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Recuerdos Navideños


En Colombia hemos tenido una semana muy convulsionada. Un Paro Nacional que se hace en medio de una sociedad polarizada y tensiones muy graves. No se sabe cómo terminará todo esto y seguimos expectantes de un cambio grande que llegue de un momento a otro. No hay solución pronta y los ciudadanos del común no aceptan respuestas tibias sino transformaciones profundas. Y así, de pronto, vemos que los aires de Navidad se toman las calles, los almacenes y nuestras almas.

Con entusiasmo comenzamos a dedicarnos a nuestra propia versión íntima de la época navideña. No vivo ahora en la misma casa que en la navidad pasada así que mientras planeaba cómo decoraría mi nuevo hogar llegaron, como una cascada fuera de control, las evocaciones de las navidades pasadas.

Mi madre, proveniente de una familia profundamente católica, encarnaba, con todos los detalles necesarios, el espíritu de la Navidad, tal y conforme lo describió al detalle Dickens en su célebre obra. Ella era una mujer que amaba la música por sobre todas las cosas. Tocaba muy bien violín, o como decía una prima hermana mía, cuando éramos niñas, “la guitarra con el palito”. Cantaba con voz de contralto y mi padre le bromeaba diciendo que ella lo había seducido cantándole al oído ‘Cartagena’ de Adolfo Mejía. No era ella una mujer muy efusiva ni expresiva pero llegaba diciembre y se transformaba de inmediato.

Lo primero que mi madre hacía era poner el pesebre. Labor dispendiosa y larga pues quería que todo narrara la historia del nacimiento de Cristo. Por eso, me permitía que muchas cosas mías, como muñecas y figuritas de porcelana, propias de una habitación de una niña pequeña, participaran de éste. Desde animalitos como perros, gatos, conejos pasando por Blanca Nieves, Dumbo y otros personajes de Disney de diferentes tamaños. Algunos eran más grandes que las iglesias de cartón que se ponían, y otros que apenas se veía. Era frecuente entonces que en las fiestas de Primera Comunión que en las sorpresas que nos obsequiaban vinieran ángeles que, por supuesto, custodiaban el portal del Nacimiento. Todos los días se les agregaba algo más casi hasta el seis de enero.

Cuando estaba en la pubertad comencé a interesarme seriamente por la cocina. Así que a partir de ese momento mi presencia en las celebraciones de mi casa siempre estaba relacionada con demostrar mis habilidades gastronómicas. Navidad era uno de esos momentos. Un pudín inglés de frutas era el elegido en este caso. A mediados de noviembre comenzaban los preparativos comprando toda clase de frutas confitadas, nueces, almendras y principalmente ciruelas pasas y uvas. Mi padre compraba un buen brandy francés y en un frasco muy grande metía a las pasas para irlas curando. A principios de diciembre se horneaba el pastel que de allí en adelante era bañado en ese licor cada tercer día. Así hasta la fecha señalada. Como dice Saint-Exupéry los ritos son muy importantes en la vida y tal vez por eso las expectativas de lo que sucedería al momento de sentir el primer bocado que probáramos eran y son esenciales.

Llegaban las novenas y todo era fiesta y cantos de villancicos. El disfraz de campesina cundiboyacense que detestaba porque amaba el de Michín y otro de valenciana que me hacía sentir como una princesa. Esos días dedicados principalmente a los más pequeños de las casas eran los más esperados. El propósito nuestro siempre fue rezar con fervor para que el Niño Dios llegará con todo aquello que habíamos pedido. Sin embargo, mi mamá manifestaba que eran millones los niños en el mundo que pedían obsequios y que, por lo tanto, debía conformarme con lo que me trajera. Resignadamente lo hacía pero siempre creía que al siguiente año si podría cumplirme todos mis anhelos. Así suele soñar la mente infantil…

Estos recuerdos de aquellos años de niñez y primera adolescencia forman parte de mi epidermis. Emergen por mis poros cada diciembre. Ellos se saben muchos villancicos y huelen a natilla, buñuelos y flan de caramelo. Porque las saudades de nuestros primeros años nos ayudan a afrontar con esperanza esos años duros que más tarde nos llegan. Benditas navidades de sana alegría alimentada con la nuestra mirada ingenua.

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