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Valor literario de las Crónicas de Indias (1492 - 1600)


Aunque se ha dicho que las Crónicas de Indias pertenecen a una zona fronteriza entre la Literatura y la Historia, la pretensión de esta investigación es proponer que dichos documentos, por su contenido, por la manera como fueron escritas, por lo que encierran, por los personajes que aparecen, por las acciones y por las expectativas que crean, son más valiosos para la creación que para la investigación, menos importantes para la historia y más importantes para la literatura.

Por Crónicas de Indias, se entiende aquellos documentos que se produjeron en este continente entre los años de 1492 hasta finales de 1600, en que surgen nuevas concepciones debido a los cambios de estatus y en la idiosincrasia de los pobladores del Nuevo Mundo.

No obstante, en este trabajo, me he limitado a analizar las obras de los Cronistas, de las diferentes audiencias y de sus posiciones frente al problema del indio, desde que el almirante genovés Cristóbal Colón, a bordo de la Santa María, redactaba el Diario de su primer viaje y de su mano iniciaba la revelación de un mundo desconocido, una literatura nueva, la literatura americana.

En tiempos en que llegan a las tierras recién descubiertas, conquistadores y misioneros, adelantados y frailes, invasores y aventureros, cronistas y escritores, pícaros y amanuenses, traen en sus barcos y en sus cabezas, en sus pensamientos y vestiduras, rezagos de la literatura española de esa época a la que suele considerársele como un primer Renacimiento y que se la caracteriza por las importaciones de formas e ideas, especialmente desde Italia.

Al dedicarse a escribir y a narrar en América, los que llegaron a esta parte del mundo y en Europa quienes contaban de oídas, los españoles siguieron las líneas culturales que en esos momentos imperaban en España, naturalmente que hubo excepciones, especialmente de escritores que siguieron la tendencia erasmista. Pero, lo que produjeron los invasores en los primeros tiempos de la colonización, tiene la impronta medieval y la mácula literaria que caracterizaba la época.

Las obras que han llegado hasta nuestros días, muchas de las cuales se imprimieron en el amanecer de nuestro Continente, en su mayoría eran eclesiásticas y formativas, pero eran las crónicas de los vencedores, no de los vencidos. No obstante, si apartamos lo que se escribió en lenguas aborígenes y en latín, dos géneros, aunque de apariencia medieval son los que, al contacto con la realidad americana, adquieren fuerza creadora: la crónica y el teatro.

LAS CRÓNICAS

Muchos de los invasores que llegaron al nuevo mundo estaban impulsados por las fuerzas espirituales del Renacimiento, pero en sus sentimientos bullía y hervía la tradición medieval. Y es importante recalcar que quizás, España fue la única república del viejo mundo que por siglos no se quitó el lastre medieval. Y es así, pues lo que vieron en su vida fueron catedrales góticas, estolas y casullas, claustros y monasterios, cruces y ostias, influencia que será notoria en los escritos que legan los conquistadores, pues en ellos difícilmente emerge el pensamiento renacentista.

Las Crónicas, son semejantes a las catedrales góticas. Penetran la realidad sin definirla, sin encerrarla, agujerean el espacio con estructuras aéreas, en los que triunfa la escultura y el vitral.

Crónicas fluidas, sueltas, espontáneas, complejas, libres, desproporcionadas, donde las anécdotas realistas, la admiración, la comparación y el asombro van por un lado y los símbolos cristianos del otro, como si fuese una conversación humana, un diálogo. En esas crónicas no encontramos el orgullo renacentista, la creación artística e intelectual de la creación y del ingenio. Pero a pesar de ese tufo medieval, sin embargo, los cronistas dieron a sus páginas una nueva clase de vitalidad, de emoción anti convencional, debido quizás a las faltas de educación, pues escribían lo que habían vivido, o porque, se dejaron exaltar por las maravillas que encontraron en esta parte del universo.

Los improvisados escritores de Indias, soldados o misioneros cuyo fin era la conquista o la evangelización, no estaban educados para escribir; sin embargo, a medida que viven la aventura americana sienten despertar su vocación de escritores. La mayoría de ellos no tienen una formación literaria, pero la elaboración imaginativa de sus relaciones, la fuerza narrativa y la emocionada contemplación de una realidad insólita admite, entre los estratos significativos de sus escritos, el de la interpretación literaria.

La lista de todos los cronistas, naturalmente que la encabeza Cristóbal Colón.[1] La Carta, que aún está perdida, que cuenta su primer viaje se imprimió en 1493, escrita con una prosa arcaica española, aprendida en Portugal, el genovés describió de manera desgarbada lo que veía. Cuando de pronto se encontró con América, creyó que navegaba ante Asia, pensó que habían triunfado sus teorías ante la terquedad de los consejeros de la reina, y soñó despierto que todos sus sueños se le cumplirían, especialmente el sueño del oro que traía metido entre sus pobladas cejas.

No habían llegado muy bien los nativos desnudos de piel amarilla en sus almadías, como llamaron inicialmente los españoles las canoas, cuando la ansiedad de Colón lo llevó a expresar la primera palabra que no olvidaría jamás: Nukay,[2] como los indios de la Isla de Guanhani, llamaban el oro. Pero el genovés debió sentirse desencantado ante su propio descubrimiento. Pues la grandeza y fama de que gozaba el Reino de Catay en Europa, contrastaba con lo que estaba viendo: islas pobres, pobladas de mujeres y hombres desnudos que no conocían el filo de las armas. Colón, a pesar de todo, no supo apreciar ni el paisaje ni al hombre americano.

Al leer los europeos el relato de Colón, confirmaron viejo sueños utópicos y pudieron dar sustancia a dos de los grandes temas renacentistas: el hombre natural, feliz y virtuoso, y la naturaleza, pródiga como un paraíso.

Sin embargo, en el fondo de los pasajes más vividos de Colón no hubo una visión directa del Continente recién vislumbrado, sino el reflejo de nubes de un lago quieto, de figuras literarias tradicionales. A pesar que se movía por impulsos descubridores de un hombre del Renacimiento, su pensamiento estaba atiborrado de las ideas medievales.

Aunque se ha dicho que no era letrado, toda una literatura de viajes reales e imaginarios, de mitos y leyendas, romances y cuentos populares, se le habían deslizado al alma y desde allí coloreaba y transfiguraba la realidad americana comparándola con sus tiempos idos: la naturaleza se hacía paisaje de jardín, el pájaro de las Antillas era aún ruiseñor provenzal. Su constante comparación con el antiguo continente, posiblemente opacó las singularidades de América: todo lo mide de acuerdo con las categorías europeas. Colón no describe por el afán de describir, como lo harán los posteriores cronistas. Colón tiene la agudeza proverbial del escritor: observa pormenores: “el can que no ladra”. Aún hoy al leer sus escritos sentimos el placer estético que siempre nos comunican los testigos de algo remoto y asombroso. Por ejemplo, las notas sobre la desnudez de las indias, la mansedumbre y la inocencia de sus risas, la ingenuidad de los nativos que admiran el filo de las espadas, el aire tibio de las islas verdes, la vida minúscula del grillo. A Colón, le llama más la atención la apariencia y costumbre de los indios que el escenario natural.

Este interés en lo humano, en sus costumbres y en sus tradiciones, en sus leyendas y en sus mitos, más que en lo panorámico no es nuevo. Dos mil años atrás, Herodoto,[3] Pausanias[4] y Hecateo de Mileto,[5] ya habían sentado las bases, que con los Relatos de Marco Polo y el Amadís de Gaula, adquieren relevancia, pues en ellas se nota más el aventurero que el hombre de ciencia, el fabulador más que el historiador. Los cronistas que llegaron a estos territorios escribían para satisfacer más la curiosidad que sentían los europeos por las aventuras vividas entre gente desconocida, que los problemas de los indios o la ubicación geográfica del Nuevo Mundo.

Las Crónicas de Indias, como toda la historiografía desde la antigüedad grecolatina hasta el siglo XVIII, guardan una gran similitud con los recursos expresivos de la prosa novelesca. Ante una realidad inusitada que supera la mirada objetiva, las relaciones escritas del Descubrimiento y la Conquista de América informan con rigor sin renunciar a una vocación creativa. Las antiguas leyendas, los resplandores heroicos de las novelas de caballerías, los códigos culturales del Renacimiento, confluyen en un discurso que desborda las interpretaciones inmediatas para alcanzar su plenitud en el plano alegórico.

A esta concepción se aproximan por distintas vías de acceso las aportaciones culturales de los pueblos conquistados, que van impregnando el discurso impuesto con variantes reflexivas y creativas propias de una mirada y un lenguaje diferentes.

Colón, solo en el informe del tercer viaje anotó la posición de las estrellas, pero aún en eso fue más poético que científico:

“Tomé grande admiración, de la estrella del Norte. Las diferencias de medidas en el cielo recién descubierto, me dicen que la tierra no es esférica, como he creído, sino como forma de teta de mujer, con el pezón en alto, cerca del cielo y por eso los navíos van alzándose hacia el cielo suavemente y entonces se goza de más suave temperancia".[6]

Si uno de ustedes hiciera un rápido sondeo en sus conocimientos sobre las cronologías americanas, encontrará que hubo escritores a montones, unos más importantes que otros. En esos tiempos, como en todas las épocas de la humanidad, escribir era una obsesión, un irresistible prurito colectivo. No solo se escribía, sino que se escribía sobre quienes escribían. Don Juan de Castellanos legó una galería de claros varones de la pluma.

También hubo sátiras y uno de los más famosos fue el sevillano Mateo Rosas de Oquendo (1559-1595), quien recorrió Panamá, Perú, Argentina y México y en cada lugar dejó sus voces amargas, pues además de que despreciaba cuanto veía, “se reía y burlaba de los pobres que, al llegar a América, se hacían descender de nobles, y eran hijos de gañanes”.

En todo caso, la narrativa en el Nuevo Mundo comenzó como había comenzado en el antiguo continente: en la historiografía. Como en Herodoto, padre de la historia y del cuento, también nuestros cronistas tuvieron esa doble paternidad.

Es difícil encontrar una pura literatura narrativa, por cuanto desde 1531, sucesivamente aparecieron una serie de Decretos reales que prohibían la circulación de novelas conocidas en esa época como historias fingidas o libros de romances que trataban de materias profanas y fabulosas. A esta prohibición, hay que sumarle otras circunstancias, tales como las pocas imprentas que existían, la falta de lectores, y quizás el más letal de todos era el de enviar el manuscrito a España para que el rey, a través de sus censores, otorgara la licencia de impresión, la podía demorar uno, dos y hasta cincuenta años. Sin embargo, el español-mexicano en 1608, publica en España “Siglo de Oro en las selvas de Erífile”, novela pastoril, siendo ésta la primera que se escribe con tema aborigen.

A la par de la crónica y a falta de historias fingidas, surgió el teatro en toda su plenitud, pero ese es un tema de otro costal.

Cartagena de Indias, 31 de mayo, año de la Pandemia.

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[1] Cristóbal Colón (¿1451?-1506), que habla de "las islas" descubiertas el 12 de octubre de 1492. Es el primer escrito sobre el Nuevo Mundo.

[2] Carta de Colón.

[3] Heródoto o Herodoto (c. 484-425 a.C.), historiador griego, reconocido como el padre de la historiografía. Nació en Halicarnaso (actual Bodrum, en Turquía), de donde se cree que estuvo exiliado hacia el 457 a.C. por conspirar contra el gobierno de la ciudad, favorable a los persas. La dirección y extensión de sus viajes no se conocen con exactitud, pero le proporcionaron valiosos conocimientos de primera mano de casi todo el antiguo Oriente Próximo. cultural del mundo griego, donde obtuvo la admiración de los hombres más distinguidos, incluido el gran político ateniense Pericles.

[4] Pausanias, (fl. siglo II d.C.), historiador, viajero y geógrafo griego. Probablemente nativo de Lidia, en Asia Menor, viajó por Grecia, Macedonia, Italia y algunas zonas de Asia y África. Escribió una obra importante, Hellados periegesis (Descripción de Grecia), que da una información detallada sobre los monumentos artísticos y sobre las leyendas relacionadas con ellos.

[5]Hecateo de Mileto (550 a. C.-476 a. C.), historiador griego. Por el método histórico que utilizaba para sus estudios e investigaciones se clasifica entre los logógrafos. Es el primero de los autores clásicos que mencionan a los pueblos celtas. Es autor de Ges Periodos ("Viajes alrededor de la Tierra"), obra en dos libros, cada uno de los cuales se organiza a manera de periplo.

[6] Historiadores de Indias: Los Clásicos, W.M. Jackson, inc. 5ª edición 1973. Made in México. Página 16.

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