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La culpa es del pelao de los domicilios


Vivimos en una sociedad absolutamente capitalista, valoramos el derecho a la propiedad privada tanto o más como valoramos el derecho al agua. Literalmente, nos morimos del susto cuando alguien habla de expropiaciones y criticamos cuando alguien regala agua a los pobres.

Una de las principales premisas del capitalismo, es que el mercado se auto-regula, es decir, que el gobierno debe inferir lo menos posible en los asuntos privados, ya que el mismo mercado le pasa factura y 'obliga' a quien lo hace mal, a que lo haga bien. Por ejemplo, si yo quiero robar a mis clientes y les cobro precios exorbitantes por mi producto, no es necesario que la Superintendencia de Industria y Comercio intervenga, ya que mis clientes, eventualmente se darán cuenta y adquirirán los servicios que ofrezco, en otra parte.

Este sistema funciona muy bien para los que amasan la mayor parte del dinero y del poder, ya que entre menos controles existan, mayor libertad tienen de cobrar los márgenes de ganancia que deseen, especialmente en el caso en donde existan mono u oligopolios, en donde la competencia es ficticia (o nula) y el 'cliente' se jode porque no tiene otras opciones.

Existen muchas empresas en esta cómoda posición, y sus dirigentes, accionistas y demás, gozan de márgenes escandalosos, realmente obscenos al compararlos con lo que hace un típico transeúnte. Sin embargo, nuestro sistema económico premia a estas personas, ya que las considera excepcionales, y en nuestro imaginario colectivo justifica sus gigantes fortunas, y no solo lo justifica, los tratamos como estrellas y admiramos sus bodas y la decoración de sus casas.

¿Se imaginan lo que gana el presidente del Grupo Aval? O la cantidad de dinero al año que hace el accionista mayoritario de Avianca, (inserten acá la onomatopeya de un silbido tipo: fiiiuuuu) segurísimo que es un platal, sus hijos, nietos y demás fijo están asegurados de tener vidas libres de preocupaciones financieras. En nuestra sociedad, esto nos parece normal.

Ok, usemos entonces los mismos valores que nos permiten justificar y hasta admirar la fortuna de Germán Efromovich y apliquémoslos a las peticiones del sindicato de pilotos. Para mi sorpresa, la opinión pública se hizo rápidamente del lado de la corporación multimillonaria y no del lado de los trabajadores, a la gente le parecen obscenas (y con razón) las condiciones laborales exigidas por los pilotos, pero no nos damos cuenta que el mismo modelo capitalista que premia a los pilotos, requetecontrapremia a sus patronos. Si nos parecen extremas las peticiones de los pilotos, ¡Imagínense lo vergonzoso que deben ser las de sus jefes!

No quiero caer en la trampa de comentar sobre la posibilidad de Avianca de pagar o no lo que piden los trabajadores, o a evaluar si lo que estos piden es parte del estándar de la industria o el capricho enfermizo de unos pocos; pero sí quiero alertar que esto pasa todos los días. Hoy es una pelea entre millonarios, pero ayer fue entre los márgenes de ganancia del tendero y lo que le paga al de los domicilios y mañana será entre la dueña del salón y la señora de las uñas.

Seríamos una sociedad cínica en extremo si el día de mañana, al aumentar las tarifas de los tiquetes, le echemos la culpa a los pilotos (sería como echarle la culpa al pelao de los domicilios del incremento del perejil), les recontraaseguro que los márgenes de ganancia de los accionistas permanecerán estáticos (o subirán) y seguirán gozando de unas condiciones cuatro veces más maravillosas, de la que tanto critican hoy, quieren los pilotos.

Amor y paz.

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