de detener el envejecimiento, de lograr que nuestro cuerpo viva por siempre. Y esta esperanza no solo nos la ofrece la ciencia sino también las historias de ciencia ficción y el cine. Películas sobre héroes, dioses y seres inmortales, con fuerza y habilidades humanamente imposibles, nos invaden a diario que nos hemos concentrado en añorar esa clase de inmortalidad falsa e inexistente, ignorando nuestras propias capacidades maravillosas.

La inconformidad con la vida y el disgusto con la muerte, nos han vuelto egoístas con nosotros mismos e indolentes con el resto del mundo, buscando esta falsa inmortalidad. Por ello, quienes más riqueza material poseen invierten cantidades obscenas en investigaciones para multiplicar su esperanza de vida y quienes menos tenemos compramos cualquier tipo de elixir cuasi mágico que nos prometa juventud.

Hemos ignorado que a nuestro alcance está una forma de inmortalidad distinta a la del cuerpo, y con ella que cada uno de nosotros tiene en sus manos la oportunidad de ser inmortales a través de nuestras ideas y nuestras acciones, vemos a esos grandes hombres y mujeres de la historia como inalcanzables y dejamos de intentar, ignoramos nuestras propias capacidades y dejamos pasar las oportunidades de ir más allá de la muerte al sembrar ideas que florezcan para ayudar a quienes lo necesiten y de ayudar a quienes son más cercanos a nosotros.

La inmortalidad está en nuestras manos, en la memoria de quienes nos quieren, en la memoria de todos aquellos que nos recordarán cuando nuestro cuerpo haya dejado de funcionar y no estemos más. Si tenemos en nuestras manos esta inmortalidad que no tiene patentes ni nos costara una fortuna, debemos preguntarnos ¿qué esperamos para sacar nuestra mejor versión?, para inmortalizarnos en quienes son más importantes para nosotros, para reconciliarnos con la muerte y aprovechar al máximo el regalo de la vida.

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