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¿‘Educación gratuita’?


Una de las demandas más comunes en las manifestaciones estudiantiles hoy en Colombia es la que se refiere a la “educación gratuita”.

“¡Educación gratuita ya!”, “¡Educación gratuita y de calidad para todos!”, “Gratuidad en la educación”, etc., se lee en las pancartas y se escucha en las arengas. Y esto se refleja en que los candidatos políticos y los gobernantes hablan también de “educación gratuita” y de la necesidad de avanzar cada vez más hacia ella. Se ha convertido en una exigencia y un norte para todos, sin miramientos ni consideración. Nadie lo cuestiona y a nadie despierta sospechas.

Aunque es cierto que el Estado debe propender por brindar una educación pública al alcance de las mayorías –que ofrezca posibilidades de acceso a todos los sectores sociales, especialmente a los menos favorecidos, ofreciendo costos muy bajos e incluso sin ellos, según el caso–, la idea de que exista algo gratis, es decir, regalado, así, sin más, semántica, sociológica e incluso psicológicamente hablando, deja una sensación a nivel individual y social que puede tener consecuencias nefastas.

Con una juventud que piensa que rebeldía es rayar paredes, destruir cosas, despreciar y atacar cualquier idea de orden, deber o responsabilidad, la exigencia de una educación gratuita empieza a sonar como una exigencia caprichosa desentendida de cualquier fundamento político y administrativo. Cualquiera que entienda con algún grado de profundidad que la sociedad, en su sentido filosófico y funcional, tiene que ver con un conjunto de relaciones en las que todos se comprometen con unos objetivos concretos y contribuyen de alguna manera con ellos, sabe que nada en una comunidad es y puede ser gratuito.

Si alguien estudia con costos extremadamente bajos o sin pagar absolutamente nada, no es porque sea 'gratis', sino porque de alguna manera está siendo subsidiado con impuestos de todos a través de la mano del Estado. Y por esa misma razón debe algo a todos y al Estado. Este deber consiste, entre muchas otras cosas, en la excelencia, en el aprovechamiento y el uso adecuado de los espacios y los recursos, en servir y contribuir a la Nación y sus comunidades, en retornar algo al sistema educativo que le subsidió para que otros puedan beneficiarse del mismo modo.

Solo una juventud mediocre e individualista, que carece de un tipo particular de despolitización, piensa en la idea de educación gratuita. Una juventud con un espíritu elevado y consiente de su papel dentro de la Nación, sencillamente no hablaría de algo así.

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