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Ay, Marcelo... ¡se nota que eres gay!


CLAUDIA ERIKA RIVAS, autora de esta crónica, es una de los diez finalistas del Premio Nacional de Crónica CIUDAD PAZ.

“Tenía 16 años, y un día uno de mis compañeros me dijo: ‘¡ay, Marcelo, se nota que tú eres gay!’. Yo le dije: ‘sí, yo soy gay’…”. Marcelo cursaba décimo grado. Desde entonces, se refugió en los libros y comenzó a leer literatura para adultos. En medio de las letras, encontraba mundos fantásticos a los cuales viajaba y en los que podía refugiarse; lugares en donde nadie lo juzgaba, sitios llenos de paz, tranquilidad, erotismo y felicidad.

“Llegué a último año de bachillerato, la situación seguía empeorando. Continuaban las agresiones físicas y verbales. Me ponían apodos por tener la cabeza grande, entonces me decían que tenía la cabeza en forma de huevo”. En el colegio, sus compañeros le apodaron ‘La loca Onedolla’, le escondían la maleta, lo golpeaban, lo excluían de los grupos. Todo ello llevó a que la timidez fuese su carta de presentación. “Además, cada vez que se presentaba la oportunidad, mis compañeros me golpeaban, me cogían a patadas en la mitad del salón, y otras veces en la calle. Ese fue un momento muy tenso, no solo me faltaban al respeto mis compañeros, sino que también lo hacían los mismos profesores”.

Una noche se llevó a cabo una fiesta, a la cual fue invitado Marcelo, y en la que se encontraban sus compañeros. Marcelo comenzó a consumir licor en compañía de Alberto y Federico, dos de sus supuestos amigos. Los tragos empezaron a hacer efecto, y Marcelo decidió decirle a Federico lo siguiente: “Fede, ¿será que te la puedo mamar?” A la semana siguiente, en el colegio se enteraron de lo ocurrido; razón por la cual Federico, Alberto y varios compañeros de clase de Marcelo, se reunieron para planear la venganza por lo sucedido.

Alberto relata: “Recuerdo que Federico me dijo: ‘toca cascarle’, porque no podíamos seguir soportando las maricadas de Marcelo. Me lo dijeron, porque sabían que Marcelo confiaba en mí. Así que, en la tarde, decidí buscarlo para llevarlo al sitio en donde recibiría su merecido. Él accedió, sin saber que sería el blanco de los golpes de mis amigos”.

Esa tarde, en una plazoleta de un parque ubicado a las afueras del colegio, a Marcelo lo agredieron físicamente. Sus compañeros lo golpearon, mientras Marcelo se encontraba en el suelo. Le daban patadas, como si fuese un balón de fútbol, dejando en su cuerpo secuelas graves, que aún, con el pasar del tiempo, siguen presentes.

La bulimia como consecuencia del maltrato

“En esa época empecé a dejar de comer, todo lo que comía lo vomitaba. Pedía dinero en mi casa para poder almorzar en el colegio, sin embargo, comía, pero todo lo devolvía. La comida no me gustaba, me sentía gordo, una bola completa. No compraba comida, lo único que tomaba todo el día era un vaso de agua, ya que la comida me producía asco”. Explica Marcelo.

La mamá de Marcelo le daba dinero, pensando que él se alimentaba en el colegio, pues en la casa no consumía los alimentos que en la familia se preparaban. “También, empecé a tener problemas en mi casa, por mi orientación sexual. Todo era un problema, en mi casa, con mi familia y en el colegio”. Marcelo consideraba que era visto como alguien inferior, diferente, por el hecho de tener una inclinación sexual distinta a la usual.

Las burlas, los insultos, los golpes, y todo aquello que debía aguantar, causaron que Marcelo hubiese pensado en suicidarse. “Con el dinero que me daban para comprar las onces, el que no gastaba, ya que no comía; quise comprarme un veneno para ratas, con el que pretendía quitarme la vida; pues ya no aguantaba ni la situación en mi casa, ni el rechazo por parte de mis compañeros. Sin embargo, el miedo me ganó y no fui capaz de atentar en contra de mi propia vida”. Dice Marcelo, mientras una lágrima rueda por su mejilla.

“Me transporto a otro mundo cuando fumo”

Marcelo ve su afición al cigarrillo como una secuela dejada por el Bullying. Cada vez que él sale a una fiesta, está estresado, o quiere buscar un escape del mundo; lo primero que hace es prender un cigarrillo, y fuma hasta lograr olvidarse por un tiempo de los problemas que le rodean.

“Bueno, desde los 15 años comencé a fumar. Consumir tabaco era otro escape de la realidad. Fumo cuando hablo por teléfono, cuando estoy estresado, antes de dormir, después de comer, cuando salgo con mis amigas, durante mis largas jornadas de estudio, cuando salgo a pasear con mi perro, cuando estoy solo en casa, cuando ‘echo chisme’ con mis amigas. Me transporto a otro mundo cuando fumo”, afirma Marcelo mientras lleva un cigarrillo a su boca.

Marcelo dice con orgullo que logró superar lo que le sucedió en el colegio; sin embargo, tiene en su cuerpo y en su mente, las cicatrices causadas por haber sido víctima de Bullying. Le cuesta un poco relacionarse con los demás: “Aún temo hablar en público, me da miedo que la gente me critique al momento de hablarle, por mi condición sexual. Me da miedo hablarles a las otras personas e intentar establecer una relación romántica con alguien”.

El miedo sigue presente

Marcelo ha tenido encuentros casuales, citas. Para él, ninguno de esos ha llegado a ser una relación seria. Dice que la de miedo entablar una relación, pues aún teme ser juzgado o rechazado. “No he tenido relaciones sexuales con nadie, dejé lo pertinente a la vida amorosa a un lado, no he logrado tener una relación estable, no he tenido novio, me volví dependiente de mí mismo”. Concluye Marcelo, justo al momento en que apaga el último cigarrillo de la cajetilla.

Actualmente, Marcelo estudia quinto semestre de literatura en una universidad de Bogotá. Se ha integrado activamente a la vida académica con méritos en sus calificaciones, buenas relaciones interpersonales con sus compañeros de estudio y sus profesores. Sin embargo, algunos miedos siguen presentes. Sus mejores amigas son tres mujeres, que se han convertido en sus confidentes, y saben que él puede salir adelante con su ayuda.

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