En busca de una sociedad posible, la solución de Colombia o de cualquiera de nuestros países, implica una solución latinoamericana. Toda América Latina es una sola nación. Ninguno de nuestros países se puede desligar de un contexto, unas alternativas y unos tiempos que nos unen, nos revelan la necesidad de una gran solución común y nos animan a conformar una Patria Grande, una formidable comunidad. No debemos aceptar más la existencia de seres excluidos, despreciados, desesperados, dispuestos por necesidades elementales, a configurar el lumpen de gran parte del ámbito latinoamericano.
Aunque la teoría moderna del Estado pregona la equidad para los pueblos y establece razones y acciones que evitan los extremos, los países latinoamericanos están en poder de dinosaurios que sólo buscan mantener sus privilegios.
Tenemos estados perversos que obligan a las comunidades a defenderse de sus atropellos. Las condiciones imperantes demuestran que en Latinoamérica tenemos estados tan fallidos, que representan un riesgo para sus pueblos. Se cometen toda clase de tropelías en nombre del Estado.
El aparato de Justicia, con sus abogados, jueces y tribunales, es supuestamente una herramienta de la democracia, pero principios y mandatos claros, lógicos, fundamentales, se desglosaron en infinidad de disposiciones, normas, leyes, códigos, edictos, ordenanzas, títulos, reglas, capítulos, numerales, artículos, parágrafos, cláusulas, incisos, sentencias, cartas, agravantes, atenuantes, instancias, prescripciones, preclusiones, vencimiento de términos, fueros, transacciones, retroactivos, excepciones, conciliaciones, preacuerdos, principios, rebajas, términos, etc., etc., etc., cumpliéndose finalmente la sentencia de Adriano: “el Derecho es una telaraña que no atrapa sino pequeños insectos”.
Y brotó un floreciente negocio de trámites para manipular ese tinglado jurídico con laberínticos procesos, complicados y costosos que convirtieron la ley en interpretación a conveniencia, a costa de la justicia, en un artificio al servicio sólo de quienes pueden pagar: con dinero y poder, hay justicia a la medida.
Vivimos democracias de papel. Es decir, en estas “democracias” la gente cree que está actuando de acuerdo con su voluntad. No somos conscientes de un astuto acto de magia, la ilusión de la libertad. Si, votamos libremente, pero otros nos imponen por quién podemos votar.
La gran mayoría de los que hemos “elegido” para asumir esas responsabilidades no se desempeñan como Hombres de Estado.
Hombre de Estado es la persona a la que se le atribuyen especiales condiciones para hacer parte del grupo selecto de seres humanos que dirige los destinos de una nación. “Por sus frutos los conoceréis”.
En Latinoamérica, durante generaciones, ese “selecto grupo” nos viene arrebatando el acceso a lo mejor de nuestra existencia, que es tan corta: nuestra tranquilidad, nuestro bienestar, nuestra dignidad.
La gestión social es un aspecto primordial y necesario que se desarrolla en el contexto de la política. El ejercicio de la política es un privilegio especial, es una gran oportunidad que permite a algunos afortunados trazar el destino de muchos seres humanos, pero sufrimos la mediocridad de nuestra clase dirigente y política y su falta de honestidad y de honor.
Muy pocos políticos latinoamericanos asumen con responsabilidad la obligación de desempeñarse en un mandato que involucre una gestión limpia y eficaz administrando bienes que nos pertenecen.
En nuestros países la política se manipula con dinero, con retórica y con los medios de comunicación.
Son muy pocos nuestros hombres de Estado que conciben la política como la conciliación de intereses antagónicos que se deben armonizar para el bien general, cumpliendo premisas de integridad y rectitud.
Insurgencia no son solamente las acciones de un movimiento rebelde. Es la fase actual de las cosas, es la corrupción, el nepotismo, la impunidad, el desorden, el caos, la injusticia. Ahí están las verdaderas razones de nuestra desgraciada pobreza y violencia.
A lo largo de nuestra existencia hemos sido circunstantes del transcurrir de acontecimientos que nos condenan al subdesarrollo, hemos presenciado, indolentes, la funesta gestión de los responsables de dirigir estos territorios.
Personajes, cuya presencia por acción u omisión hemos permitido, vienen convirtiendo gestiones ejecutivas, legislativas, judiciales y hasta militares, en acciones criminales que están propiciando el imperio de la injusticia y la miseria.
Al repasar y analizar la historia de Latinoamérica, se evidencia nuestra indiferencia y conformismo que nos hacen cómplices de los infortunados sucesos que ocurren y que son criminalmente reiterativos.
Se requiere demoler completamente este sistema de miseria para dar paso a que todos participen en una forma correcta de vivir, un movimiento de concienciación, de latinoamericanismo, una revolución implacable que permita otra perspectiva de futuro.