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Reflexiones en altamar


Enfocamos nuestros conflictos desde un recurrente punto de vista económico, político y social, pero lo cierto es que nuestros problemas se originan en un trance moral y espiritual suscitado por el hombre y sus compromisos con el poder y la riqueza. A la moral y al espíritu los hemos reducido a un mero discurso religioso.

Los ibéricos nos impusieron un culto, una religión. A lo largo de los siglos, los responsables de esa iglesia, como administradores de la fe que nos correspondió, alineados siempre con ese poder y esa riqueza, vienen arrastrando pésimas referencias: participación en las atrocidades de la Conquista y en las crueldades de la Inquisición, venta de indulgencias, connivencia con la Esclavitud, complacencia con las Dictaduras, discriminación sexual, fraudes financieros, práctica y tolerancia con la pederastia, etc., contradiciendo con sus acciones un supuesto liderazgo espiritual, traicionando con oscuros anhelos de divinidad, ideales que dicen representar. Además de Dios, los españoles trajeron al diablo.[1]

La intromisión y el dominio de esa iglesia en la escena latinoamericana, con sus prejuicios y fanatismo contra la sexualidad, sataniza instintos bellos y vitales, distrayéndonos de los verdaderos problemas. Con muy pocas y dignas excepciones, no han aportado soluciones reales a tantas complicaciones que nos agobian.

Con promesas de premios y amenazas de castigo, en el más allá, se desvía el sentido de un mensaje fundamental que no puede ser separado del coraje de un judío-palestino enigmático y rebelde que con su elocuencia fascinaba e irritaba a romanos y fariseos hace más de dos mil años, y que fue asesinado en el monte Golgotha, por agitador con sus ideas, con sus palabras y con sus acciones contra la injusticia y el abuso de poder. Estancamos en palabras, en liturgias y sermones, en pecados y alabanzas, una profunda concepción sobre el amor al prójimo, la justicia, la misericordia…

El Homo Sapiens no presenta evolución espiritual. Continuamos siendo vacíos, soberbios y superficiales. No hemos entendido que el poder y la riqueza pueden ser, pero con sentido de servicio, no como generación de miseria. No hemos asumido el concepto de respeto.

La búsqueda de respuestas a la inquietud sobre nuestro primigenio origen, las expectativas sobre nuestro destino final, el primordial interrogante: ¿Porqué?, implican una misión, un sentimiento que tendría que ser el patrón universal. Para Gandhi era la iluminación de la oscuridad.

Nos referimos al 'problema social' de Latinoamérica como la causa de nuestros conflictos, pero la inconsciencia es el conflicto que tenemos, lo demás son consecuencias.

El Amor y la Justicia asumidos como asuntos terrenales nos conducen a evitar la verdadera pobreza: la pobreza espiritual.

Damos cabida a la lectura, a la filosofía, al arte, a la reflexión, a la meditación… cuando hemos superado ciertas comodidades materiales. Todas las personas pueden buscar las respuestas si tienen tiempo, disposición y actitud para utilizar su razón y su corazón, pero cuando un individuo no puede satisfacer requerimientos esenciales de comida, techo, salud… no le queda más alternativa que dedicarse a cavilaciones y actividades de supervivencia.[2] Es inaudito que por alcanzar una potestad, una fortuna, seres humanos se dediquen a hacer daño a los demás, a la sociedad, a la humanidad. Sólo una desconocida función histórica puede explicar un proceder tan descabellado.

“Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a mirar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que nunca falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana.

Creo que la libertad nos fue destinada para cumplir una misión en la vida; y sin libertad nada vale la pena. Es más, creo que la libertad que está a nuestro alcance es mayor de la que nos atrevemos a vivir. Basta con leer la historia, esa gran maestra, para ver cuántos caminos ha podido abrir el hombre con sus brazos, cuánto el ser humano ha modificado el curso de los hechos. Con esfuerzo, con amor, con fanatismo”: Ernesto Sábato.

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(1) SOTO HERNÁNDEZ, Jairo Enrique, ‘El diablo en la cultura popular del Caribe Colombiano’, 208 p., Editorial La Iguana ciega, ISBN: 9789589953662.

(2) Un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) indica que, durante 2017, el 30,2 por ciento de nuestra población, alrededor de 184 millones de personas, vivía en condiciones de pobreza, en tanto que un 10,2%, unos 62 millones, se encontraba en condiciones de pobreza extrema, de miseria.

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