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Treinta años del olvido que no será


El 25 de agosto de 1987, en una calle de Medellín (Antioquia), encontró la muerte, a manos de sicarios, el médico de profesión y Defensor de los Derechos Humanos Héctor Abad Gómez. Dentro de las pertenencias que le acompañaban ese día se le encontró un pedazo de papel en el que había escrito de su puño y letra un verso de un poema de Borges: “YA SOMOS EL OLVIDO QUE SEREMOS”.

La muerte del doctor Abad Gómez estaba más que cantada. Todo el medio universitario, todas las asociaciones de Derechos Humanos de Antioquia, el club de amigas de su esposa Cecilia Faciolince y hasta el mismo médico tenían claro que existía una gran posibilidad de que esta se diera. Tal vez las únicas dudas que existían eran las circunstancias y la fecha en que ocurriría.

Pero esas dudas se despejaron, como ya dijimos, el 25 de agosto de 1987, cuando esa mano oscura que durante la década de los ochenta se erigió en contra de quienes reivindicaban los Derechos Humanos en el país. Se cobró una víctima más en cabeza del médico Abad Gómez, quien fue asesinado cuando llegaba a la sede del Sindicato de Maestros, donde dirigiría unas palabras ante el cuerpo sin vida del presidente de dicho sindicato, Luis Fernando Vélez, que había sido asesinado, también, en la mañana de ese fatídico día.

¿Cuál fue el grave delito que cometió Abad Gómez para ser sentenciado a morir? ¿Qué fue lo que hizo para que pesara sobre él una sentencia de muerte que todo el mundo sabía que tarde o temprano se ejecutaría?

Su crimen consistió en no guardar silencio ante las graves violaciones de Derechos Humanos que se habían presentado desde tiempo atrás en el departamento de Antioquia. Denuncias que realizaba en su condición de Presidente del Comité de Derechos Humanos de su departamento. Su crimen consistió en no guardar silencio ante las grandes inequidades que se presentaban en su región que permitieron la existencia de una brecha imposible de franquear entre ricos y pobres, aún desde antes de nacer.

Como médico de profesión que fue se dedicó, desde un primer momento, a los temas de salud pública, ya que siempre combatió la formación individualista de los médicos, considerando que dicha profesión encontraba su verdadera razón de ser cuando atacaba los males que aquejaban a un conglomerado de personas.

En este punto, encuentro una gran similitud entre las preocupaciones que como médico tenía Abad Gómez con las preocupaciones que también por su profesión de médico tenía otro ilustre profesional de esa disciplina como lo fue Salvador Allende, en Chile.

Salvador Allende, en su famoso discurso en la Universidad de Guadalajara (México) del dos de diciembre de 1972 (el cual recomiendo para todos aquellos universitarios que no tienen clara la razón de ser de su profesión en el entorno de la sociedad donde se desarrollan) dijo que en Latinoamérica la salud se compraba y que sólo era asequible a aquellos que contaban con los recursos económicos suficientes para adquirirla y que existen miles de personas que no pueden acudir a un consultorio médico y que son pocos los que luchan para que desde el Estado se les garantice el acceso a la salud a los más pobres.

Siempre preocupó a Allende los temas de salud pública, ejemplo de esto se da cuando admitió, en dicho discurso, que en su país –para ese momento– había más de 600 mil niños con problemas de deficiencia mental originada en el hecho de no haber recibido durante los primeros ocho meses de vida la suficiente proteína que garantizara el desarrollo mental y corporal, en contraposición a un sector minoritario de niños que al pertenecer a un grupo privilegiado económicamente si contaban con dicho aporte en proteínas que garantizaban dicho desarrollo.

Pues esta era la misma preocupación que afectaba al médico Héctor Abad, quien logró demostrar a través de estudios realizados en el Hospital de San Vicente que igual situación se venía dando en el país: el peso y la talla de los niños nacidos en el pabellón de pensionados (aquellos que podían pagar por los servicios de salud) eran significativamente superiores a la talla y peso que presentaban los niños nacidos en el pabellón de caridad (pabellón para aquellos que por su condición de pobres no pueden pagar por los servicios de salud), lo que significaba que aún antes del nacimiento se daban desigualdades, no por factores biológicos sino por factores sociales, como el desempleo, el hambre o condiciones de vida.

Héctor Abad siempre propugnó por un cambio en las prioridades que debía tener el Estado colombiano, cambio al que se debía llegar sin el uso de la fuerza. Habló de que una sociedad más humana debía garantizar las mismas oportunidades de ambiente físico, cultural y social a todos sus componentes. Si no se hace, se estarán creando desigualdades artificiales. Son muy distintos los ambientes físicos, culturales y sociales en que nacen, por ejemplo, los niños de los ricos y los niños de los pobres en Colombia. Los primeros nacen en casas limpias, con buenos servicios, con biblioteca, con recreación y música. Los segundos nacen en tugurios, o en casas sin servicios higiénicos, en barrios sin juegos ni escuelas, ni servicios médicos. Los unos van a lujosos consultorios particulares, los otros a hacinados centros de salud. Los primeros a escuelas excelentes, los segundos a escuelas miserables. Desde el momento de nacer se los está situando en condiciones desiguales e injustas.

Las anteriores líneas son extraídas literalmente de los escritos del médico Abad Gómez, pero cuando las releo me doy cuenta de que siguen teniendo tanta vigencia hoy en día como hace más de treinta años cuando fueron pronunciadas. O ¿acaso nos olvidamos de las imágenes que vimos hace pocos días de la dantesca situación en la que los niños toman clases cerca al relleno de basuras ‘Doña Juana’?, en la capital del país, rodeados de nubes de moscas que literalmente se toman todas las aulas.

Y qué decir de las denuncias que elevaba el valiente médico en contra de algunos miembros de los organismos de seguridad del Estado que tenían como práctica reiterada la de torturar, desaparecer y asesinar a personas que eran afines a ideas de izquierda o que se oponían al gobierno de turno. Denunció cómo desde los cuarteles del Batallón Bomboná, adscrito a la IV Brigada, se practicaban las más crueles torturas físicas y psicológicas contra miembros de la comunidad universitaria y sindicalistas de la región.

Recordemos cómo sólo pocos de quienes pertenecían al grupo de profesores de la Universidad de Antioquia de los años ochenta lograron sobrevivir. A ese grupo pertenecía el médico Abad Gómez. Nunca les tembló la voz para denunciar las atrocidades que se registraban no sólo al interior de la comunidad universitaria sino en todo el Departamento. De quienes hacían parte de ese grupo, sólo uno o dos lograron morir de ‘muerte natural’, entre ellos, el maestro Carlos Gaviria, quien salvó su vida al lograr exilarse durante un tiempo.

Han pasado treinta años desde esa fatídica tarde. Si se cumpliera la máxima que tenía escrita en un papel de su puño y letra Héctor Abad Gómez, ya sería un olvido y muy pocos recordarían su paso por este mundo. Pero no ha sido así. Hoy está más vivo su recuerdo y sus luchas y reivindicaciones cobran más fuerza con el paso de los días.

El olvido sólo persigue y atrapa a quienes no dejan huella en este mundo.

@DAGRAMAR2010

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