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Nuestro maniqueísmo político


La política en Colombia ha caído en una especie de maniqueísmo que se expresa en una profunda polarización. Parece que no se puede salir del binomio izquierda derecha. Cuando uno habla con la gente sobre algún tema político o de la realidad política colombiana parece imposible superar estas dos posturas y ser situado en ellas. No se puede escapar. Se asemeja a una cuestión escatológica que sirve para identificar buenos y malos, para acercar o apartar. Y, a partir de allí, algunos, pretendiendo ser más inteligente y queriendo apartarse de estas otras mayorías, aunque generalmente sin muchos fundamentos y sin alternativas significativas en la realidad, proponen un centro que es de algún modo hoy tan inútil como inexistente.

Las redes sociales, los escenarios académicos y los debates políticos a diferente nivel están atravesados por esta lógica. En este sentido dos personajes encarnan dicha bipolaridad: Gustavo Petro y Álvaro Uribe. De un lado, los seguidores de Gustavo Petro se caracterizan por considerarse a sí mismos como los defensores de la libertad, la igualdad y los derechos de todos; “del país, los ciudadanos y los votos libres” tal como el propio Petro ha dicho. Son dominantes entre la juventud 'progresista', amante más de las libertades y los derechos que de los deberes y las responsabilidades, y entre adultos melancólicos que en otra época simpatizaron con la izquierda tradicional, es decir, la de la lucha de clases. En su vocabulario se repiten con insistencia palabras como revolución, opresión, rebeldía, reivindicación, resistencia, lucha, minorías, etc. Sus palabras predilectas para referirse a los que no comulgan con ellos son facho, fascista, nazi, retrogrado, 'paraco', etc. Cualquiera que cuestione a su líder puede ser así catalogado, o simplemente como 'uribestia'. Para la mayoría de estas personas todo se soluciona protestando y marchando. Desprecian profundamente la autoridad y consideran a la policía mala por defecto. Defienden la universidad pública como protectorado de la izquierda y sus figuras paradigmáticas.

Por otro lado, están los seguidores de Álvaro Uribe. Se consideran como los defensores del orden y la seguridad. Se ven a sí mismos como los guardianes de la patria, la familia y las buenas costumbres. Son dominantes entre los mayores y entre jóvenes elitistas que han heredado de sus padres el desprecio por las mayorías pobres y desfavorecidas, sobre todo porque en su opinión merecen su condición o no dan para más. Tildan todo lo que critican o no comparten como comunista, socialista, mamerto, de revoltosos, de universidad pública etc. Los que critican a su líder clasifican todos como guerrilleros. Para ellos no existen problemas más allá de la seguridad y la solución necesaria para todo es la fuerza pública, con excesos incluidos y justificados, porque todo es justificado en un mundo que requiere orden a cualquier precio. Toda autoridad es para ellos buena por defecto. Las protestas las marchas y las reclamaciones, por antonomasia, son malas. Por eso la universidad pública para ellos es un nido de escorias que debe desaparecer junto con las facultades de Ciencias Sociales.

Desde estos extremos se hace hoy mayoritariamente en Colombia la política, o más bien se destruye la política. Porque configurarla a partir de prejuicios ideológicos y sectarismos que se hunden en la lógica schmitsiana del amigo enemigo es más acabar con ella que darle algún sentido, especialmente en un país que no ha sabido encontrar su rumbo entre la guerra y la indiferencia. Cabe entonces preguntarse si esta radicalización en dos extremos del pensamiento y la acción política no se corresponde quizá con una lógica de despolitización, pues tal como lo piensa Chantal Mouffe, se pasa a un estado sin política cuando la diferencia, que es su fundamento, desaparece, y el sectarismo no es la expresión de la pluralidad y el dialogo, sino del facilismo y la ignorancia. La política no es algo que preexista a la realidad en cada sociedad, debe por el contrario construirse a cada instante desde las particularidades de cada contexto. Vivir en comunidad está muy lejos de diferenciar entre buenos y malos y para hacer política no se puede ser de izquierda o de derecha, sino que se debe comprender y construir juntos para encontrar un camino.

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