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Se emborrachó la policía


Hace pocos meses, el incalificable atentado del ELN a la Escuela de Policía General Santander del pasado 17 de enero, puso los ojos sobre la institución y garantizó que la sociedad colombiana rodeara al organismo, generando una sólida y unánime oleada de solidaridad, en un país donde la unidad de criterio no es precisamente, el plato del día.

Desde la señora que va al mercado, hasta el potentado dueño de la cadena de supermercados, quedaron sensibilizados ante la tragedia que signó a la Policía Nacional.

Increíblemente, las direcciones nacionales y regionales de la Policía en vez de subirse a la cresta de la ola, dictaron unas directrices que hoy los tienen en el ojo del huracán. Como si hubiesen decidido hacerse el 'Harakiri, las direcciones empezaron a dar indicaciones a sus efectivos para perseguir vendedores ambulantes, generando una percepción perversa en la sociedad: "La Policía persigue a quienes venden y comen empanadas, mientras crece la delincuencia y la inseguridad en las grandes ciudades".

Y en los sucesivos meses vimos el triste espectáculo de servidores policiales, repartiendo muy democráticamente 'bolillo', a diestra y siniestra, insultando y atropellando, mientras sus superiores salen varias veces por semana a prometer investigaciones.

Muy rápidamente se fue al traste el manual de procedimientos; a una gran velocidad se esfumó la dirección centralizada; sorpresivamente las capacitaciones sobre procedimiento y derechos humanos desapareció, como por arte de magia.

Se supone que la Policía es la garante de la seguridad, la concordia, el control y el orden de la nación. Hoy, como lo expresan popularmente por las calles, pareciera que se "emborrachó la policía", pues no hay quien se ponga al frente y de línea y orden a la institución. ¿Quién le pondrá el cascabel al gato y pondrá orden a quienes debe ponen orden?

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