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Otro día triste para el feminismo


Una joven de 18 años es violada por cinco tipos en las fiestas de San Fermín en 2016. La Manada, como se autodenomina el grupo de violadores, graba los hechos, comparten los vídeos por WhatsApp y luego los vídeos se convierten en una de las pruebas más importantes en este caso tan mediático. Sin embargo, el juez determina que no hubo violación, sino abuso porque no se aprecia que ella se haya resistido.

Una niña uruguaya de 10 años graba con su computador portátil, el momento en el que el papá de una de sus amigas la viola. El tipo lleva un año haciéndolo, pero ella no cuenta por temor a que no le crean y sólo hasta que logra grabarlo rompe el silencio.

Una estudiante de la Universidad Nacional graba cómo el director de la maestría que cursa, la acosa e intenta besarla a pesar de su negativa. A la estudiante le hacen una entrevista en la W radio y Julio Sánchez Cristo le insinúa, que tal vez el profesor se vio alentado por la actitud de la estudiante.

¿Cuánto hemos presionado a las víctimas para que sientan que a menos que esté en vídeo, nadie les va a creer su historia? ¿Qué tan retorcido es este sistema patriarcal para que los vídeos que evidencian un delito, se usen en contra de las víctimas? ¿Cuánto tiempo más vamos a ser condescendientes con los victimarios?

En pleno auge del #Metoo, luego de las multitudinarias marchas del ocho de marzo, del Time's Up, del Yo sí te creo y entre tantos otros movimientos, la justicia nos da una bofetada a todas las mujeres con la sentencia de La Manada y nos recuerda que el patriarcado sigue vivo y nos quiere seguir oprimiendo.

Los medios insinuando que unos tipos tan guapos no necesitaban violar a nadie, como si estuviéramos hablado de un romance y no de un tema de poder. Los abogados presentando como prueba que la víctima no era víctima, por llevar una vida normal después de los hechos. Un magistrado afirmando que el vídeo es simplemente porno y que la víctima no muestra pudor alguno. Son algunas de las ofensas con las que nos insultaron durante el juicio, que al final no es más que un reflejo de las creencias subyacentes de esta sociedad, porque pasa en España, pasa en Uruguay, pasa en Colombia y pasa en todas partes.

Dice Florence Thomas que "la máquina patriarcal, si bien aún sobrevive, se oxida inexorablemente, como un barco encallado a la orilla de una playa sin nombre"*, y yo quiero creerle, pero días como estos, siento que esa máquina tiene más alcance del que nos imaginamos. Nuestro cuerpo aún es público, no nos pertenece, aún no somos iguales, todavía no somos libres.

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*Thomas, F. (07 de febrero de 2018) Una vieja máquina que se oxida lentamente. El Tiempo. Recuperado de: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/florence-thomas/una-vieja-maquina-que-se-oxida-lentamente-179604

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