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'La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil Días'


“La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil Días”

Obra de la autoría de los hermanos Antonio Botero Palacio y Próspero Botero Campuzano

Después de leer varias veces el libro 'La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil Días'[1] de los investigadores Antonio Botero Palacio y Próspero Botero Campuzano, editado por el Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes del Departamento y la Gobernación de Bolívar, comencé a rebuscar en los archivos de esta memoria fresca y agobiada por el paso de las lluvias y logré entresacar de todas esas páginas deshechas por el paso inexorable del tiempo las charlas que en la casa de la Albarrada, sostenía mi padre con don Edulfo Mancera, un cazador de manatíes hembras, que contaba con entusiasmo la participación de cientos de personas de aquella región en la Guerra de los Mil Días, cuando se enfrentaron los Revolucionarios comandados por el general Rafael Uribe Uribe contra las fuerzas regulares del gobierno conservador, muy cerca de Las Marías, dónde aún todavía en tiempos de sequía se ven las costillas del legendario buque 'David Arango'.

Siempre pensé y tuve la certeza que aquellas evocaciones que don Edulfo Mancera sacaba a relucir en sus momentos de temple, después de cazar con el arpón de su felicidad un manatí hembra, no eran más que el delirio de un mochoroco de racamandaca, que quería darle a sus ancestros un ribete mítico y heroico.

Pero hoy, después de que han pasado tantas y tantas lunas y se han extinguido aquellos manatíes, como por arte de magia han emergido los recuerdos perdidos en los plúteos y baldas del tiempo, con el libro de los hermanos Botero, que para bien de nuestra historia reciente nos refresca uno de los acontecimientos más violentos en la vida republicana de la Nación y revela un hecho que había pasado inadvertido en las cronologías del departamento de Bolívar: “La Batalla de Magangué”.

La guerra de los Mil Días, conocida también como guerra de los Tres Años, fue guerra civil colombiana, que tuvo lugar desde el 17 de octubre de 1899 hasta el 1 de junio de 1903, en la cual se enfrentaron los conservadores con el apoyo del gobierno de Manuel Antonio Sanclemente, que padecía un deterioro de la memoria hasta el punto de nombrar como ministro a una persona que hacía meses estaba muerta, y quien fue sucedido en 1900 por el vicepresidente José Manuel Marroquín, que según los historiadores era considerado la marioneta de Caro, contra los liberales organizados en buena parte en guerrillas, dirigidos por Gabriel Vargas Santos, Foción Soto, Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe y Justo L. Durán.

La guerra puso a estos últimos a vibrar con la esperanza de imponer unas reivindicaciones que desde ha muchos años reclamaban, pues la Regeneración de Núñez había llevado a la ruina con su sistema de expoliación económica a la mayoría de jefes liberales.

La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil días es un libro de obligada consulta por los historiadores e investigadores, pues revela hechos desconocidos hasta ahora de aquella época funesta para el país y nos recuerda que sobre la Historia de los pueblos aún nada está dicho.

Es de justificar, tal como lo dicen los autores, que cuando en la misma Magangué “les preguntaron a algunas personas que se encontraban en la Casa de la Cultura si tenían conocimiento de Rafael Uribe Uribe y de la Batalla de Magangué”,[2] la mayoría respondió de manera espontánea que no tengo ni idea. Y es así. Y confieso que desde el mismo día en que recibí la obra, la he leído y analizado, también no he cejado en la búsqueda de elementos que me reafirmen que en Magangué si se dio la batalla el sábado 22 de septiembre de 1900[3] y que en esa ciudad, se realizó un encuentro entre los Generales Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera, el 28 de septiembre de 1900,[4] cuando este último venía a hacerse al mando de los ejércitos de la Revolución en la Costa Atlántica.

El libro La batalla de Magangué es un reconocimiento a los héroes de aquellos días, al general Medardo Villacob, los capitanes Teófilo Villacob y N. Donado y al sargento mayor Francisco Javier Tobío, quien por su valentía y su bravura, como era costumbre, que los ascensos y laureles se hicieran in situ, fue ascendido a Teniente Coronel en la propia azotea de la casa donde peleaba por la causa revolucionara.

Fueron, según cuentan los investigadores, 14 días en que permaneció en la ciudad el General Rafael Uribe Uribe con sus fuerzas,[5] hasta que Magangué sucumbió y cayó nuevamente bajo las fuerzas del Gobierno.

Ese lapso, que me he cansado de buscar en los libros 'Palonegro',[6] escrito por el comandante de las fuerzas gobiernistas, 'Memoria de la Guerra de los Mil días',[7] de la autoría de Lucas Caballero, el secretario de Guerra de los generales Vargas Santos y Rafael Uribe Uribe, la Guerra de los Mil Días de Joaquín Tamayo, escrito en 1935 y la Batalla de Palonegro de Adolfo Córdoba, publicado en 1904, no lo he encontrado como un referencia directa. Es posible que para los protagonistas de aquellos tiempos, que eran tan meticulosos en sus informes, que contaban los heridos, las armas, las balas, se le hubiese pasado por alto que en Magangué hubo una batalla y que allí quedó tirada la espada del General Rafael Uribe Uribe, la misma que le había regalado el héroe cubano Maceo, años atrás.

Es importante anotar que la Guerra de los Mil Días, como en la mítica Guerra de Troya, en que las ciudades-estados y hasta los dioses, semidioses y héroes, tomaron partido por unos y otros, también direccionó la opinión de las naciones circundantes, pues a pesar de que al finalizar el siglo XIX Colombia seguía siendo un país relativamente aislado de las corrientes mundiales, cuya capital casi nadie la visitaba y tampoco había nada que exportar, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Estados Unidos, que le tenía el ojo echado desde hacía rato al Istmo de Panamá, tomaron partido y apoyaron las fuerzas en conflicto de acuerdo con sus ideologías.

La Nación, en las postrimerías del siglo XIX, bajo la influencia perniciosa de la Regeneración, tenía sus fundamentos en doctrinas conservadoras: régimen centralista de autoridad, Concordato, nepotismo e influencia clerical. En cierto sentido la República de Colombia era una isla conservadora, rodeada por un mar de simpatizante del liberalismo y el radicalismo. A Venezuela, después de las sucesivas derrotas de los después de 1860 se refugiaron algunas personalidades de las letras y de la política como José María Vargas Vila, Alirio Díaz Guerra y Diógenes Arrieta. Otros ilustres colombianos buscaron, no solo promesas sino también armas en el gobierno de Joaquín Crespo, quien murió en una escaramuza con las fuerzas populistas del general José Hernández, llamado el Mocho, que fue aprovechada por el político Cipriano Castro, quien desde Santander, invadió el Táchira con 60 hombres, y tras una serie de victorias y derrotas, llegó a Caracas y a la presidencia del país. Castro jugó un papel importantísimo en la Guerra de los Mil Días, por el apoyo que dio a la Revolución colombiana, a través de la ruta de Maracaibo.

Ecuador, a finales del siglo XIX, otro de los heredero de la Gran Colombia, tenía un gobierno muy distinto al nuestro. Eloy Alfaro, un revolucionario profesional, liberal, anti clerical, radical, espiritista, místico y héroe de mil batallas, estaba muy estrechamente ligado con el liberalismo colombiano. Entre su séquito de colaboradores estuvo el periodista radical colombiano, el Indio Uribe, exiliado por la Regeneración. Alfaro que no gozaba del apoyo de la burguesía de la costa, facilitó a la Revolución armas remington, grass, peabody, manlincher. En Nicaragua Santos Zelaya, otro mandatario con bastantes dificultades, apoyó y acogió a los líderes de la Revolución cuando estos solicitaron su ayuda, especialmente al liberal panameño Belisario Porras, pues también desde hacía rato le tenía el ojo echado al Istmo de Panamá. En Europa, como era de esperarse muy poca expectativa despertó la guerra entre los gobiernos, no así entre los literatos, fruto de ello fue la novela Nostromo de Joseph Conrad en que la guerra tiene un papel protagónico.

En todo caso, la obra es en cierto sentido una síntesis de los sucesivos enfrentamientos entre liberales y conservadores, que comprometieron a todo el territorio nacional con excepción de Antioquia, que se mantuvo al margen de la contienda y las zonas selváticas del país. Las Batallas de la las Lajas, Peralonso, Palonegro, Obispo, la Humareda y muchas otras hasta culminar con los tratados de Paz: de Neerlandia, firmado entre Rafael Uribe Uribe y Juan B. Tovar; el de Wisconsin, nombre del barco de guerra estadounidense que sirvió de sede para las negociaciones, en el cual rindió sus armas el Ejército liberal (10.000 hombres) que dirigía victorioso Benjamín Herrera en Panamá; y el tercero, el de Chinácota, que fue firmado con el anterior en noviembre de 1902.

Escrito con un lenguaje a veces prosopopéyico, la obra en sus 74 páginas revela muchos datos y acontecimientos desconocidos por la historia regional y hasta por las obras escritas por los protagonistas, pues en el libro de Lucas Caballero, escrito casi 38 años después de la guerra, solo menciona las poblaciones de Simití, Arenal, Norosí y el brazo de Morales donde el General Benjamín Herrera se apertrecha y se prepara para emprender marcha hacía Cartagena.

Con respecto a Uribe Uribe, dice que llegó el general con sus ayudantes, después de una increíble campaña en el Departamento de Bolívar, en la cual, al concluir un combate entraba en otro, casi sin armas y sobre todo sin municiones, para no caer prisionero del gobierno.[8]

Respecto al 'Machete de Maceo', la misma arma que había utilizado Antonio Maceo junto a José Martí y a Máximo Gómez cuando iniciaron la insurrección en 1895 en Cuba, y que de acuerdo con la tradición le entregó al General Uribe Uribe, según lo cuentan los investigadores aún reposa en casa de Raúl Meola López, como una de las grandes reliquias de aquellos nefastos días.

En fin hay mucha tela que cortar en este pequeño libro que nos vuelve al pasado, a ciento cinco años atrás, a una guerra que han querido ocultar sospechosamente, por lo absurda y por las terribles consecuencias que trajo para el país como la pérdida del Canal de Panamá y el recrudecimiento de unas tiranías civiles que se apoltronaron treinta años después, hasta cuando surgieron los hijos de la guerra y acabaron con la hegemonía que había sumido al país en la más miserable postración.

Reafirmo lo que dice el señor gobernador en la nota de presentación, pero además considero que es una obra que debe estudiarse y analizarse, pues en ella hay mucha letra menuda y muchos hechos desconocidos por nuestras academias.

Por último, en mi condición de presidente de la Asociación de Escritores quiero felicitar a mis amigos Antonio Botero Palacio y a Próspero Botero Campuzano, porque con este libro sobre la Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil días, han despertados los recuerdos que traigo sumergidos desde niño en esta memoria chimila, desde aquellos lejanos tiempos cuando mi madre Dona hacía el desayuno en el fogón de leña en la casa de la Albarrada, y yo en medio del gruñir de los cerdos tontos, el cacareo de las gallinas sordas y los ladridos de los canes, escuchaba a Don Tomás Daniels, mi padre, y a don Edulfo Mancera, el cazador de manatíes hembras, que hablaban con entusiasmo y con alegría de la participación de cientos de valientes godos y mochorocos en la Batalla de las Marías, muy cerca de donde se encuentran los restos siniestrados del Buque David Arango. Gracia a Dios y a los autores del libro esos recuerdos, aún todavía, siguen vivos.

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[1] Este trabajo fue leído el día 2 de marzo de 2006, en el Salón del Rey de la Casa de España, en el acto de presentación y lanzamiento del libro “La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil Días”, obra de los hermanos Antonio Botero Palacio y Próspero Botero Campuzano. Solo hasta ahora se publica.

[2] “La Batalla de Magangué en la Guerra de los Mil Días”, Editado por el Fondo Mixto de Cultura Departamental y la Gobernación de Bolívar. Impreso en Ediciones Pluma de Mompox, 2006. Páginas 12 y 13.

[3] Idem, página 65.

[4] Ídem, página 68.

[5] Ídem, página 77

[6] Palonegro, Enrique Arboleda C. Imprenta Nacional, Bogotá, octubre de 1900

[7] Memoria de la Guerra de los Mil Días, Lucas Caballero, Editorial “Águila Negra”, Bogotá, 1939

[8] Lucas Caballero, Ídem, página 58.

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