Conocida es de todos la circunstancia de gobernabilidad nacional, igualmente conocida es la acción impetrada por la oposición, que surge como consecuencia lógica de cada administración. Todos hemos vivido los actuares de nuestro Gobierno Nacional y las vicisitudes a la que se ve enfrentado a causa de las acciones de su natural oposición.
Digo que es natural, porque en efecto lo es. Cualquier sistema de gobierno se ve abocado a asumir y soportar un margen de oposición que resume las voces de quienes no están de acuerdo con las primeras líneas gerenciales y que en acogimiento de sus derechos civiles, enfrentan las posiciones de gobierno y asumen el enfrentamiento que de ellas emerge.
No obstante, por más permitida que esta sea, como colombianos, como connacionales y como simples mortales pensantes, sabemos que hay determinados escenarios del relacionamiento internacional, en los que no es favorable que el opositor asuma una estrategia temerariamente informativa, pues las consecuencias del acto impropio, pueden desencadenar un desastroso impacto reputacional.
Este tipo de alusiones a problemas nacionales, gritados a boca abierta donde hay oídos de otras naciones, hacen daños irreparables. Y no porque deba guardarse en el más profundo secreto, sino porque existen escenarios en lo que se hace imprudente poner esa información.
Es así, que cuando una persona es convocada a conversatorios de orden internacional, debería medir el alcance de manifestar abiertamente sus posiciones y así mismo, evitar actuaciones para las cuales, merced a su experiencia administrativa, ya ha previsto las nefastas consecuencias de índole internacional.
La ropa sucia se lava en casa y quien asume la representatividad del país, y es llamado como colombiano a exponer y debatir sobre ciertos temas, tiene la obligación patriótica de medir sus palabras, medir sus acciones y analizar las consecuencias que pueda causar su discurso.
La ropa sucia se lava en casa y no todo podemos ir a hablarlo fuera del país sin filtro alguno.
Deberíamos pensar que un país como el nuestro, con sus innegables dificultades financieras, no puede darse el lujo de impactar reputacionalmente nuestra estabilidad, al punto de generar temor e incertidumbre a probables inversionistas internacionales, que son quienes -en alguno de los eslabones de la economía colombiana- atraen recursos que serán utilizados, en parte, para suplir las necesidades de cada colombiano.
El impacto de las palabras necias puede ser inmenso para un país que lo que necesita es apoyo y estrategias que incentiven la economía, pensando en el bienestar de sus territorios.