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Nuestra herencia hispana más allá del principialismo


La llegada de un nuevo 12 de octubre nos interroga acerca de lo que es políticamente esta fecha, esto especialmente a causa de una interpretación domínate y cada vez más recurrente de lo que debería significar la hispanidad para nosotros, seres latinoamericanos, según la cual nuestra herencia española es despreciable, indigna, opresora etc., y nuestra herencia indígena, por otro lado y en contraposición, es oprimida, ideal, verdadera, legitima. No podría aquí en este espacio tan corto señalar con precisión las razones que han llevado a empoderar este tipo de discurso que tampoco me atrevería aquí a calificar, pero es evidente que se ha vuelto dominante y mayoritario, sobre todo a nivel académico.

El corte de esta interpretación predominante es comparable solamente con el intento de destrucción de la idea de Hispanoamérica, y su sustitución por la idea de Latinoamérica, que surgió en el marco de la guerra entre Inglaterra y España desde el siglo XVII en su nivel geopolítico y semántico, tal como lo cuenta Marcelo Gullo[1]. De acuerdo con el autor argentino, esta instrumentalización de la definición del territorio adelantada por Inglaterra en el contexto de la guerra buscaba operar una ruptura de los lazos entre el “nuevo mundo” y el mundo hispano, creando una enemistad permanente e implícita, basada en una supuesta relación dialéctica opresiva; como si la separación entre un 'ellos' y un 'nosotros' fuera posible en seres cuya particularidad precisamente es ser nativos y naturales de esta relación y, de esta forma, por ser la expresión más propia de la misma colonialidad.

De algún modo, aunque por extrañas razones sea incomodo aceptarlo y decirlo, nuestra vida es el testimonio vivo de la hispanidad. Nuestros apellidos, nuestras formas, nuestros modales en la mesa, nuestra manera de comer, la comida, nuestras creencias, nuestros esquemas de pensamiento y sobre todo nuestra lengua, son parte de ese mundo hispánico. Nuestra forma específica de ser Occidentales, que pasa por unas ideas generales sobre el ser, Dios, el sentido de la existencia, la forma en que asignamos valores y representamos el mundo, nos vienen de la tradición occidental hispánica. ¿Será posible entonces que nosotros no seamos ni víctimas ni hijos de la colonialidad; y que más que eso seamos la propia colonialidad? Propongo que lo consideremos, lo cual supondría, como señala Mauricio Nieto[2], romper esta falsa dicotomía del 'ellos' y 'nosotros' que ha prevalecido y repensar las historias que hemos estado contando, porque somos la colonialidad creándose a sí misma a cada instante.

Lo dicho hasta aquí no significa de ninguna manera que no sea fundamental visibilizar y denunciar las múltiples formas en las que la llegada de los pueblos colonizadores europeos derivo en diferentes actos contra poblaciones nativas y otras que llegaron en esos mismos procesos de colonización, como los pueblos afro que poblaron las costas en Colombia, igual que las diferentes formas en que versiones del eurocentrismo y el globalismo ejercen formas de colonialidad sobre nuestros territorios, pero supone que nos reconozcamos como lo que somos, dejando a un lado el mito del “primitivo ideal”, que ya nunca volverá y que de alguna manera nosotros nunca podremos alcanzar, sencillamente porque somos más hispánicos que nativos. No se trata de sentirse orgullosamente occidental o hispano, ni de afirmar que los intentos de descolonizar nuestras disciplinas y nuestras prácticas cotidianas no tengan valor, y menos significa que no debamos mantener una mirada crítica sobre el pasado y más sobre este periodo de la historia en el que se hunden nuestras raíces; mucho menos significa abandonar la búsqueda de nuestras especificidades y lo que algunos llaman lo propiamente latinoamericano. Pero sí implica considerar en qué sentido nuestra propia existencia es el resultado de esa colonialidad, de manera que si tratáramos de decolonizarnos a notros mismos posiblemente no quedaría mucho y quizá más bien nada.

Detrás de lo que hacemos, lo que decimos, del sentido que le damos al mundo no hay una esencia originaria esperando ser revelada o alcanzada, somos más bien la suma de acciones que nos han llevado a separarnos de allí, a veces radicalmente, y así, a ser parte de un sistema de estructuras ontológicas, morales, políticas, familiares, lingüísticas y en general culturales heredadas del mundo hispano. Este sistema nos ha permitido vivir, pensar, sentir, expresar, estrechar lazos afectivos y emocionales; y ha sido así porque no hemos tenido alternativa. En realidad no nos fue impuesto sino que hemos sido simplemente nativos de ese orden. En este punto puede ser útil pensar un concepto como transcolonialidad, recordando a Dusell, queriendo decir que no podemos librarnos de la colonialidad, ya que estamos atravesados por ella, nos es constitutiva e inherente, pero que de ninguna manera nos determina absolutamente, pensando en la lucha por una identidad regional que sea estratégicamente útil y significativa, y que a la vez no caiga en pachamamismos ni en discursos indigenistas que nos lleven a negar inocentemente nuestra propia condición como latinoamericanos y aun como hispanoamericanos.

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[1] https://www.geopolitica.ru/es/article/la-madre-patria-como-caso-practico-de-subordinacion-pasiva?fbclid=IwAR3ec_cCBYnAQJkm-HRK1LSTedRTvOiWx9XL6SlDg4E5l4pPk7vier1n-14

[2] https://lasillavacia.com/silla-academica/universidad-de-los-andes-facultad-ciencias-sociales/1492-fue-el-inicio-del

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