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El cochero, no siempre ha sido chambaculero


“Un cochero chambaculero, los llevará…”

Aunque algunas personas de nuestro tiempo consideran que el oficio de cochero siempre ha sido chambaculero, y que Cartagena fue la pionera, realmente esta actividad viene atada a la idiosincrasia de los pueblos desde los orígenes de las más antiguas civilizaciones y especialmente fenicios, mesopotámicos, egipcios, griegos, latinos, y no ha sido ajena a los dioses de las antiguas Mitologías.

En algunos escritos que esporádicamente aparecen en boletines que estimulan la actividad turística, de personas que se creen ilustradas y sabedores de muchas cosas, aseguran que esta actividad tiene su origen en la época del presidente Rafael Núñez, que fue la primera persona que en Cartagena la utilizó como medio de transporte cuando salía de su residencia en la finca de El Cabrero para dirigirse al Palacio de la Proclamación. Otros por el contrario contradicen dicha afirmación, pues consideran que el coche nació con la llegada de invasores y conquistadores, escribanos y amanuenses, picaros y trúhanes y toda laya de personas provenientes del viejo mundo.

Sobre la invención del carro, hay varias versiones que vienen de la mano de escritores tales como Jenofonte, que asegura que fue Ciro el inventor del carro. Ezequías, defiende a un rey de Babilonia y Ctezias, afirma que el inventor fue Semíramis. Erictonus, rey de Atenas, y otros investigadores, dan ese privilegio a Palas Atenea y algunos más atrevidos, aseguran que fue Salomón, para sacar a pasear en coches a sus seiscientas esposas y a sus trescientas concubinas. No obstante, las primeras informaciones acerca de carros de las que se tiene noticias, provienen de los frigios.

Según Hesíodo en su Teogonías, Homero en la Ilíada y la Odisea y Jenofonte en Anábasis y en la Ciropedia, entre otros escritores griegos, señalan que la diosa Juno (Hera), tenía dos carros. Uno tirado por dos pavos en tiempos en que ella andaba por el mundo vigilando el matrimonio y otro de dos caballos, cuando participaba en las guerras. El Carro de Venus (Afrodita), que también andaba por los aires, era tirado por dos palomas y era precedido por Eros (el Amor), que llevaba una tea en la mano. El carro de Helios (Faetón), era tirado por cuatro caballos, cuyos nombres aluden a la luz: Pirois, Eoo, Eton y Flegon. El Carro de Plutón (Hades) estaba tirado por tres caballos Abáster, Mateo y Nonio. El carro de Ceres (Deméter) y el de Medea, eran tirados por dos dragones. Diana (Artemisa), diosa de los bosques, iba en un carro tirado por cuatro ciervos, seguido de un cortejo de perros de colmillos de oro y espinazo de espinas. El carro de la diosa Cibeles (Rea) era tirado por dos leones y el de Admeto, entre otros lo tiraba un león y un jabalí. Baco (Dionisos), el que transformaba el agua en vino, realizó sus estudios sobre la vendimia en la India y el viaje lo hizo en un carruaje tirado por leones, tigres y panteras. Hasta hace pocos años se erigía una estatua a Eritornio IV, rey de Atenas, quien fue el primero en imponer la costumbre de los cuatro caballos al carro, lo que le valió ir al cielo, protegido por los dioses.

El Carro de Neptuno (Poseidón), Anfitrite y Tetis, era tirado por caballos marinos, precedidos de un cortejo musical emanado del cuerno de Tritón. Y era la divinidad protectora de los cocheros, tanto en Grecia como en Roma. A veces las mujeres guerreras invocaban a Atenea. También Mercurio era invocado, por ser el dios protector de los presos. Epona, que estuvo en el Panteón griego, pasó a ser diosa tutelar de caballos entre británicos y celtas continentales. A Astarté, diosa fenicia de la belleza y del amor, se la representaba como mujer o amazona con cabeza de leona y un disco solar en la cabeza a caballo que sostiene un escudo, una lanza y un sistro. Astarté, era la soberana de los caballos y los carros.

En épocas más recientes, en Grecia, Sócrates, Platón y Aristóteles, hacían sus paseos en coches de dos y cuatro ruedas, tirados por caballos, bueyes, mulos y asnos y todos eran sujetados por el mismo yugo.

Entre los cocheros que pueblan el cielo de las antiguas Mitologías están Apolo, quien era el conductor del carro de Helios, cuyos caballos los uncía cada mañana, Aurora, la de los dedos de rosa. Anfistrato era el cochero del carro de los Dioscuros y de Hércules. Hipólito era el auriga de Artemisa. Perifante era el cochero de Aquiles. Yolao el de Hércules, Cebrión guiaba el de Héctor y Deimo el de Belona, la diosa de la Guerra.

Cabe anotar que en todas las mitologías del otro lado del mundo, se encuentra la pareja de cocheros. La hay en mitología china, hindú griega, romana e irlandesa. En la hindú el piloto es el dios Krisna y el arquero Arjuna. En la griega, las parejas más notables eran Hera y Zeus o también Hipodamia y Pélope. Existe otra pareja conformada por Deméter y su ahijado Triptolemo. Entre los egipcios los carros eran tripulados por tres ocupantes. El escudero, el cochero y el arquero, este último se identificaba como el Faraón (el dios solar Horus o Ra).

En tiempos modernos, el uso de este medio de movilidad, aparece en el siglo XV y el nombre de Coche que le dieron los franceses a finales del siglo XVIII, deriva de una población de Hungría que era donde se construían. Otras personas, aún en nuestros días consideran que deriva de la palabra alemana gutsche, así como cochero deriva de la palabra latina auriga.

En fin podría seguir metido entre los artefactos de los coches, mencionando las carreras, nombres de carros de un caballo, de dos, tres y cuatro, o también de dos, tres y cuatro ruedas, ya que hasta el color, se identificaba las características y dueños del carro. En tiempos de los Cónsules y Emperadores los carros exclusivos de ellos podían ser del color dorado, marfil y también se pintaban del color de la sangre para dar un cierto aire marcial. Los carros cubiertos eran los exclusivos de las dignidades religiosas y damas distinguidas. Eran conocidos como Basternas.

Tal como lo escribí al principio, el cochero no siempre ha sido chambaculero, pues este oficio es uno de los más antiguos y el que más se peleaban los mortales, puesto que querían estar al lado del dios que los protegía. Ahora recuerdo que yo tuve la dicha de tener un coche, en el que cada mañana me iba la escuela, que no era tirado ni por leones, tigres, caballos o ánsares, sino por dos tontos caimanes: uno era sordo y el otro mudo y se alimentaba con ensalada de pepinos y cebolla cabezona.

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