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Crónica de la Crónica (1)


Hace poco más de tres años en uno de los periódicos de circulación nacional hubo un debate informal sobre el origen de la Crónica entre los escritores Eduardo Márceles Daconte, a raíz de su artículo “La Crónica: un periodismo hijo de la Novela” (El Tiempo, 22 de enero de 2015), el que fue refutado cinco días más tarde por Germán Castro Caicedo con su nota “La Crónica nada que ver con la Novela”. Mientras el primero aludía a Truman Capote, Tom Wolfe y García Márquez, como los grandes creadores de este género, el segundo se remontaba hasta la España del Quijote para demostrar Márceles no tenía la razón.

No obstante, ambos escritores están equivocados en sus posiciones y argumentos, puesto que los juicios y análisis son más bien productos de la improvisación, el momentismo, la fragmentación y el afán de querer demostrar que “yo sé más que él”, ya que ni el periodismo es hijo de la novela y tampoco estas se inician con Don Quijote, por cuanto lo primeros escritos que conocemos de la Literatura fenicia, mesopotámica, griega y latina, fueron crónicas.

La primera Crónica de que se tiene noticias, data desde hace 2.500 años antes de Cristo y cuenta la Historia del gigante Gilgamesh[1]. Aquel documento conocido como el Poema de Gigamesh, escrito en tablillas de arcilla encabeza, hasta ahora, el nacimiento de las Crónicas en el Mundo.

Es importante saber que el género de la Crónica en épocas remotas, es decir, muchos milenios antes de nuestros días, tuvo designaciones distintas.

En la Biblia se denominan dos libros con el nombre hebreo de Paralipómenos[2], que equivale a Crónicas o Anales, su autoría se le atribuyen a Esdras, como también Nehemías y el libro que lleva su nombre, que datan de 515 al 500 antes de Jesucristo, pero que reconstruyen y narran milenios de historias desconocidas.

En esos libros considerados influidos por el Espíritu divino, se cuenta la historia de Israel desde el punto de vista del templo y del Culto Legítimo. Paralipómenos lleva un estricto orden cronológico: 1. Las Genealogías. 2. La muerte de Saúl. 3. El reino de David. 4. El templo y los Levitas y 5. La muerte de David. Inicialmente fue un solo libro. Posiblemente los exegetas, que estuvieron en el Concilio de Nicea[3], en tiempos de Constantino I el Grande, lo dividieron por las pilas de tablillas que había que descifrar o por lo extenso de los rollos de papiro y pergaminos que había que desenvolver.

En el Período Helenístico, tuvo un gran desarrollo el género literario de la Crónica, pero se le denominó Periégesis, que consiste en una descripción en la cual, a lo largo de un itinerario geográfico, se recoge información sobre la historia, los pueblos, los individuos, las costumbres e incluso la mitología de los lugares que se atraviesan.

En lo posible se transmite la experiencia directa del autor. Es un antecesor de la literatura de viajes. Se diferencia de los periplos, fundamentalmente, porque en estos últimos el fin era estrictamente utilitario, el recorrido se hacía en naves, barcos o goletas y el itinerario era exclusivamente marítimo y unidireccional.

Si retrocedemos un poco la Historia, hay Crónicas notables, mucho antes de la Ilíada y la Odisea. Las Guerras Médicas, Las Púnicas, la Ciropedia y tantas otras obras que sirven de base para el estudio de la antigüedad fueron en su forma literaria Crónicas. Otro tanto sucede con los Nueve Libros de la Historia, obra cimera de Heródoto de Halicarnaso, que honra cada uno de esos libros con los nombres de cada una de las Musas, las hijas de Menosina y Zeus, y donde el autor narra la notable influencia que a lo largo de muchos siglos, mucho antes del siglo VII antes de Jesucristo en que aparece la Filosofía griega, ejercieron las civilizaciones fenicias, caldeas, asirias, sumerias, mesopotámicas y egipcias para hacer de Grecia una de las potencias de la cultura en la antigüedad.

Por las Crónicas de Heródoto y Estrabón[4], conocimos la grandeza de Babilonia, de sus murallas, una de las Siete Maravilla de la Antigüedad, de 8 kilómetros de longitud, y tan espaciosa, que un carro tirado por cuatro caballos podía maniobrar en su parte superior y dos cuadrigas a la carrera, podían adelantarse fácilmente. De acuerdo con los escritos de los mencionados cronistas, Babilonia tuvo una especial significación, ya que su nombre, puerta de los dioses, aludía a este papel, siendo el principal lugar de culto al dios Marduk.

Es a través de las crónicas bíblicas narradas en los bíblicos Deuteronomio, Números y Jueces, que se conoce la historia de Jericó[5], conglomerado construido 11 mil años antes de Cristo, dos (2) metros por debajo del nivel de mar, protegida con una muralla de dos metros de anchura y una torre, considerada la más antigua fortificación de la historia, pero que, según el relato bíblico, sucumbió a las melodías de la música de los cuernos de los sacerdotes de Josué, que de acuerdo con el mandato divino, los hicieron sonar durante siete días.

En épocas más recientes, a través de las Crónicas de Suetonio conocimos la vida, la grandeza y la decadencia de los doce Césares, desde Cayo Julio César, hasta Domiciano. Cuenta Suetonio, que Otón reino 95 días y murió a los 38 años. Galba estuvo en el trono 7 meses y Nerón, acuñó la frase que “la música no es nada si el cantor está callado” y a Vespasiano en el 9 año de su Consulado, a la edad de 67 años, se le cumplió el presagio de que moriría a manos de un gallo. Y así fue murió atravesado por la lanza del soldado Allectrión, que en griego significa gallo.

Por las Crónicas supimos la historia del emperador Che Houang-Ti, que hizo construir bajo su dinastía (119 a J.C), la Gran Muralla China, como medio de defensa contra el Imperio Huno. Son estos relatos los que nos cuentan la historia de Atila quien fue educado en el Imperio Romano, domina el griego, el latín y el naciente italiano e hizo que Teodorico, lo llamará “el azote de Dios” y al final, a la edad de 66 años sucumbiera en el lecho nupcial sin poder contener el ímpetu erótico de Ildico o Yildiz, su joven esposa de apenas dieciséis años.

Realizado ese recorrido de la Crónica y lo valiosa que ha sido para la humanidad, es importante, discernir entre la Crónica y su hija mayor, la Historia.

El primer modo de utilizar la crónica fue para realizar relatos históricos por su interesante narrativa. Posteriormente fue el modelo casi excluyente a la hora de relatar los viajes de exploración de los navegantes europeos en sus conquistas en el Nuevo Mundo. Finalmente, el periodismo y los escritores, se apropiaron de este género difícil de definir y de cultivar.

Si en la estricta redacción de un hecho histórico, el autor debe eliminar cualquier rasgo de subjetividad y atenerse de modo excluyente a cualquier toque personal, es bueno recordar que la Historia es una ciencia, por el contrario, en la crónica, es el autor quien decide el recorte que realizará en su relato, los detalles que elige para narrarlo y, en definitiva, el sello que le impondrá a través de un lenguaje más expresivo.

Pienso que no está demás, especificar que el vocablo Crónica, aunque lo relacionamos con Cronos, el Tiempo, en la mitología griega, entre los latinos deriva de “chronicus” que significa que sigue el orden del tiempo, ya que, en los antiguos tratados de Retórica, se suponía que el propósito de esta forma de escritura consistía en el registro de la sucesión temporal de los hechos. Y así fue a lo largo de los siglos.

Viajeros e historiadores, conquistadores y piratas, asaltantes y espadachines, navegantes y exploradores, comerciantes y viajeros, registraron los acontecimientos en un género de escritura que conservó el nombre de Crónica, a pesar de la gran variedad estilística, porque predominaba la narración lineal del tiempo.

No obstante que la Crónica es antiquísima y remota, de la cual Platón hablaba cuando se refería a la Atlántida y mencionaba las Crónicas de Solón, qué es la madre del periodismo investigativo, qué fue materia de estudio y de trabajo de Azorín, qué es una clase específica de la narrativa, aún sigue siendo desdeñada y menoscaba por la Academia, pues su estudio es marginal y discriminatorio.

El mérito y una de las grandes virtudes de la Crónica radica en la subjetividad que le otorga quien la escribe, el mismo que retoma el hecho, lo renueva, lo interpreta, lo llena de detalles y lo recrea bajo la influencia de su mirada. De esta manera el autor puede aportar un estilo personal que embellezca la escritura.

El escrito de la crónica puede seguir un estilo directo, colorido, anecdótico y desenfadado: igualmente puede expresar una dura verdad bellamente dicha. El propósito de la crónica no es el de convencer, sino el de conmover. El de crear empatía o antipatía con el personaje.

De acuerdo con lo anterior considero que los mencionados escritores, Eduardo Márceles Daconte, en cuya nota considera que el género de la Crónica apneas tiene medio siglo y don Germán Castro Caicedo, apenas unos 500 y pico de años, cayeron en la trampa del momentismo y de la informalidad. Y la Crónica, cuando está escrita, sea en piedra, tablilla, papiro, pergamino, papel o ebook, no miente, y de eso hace más de dos mil quinientos años.

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[1] Hasta hace poco se denominó la Epopeya de Gilgamesh escrita en 11 tablillas y una última que es un apéndice sin conexión con las anteriores.

[2] Título hebreo Dibre, es decir, "Hechos de los Días". En la versión de los Setenta el libro se divide en dos, y lleva el título Paraleipomena, es decir, "cosas omitidas", o "suplementos", porque contiene muchas cosas omitidas en los Libros de los Reyes.

[3] Primer Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el 325 (Asia Menor, hoy Turquía). Convocado por el Emperador Constantino I el Grande por sugerencia del Obispo Osio de Córdoba.

[4] Estrabón, geógrafo e historiador griego (Nació en Amasya, Turquía, entre 63 y 62 a JC. Y murió en la misma ciudad, entre 19 y 24 después de JC.) Aficionado a los viajes, recorrió la mayor parte de las regiones orientales del Imperio o Ecumene. Durante su larga estancia en Roma escribió su "Geografía" donde describe de manera pormenorizada las costumbres, gentes, instituciones y anécdotas de las tierras europeas, desde Irlanda al Cáucaso. Sus "Memorias históricas" se han perdido.

[5] Tell al-Sultan, Jericó, palabra hebrea lareaj que significa luna.

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