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Tolerancia


Comencemos por el principio. Un atentado terrorista, sea contra quienes sea y venga de donde venga, siempre es reprochable y habla de una sociedad verdaderamente enferma. Más allá de los culpables directos, es un hecho que ningún caso estamos frente a una democracia en Colombia.

El ELN se atribuye ese cobarde acto de barbarie y, tratando de justificar lo injustificable, aducen que lo hicieron porque el gobierno no dio muestras de buena voluntad ante sus inequívocas intenciones de Paz. No queda claro qué tan fuertes eran dichas intenciones, si al primer obstáculo que aparece, en vez de buscar una solución consensuada, resuelven matar a jóvenes cadetes de la Escuela General Santander para hacer sentir su insatisfacción. Raciocinio carente de toda lógica y que es manifestación de su poca voluntad de dejar la violencia de lado. Pero hay algo más grave. Evidentemente la disposición de acuerdo es muy débil entre las dos partes. Estas muestras de poca ecuanimidad son la confirmación de que vivimos en un país que no sabe nada del respeto a los demás. No se cumple lo pactado y son tan frecuentes las agresiones pasivas que es muy improbable que exista cualquier entendimiento exitoso y perdurable. Esa forma de proceder del gobierno y de los subversivos, da pie a que los ciudadanos del común, se sientan autorizados para comportarse de igual manera cada vez que se encuentran en circunstancias similares.

Así se explica por qué el domingo 20 de enero pasaron las cosas que pasaron. Es necesario decir que en la Marcha por la Paz acontecieron hechos totalmente desproporcionadas y que deben avergonzar a todos los colombianos; independientemente de la posición política que se tenga. Se suponía que la citada marcha era una invitación a la reconciliación y a la defensa del derecho a la vida que tenemos los seres humanos. Sin embargo, se oyeron amenazas injustificadas en muchos videos subidos a las redes sociales. Diré que un evento que debió ser una reflexión sobre la necesidad imperiosa de combatir cualquier forma de violencia, terminó en convertirse en un campo de batalla por culpa de algunos individuos mucho más exaltados que cerebrales.

Por otro lado, lo que agrava la situación es saber que muchas de estas muestras de intolerancia provienen de personas que pasan los 40 años. Estamos frente a un comportamiento insólito. Se ha dicho, y hay mucho de verdad en esta afirmación, que a medida que pasan los años nos volvemos más ecuánimes y, por lo tanto, más sabios. Son los mayores los que tienen la obligación de transmitir valores y darle una moral sólida a la sociedad, pero es claro que estos individuos se alejan de esa cordura que deben tener los que han vivido más. Triste realidad para un país tan convulsionado.

La necesidad de la Paz en toda sociedad que quiera progresar no da espera. No es algo que pueda dejarse para más tarde. Urge. No buscarla es una irresponsabilidad de todos sus integrantes. De allí que no tenga cabida la agresión, ni de palabra ni de obra, en ningún caso. Es un hecho que se puede ser más o menos tolerante, de acuerdo con las circunstancias y que, en algunas ocasiones, hay cosas que nos parecen más difíciles de aceptar que otras. Somos humanos y todos los asuntos no nos interesan con la misma intensidad. Pero aprender a auto-controlarse, a ponerse en los zapatos del otro, a saber que en la vida la diversidad es necesaria, es fundamental en una nación que quiere ser armónica y que intenta dejar atrás una historia de constantes agresiones y violencia. No existen dos personas, por afines que sean, que piensen o sientan exactamente igual frente a los hechos cotidianos y mucho menos cuando de lo trascendente se trata. Eso no debe ser obstáculo para aceptar diferentes posturas frente a la realidad y respetarlas, sin odios ni deseos de venganza.

Si alguien convoca a que la comunidad se pronuncie para buscar deponer las armas y caminar hacia la PAZ no es adecuado, ni mucho menos sensato, hacerlo en medio de acusaciones a otros políticos o gobernantes que han buscado caminos a la concordia diferentes a lo que él hubiera adoptado. Se trataba de hermanarnos en un dolor común. La palabra que debía primar era SOLIDARIDAD, no intemperancia. El sentimiento de horror por la muerte de muchos jóvenes hermanos, víctimas de la intolerancia, la empatía que surge al imaginar a familias en llanto debió ser lo que convirtiera a los colombianos en compañeros incondicionales. Sin embargo, varios no lo entendieron. Gritaron, como poseídos, que mataran a sus opositores políticos. Pretendían acabar con esas personas que no eran sus copartidarios. Violencia y más violencia proclamaban y no se daban cuenta que no hay nada más lejano a una sociedad pacífica que aquella en la que la agresión es perpetuada. ¿Qué clase de apoyo a la Paz es ese? ¿Uno que propicia la guerra o el odio? Esos energúmenos, sean de la corriente política que sean, no han entendido que el perdón es el único camino para llegar a un país donde la guerra sea un recuerdo de un pasado que no se quiere repetir. No puede ser que sean tan irracionales. La única forma de conseguirlo es practicando la tolerancia. Esperemos que algún día podamos comprenderlo y aceptarlo.

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