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Muerte por desnutrición infantil: vergüenza y responsabilidad mundial


“Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros,

sería oportuno saber si no se está muriendo de hambre.”

León Tolstói

En el mundo hay voces que se apagan en el más recóndito de los silencios, personas que claman por ayuda, pero nunca reciben ni migajas de compasión. Vidas que no alcanzan a florecer, infancias sin risas, mesas sin alimento y familias en llanto. Un claro ejemplo de ello es el caso de niñas y niños, que diariamente mueren en el mundo por hambre y desnutrición.

Abordar este problema tan común en todas las naciones, pero del que se habla poco y causa incomodidad para el gobierno, es una obligación moral para quien lo conoce o ha vivido de cerca la impotencia de no poder hacer nada para solucionarlo.

En una época donde se habla tanto de derechos humanos, se presumen los avances sociales y autoridades y medios de comunicación, tratan de convencernos de que todo está bien, no es posible que las cifras de muerte por desnutrición infantil vayan en aumento.

Sin duda, al hablar sobre el tema la primera referencia que se nos viene a la mente es África o los niños de La Guajira, en Colombia, pero esta problemática afecta a la mayor parte de las regiones del mundo y hoy, mi intención es aprovechar el espacio que este medio me brinda para visibilizar la situación que viven dos etnias emblemáticas del estado de Chihuahua, México: tarahumaras y tepehuanos, delimitándome de manera específica al municipio de Guadalupe y Calvo, lugar del que soy originario.

Como parte de los antecedentes, considero importante señalar que el día primero de febrero del 2012, la Secretaría de Marina emitió el comunicado 029/2012, en el que daba a conocer la entrega de casi once toneladas de despensas a la comunidad Rarámuri de la Sierra Tarahumara en Chihuahua, como respuesta al problema de sequía y alimentación que enfrentaba este grupo indígena. Asimismo, el día tres de diciembre del año 2014, se publicó en el Diario Oficial de la Federación un decreto en el que se emitía la Declaratoria de Zonas de Atención Prioritaria para el año 2015, señalando a Guadalupe y Calvo como una zona con marginación y rezago social con niveles “muy altos” y 25% o más de la población en pobreza extrema.

Los eventos y datos referidos constituyen un llamado de atención urgente que se incrementa al observar los ingresos de menores con problemas de desnutrición severa al Hospital Comunitario del Municipio, sumando veintidós casos en el año 2014, veintiséis en 2015 y treinta y seis hasta noviembre del 2016.

Como es de esperarse, al enfrentar un problema tan delicado, se han presentado situaciones en las que han fallecido niñas y niños, siendo el caso de cuatro menores, de iniciales BSR, EGR, CDC y MAR, de cinco, uno, tres y dos años de edad, respectivamente.

Considero importante mencionar que la mayoría de las niñas y niños son procedentes de comunidades correspondientes a la sección de Barbechitos, una población muy retirada de la cabecera municipal y de difícil acceso por su condición geográfica, lo que impide a las personas recibir los servicios de salud y lleva a suponer la existencia de una cifra negra mucho mayor -de menores que padecen desnutrición o han fallecido- que no figura en ningún registro.

Cuando hablamos de los derechos fundamentales, los tratados internacionales y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, nos dicen que toda persona deberá gozar de ellos por el simple hecho de ser persona, pero ¿qué sentido tienen estás palabras cuando vemos que hay personas muriendo de hambre, sin merecer siquiera el derecho básico a la vida y la alimentación?

Mucho mejor sería que los legisladores dejaran las palabras bonitas para los poetas y las autoridades se pusieran a trabajar, pues como irónicamente lo señaló el poeta costarricense, Jorge Debravo: “Un millón de niñitos se nos muere de hambre y un silencio se duerme contemplándolos”.

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