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Bienvenidos


Colombia es igualito a un adolescente lleno de acné, con pocas habilidades sociales con necesidad de mentir sobre nuestra novia imaginaria. Vive con una constante necesidad de validación, marcada por un claro complejo de inferioridad. Por ejemplo, nos encanta que hablen de nosotros, nos fascina que le pregunten al cantante rubio sobre la bandeja paisa, su opinión de las mujeres colombianas, si algún artista internacional dice 'parce' lo adoptamos como ídolo, etc. Somos cero ‘cool’ con quienes nos visitan, los abordamos sin el más mínimo pudor, sin vergüenza de mostrar el hambre: “Quiéreme, quiéreme, quiéreme”.

Ese mismo adolescente se deprime o explota en ira cada vez que alguien dice algo que no le gusta de sí mismo. Lo mismo pasa en Colombia, cada vez que sale otra novela de narcos, o que en alguna película americana se muestre Colombia como un pueblo, o cuando el mismo cantante rubio hace un chiste sobre la cocaína… Ay mi madre ¡Enemigo nacional! Salimos como bestias a amenazarlo de muerte por Twitter, tres políticos y dos columnistas desesperados de agarrarse de lo que sea, atacan con enjundia al mono con el mal chiste.

Eso sí, como todo adolescente perdedor, tenemos que buscar un chivo expiatorio, una manera de sentirnos mejor con nosotros mismos, y como vienen pocos monos al año, la única que nos queda es buscarnos a alguien con más acné, o con menos plata, o incluso más perdedor que nosotros, hoy, en el caso de Colombia, ese es Venezuela.

A Colombia le encanta que Venezuela esté en la inmunda. Con un hediondo tufillo de superioridad y una mirada venenosa, mira a Venezuela y le dice las cosas más condescendientes y humillantes: “Ojalá salgas adelante”, “Que lindo, entró al supermercado y se puso a llorar de todo lo que había”, “Pobrecita, la cosa allá debe estar muy dura”.

Además, a Colombia le encanta tener debates en los que se muestre fuerte y comprensiva ¿Podemos recibir y apoyar a los millones de venezolanos que huyen todos los días y entran a Colombia? ¿Qué podemos hacer para ayudar a nuestros hermanos? ¿Será que está muy peligroso ir a Isla Margarita? Todas preguntas válidas, el problema es el tono de agresión pasiva con el que se afronta.

Ojo, y lo peor es que esta no es la peor cara de Colombia. En Barranquilla ya sugieren que la inseguridad que vive la ciudad es por culpa de los venezolanos en refugio (así, igualito como los españoles se quejan de los colombianos), algunos políticos irresponsables la usan para asustar a su electorado y no falta mucho tiempo para que se popularice el discursito de que el desempleo es por culpa de los venezolanos que vienen a quitarles los puestos a los trabajadores colombianos (Como si más de cuatro millones de los de acá no se fueron para allá a buscar mejor suerte en el pasado).

No perdamos de vista que las fronteras son una construcción política. Cuando los maracuchos llegan a Barranquilla se les trata con una pasivo-agresividad terrible, como que el ser de un lugar en donde sus dirigentes son un desastre los hiciera muy diferentes de nosotros, como si necesitaran nuestra lástima. Lo tragicómico es que pasa entre personas con condiciones sociales muy similares, el pobre de acá le tiene pesar al pobre veneco ¿Qué tal?

Pregúntenle a cualquier venezolano que esté en Colombia si no se siente de alguna manera discriminado por los medios de comunicación, o por la manera en que los políticos hablan del país, o por la forma irrespetuosa con la que un adolescente perdedor, con necesidad de autovalidación está jodiéndolo día y noche.

Seamos inclusivos y abramos con sinceridad nuestras puertas. La inclusión consiste en entender que la diversidad y las diferencias individuales son una oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad, no para medirnos y sentirnos superiores. En este caso con la particularidad de que somos el mismo pueblo, calcadito.

Y ya que estoy en la tónica de bien venir, quiero cerrar como el gran Miguel Ángel Landa, cerraba cada fin de semana el programa Bienvenidos: “Y recuerden… ¡Hagan el bien, y no miren a quien!”

Amor y Paz.

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