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Transmilenio, ni a pedradas y sin gobernanza


El 28 de marzo tuve que movilizarme a una audiencia a la municipalidad de Soacha, encontrándome con la sorpresa de 15 estaciones estaban cerradas en la troncal del Sur de Transmilenio (en Bogotá) al tiempo que cinco más que resultaron afectadas. Miles de habitantes se quedaron sin servicio de transporte, lo que obligó a una marcha para poder cumplir con sus obligaciones. El derecho a la locomoción es un derecho, no un negocio, y esto no lo han entendido ni el Alcalde de Bogotá ni el Alcalde de Soacha. Éste pretende gobernar a Soacha como a una escuela de vereda pobre, mientras Peñalosa cree que solo debe atender los problemas de la Universidad de los Andes y de la calle 85. Así de grande es la dimensión de Bogotá para el Alcalde Mayor.

Esa falta de Gobierno hace que los ciudadanos se cansen, se fatiguen y que los vándalos aprovechen la angustia de la ciudadanía para generar disturbios y daños al sistema y a particulares, como pasó ese día.

Este es el son del triste balance de la jornada de protestas del martes contra el sistema masivo. Seguimos en lo mismo, no hay acuerdo sobre lo fundamental. Es sencillo. ¿Por qué no hay una reingeniería en el sistema?, ¿por qué no se paraliza el sistema?, ¿por qué subir tarifas, en vez de mejorar el sistema de recaudo evitando los colados?, ¿por qué no se le permite a la gente protestar sin que el Alcalde la estigmatice de opositora?

El mal servicio lo padecen tanto seguidores como opositores del Alcalde. Los trancones en Bogotá lo padecen tanto los de Bosa como los de la Calleja, los huecos en las vías están en Kennedy y en Usaquén; la inseguridad reina en Rafael Uribe, en Engativá, en Galerías y en San Luis. Y el pagano de ese desgobierno es el pueblo. El pagano de esa imprecisión es el pueblo de a pie, el que también paga impuestos.

Señor Alcalde: no es con leguyadas que evita la revocatoria, es con Gobierno, con presencia, con cumplimiento, no con más maromas para no hacer el metro; es con intervención en los barrios, es con frentes de seguridad, con presencia efectiva de la policía. Es con políticas claras y efectivas para cada uno de los problemas de la ciudad. La ciudad no necesita solo cemento, también necesita corazón, necesita mano tendida y pulso firme.

Los alcaldes de Bogotá y Soacha deben reconocer que el sistema de Transmilenio y el Sistema Integrado (SITP) colapsaron. Buses viejos, sin mantenimiento, con hacinamiento, rutas mal diseñadas y falta de reingeniería. Hoy se tienen las mismas rutas de hace diez años. Son suficientes los motivos para protestar, pero también hay explicaciones y buenas razones que la gente de todos los estratos tiene derecho a recibir de parte de sus gobernantes.

El sistema Transmilenio afronta problemas que van desde la capacidad de sus estaciones –a las que ya les reconocen insuficiencia para la cantidad de usuarios–, con vehículos agotados en su maquinaria, falta de frecuencias y reingeniería en las rutas y horarios. Además, la inseguridad y la falta de control del uso del sistema son frecuentes. Por ejemplo, en la carrera 10, se puede ver a los policías recostados en las compuertas y los vándalos colándose en la nariz de ellos. Son inertes frente a esa problemática.

En estos reclamos, los usuarios han tenido razón. El sistema es frágil. Lo que no entiende la población es que en la vía hacia Soacha, y en toda la Autopista Sur, durante los últimos cinco años han sido desarrollados más de trescientos programas de vivienda, incrementando la necesidad de uso del sistema. Se pasó de recoger 15.000 a 28.000 pasajeros por hora y se dispusieron buses cada 38 segundos, pero la realidad es que un usuario debe esperar más de ocho minutos para acceder a una ruta que cuando llega a la estación está saturada. Lo que quiere decir que el usuario debe esperar dos o tres turnos de ese mismo espacio de tiempo. A esto se suma que el negocio de Transporte del anterior alcalde de Soacha impidió la implementación de buses alimentadores, lo que hace que al pobre le cueste dos o tres veces más el acceso al sistema de Transmilenio.

El Panorama es incierto. Bogotá tiene un atraso en vías de 65 años, según manifestó Juan Martín Caicedo Ferrer, quien ahora preside la Cámara Colombiana de infraestructura. Bogotá necesita ampliar la Circunvalar desde Soacha. Una vía que conecte el borde de los cerros con el oriente de la ciudad, y evitar que la ‘gente’ –que sufre, llora y vota– tenga que perder 4.7 horas de su vida diaria en un sistema de transporte. Ese es el tiempo que un residente de Cazuca necesita para desplazarse hasta Chapinero o hasta la 170. Es decir, pierde a lo largo de su vida laboral 43.700 horas que podría utilizar en estudiar o en compartir con su familia. De este tamaño es la proporción que los alcaldes no ven, porque no lo sufren. Sumado a lo anterior y que motivó el inconformismo ciudadano fue el alza de tarifas. El diario El Tiempo se despacha contra las administraciones de izquierda por haber desfinanciado el sistema (al conceder tarifas diferenciales a los estratos 1 y 2), pero lo que no dice El Tiempo –garante de los intereses de los dueños particulares del sistema– es que a la ciudad sólo le queda el 15 por ciento de la utilidad neta. El editorialista no se despacha contra los pulpos que están detrás de las ganancias del transporte público en Bogotá.

Lo que hace más angustiante para el ciudadano tener que soportar las alzas y las incongruencias de la derecha y la izquierda, que a la final al pueblo no le importa, es el MAL GOBIERNO:

El alcalde Peñalosa –cada vez que hay una protesta– sale a decir que la protesta está contaminada de intereses políticos, incurriendo en el mismo error de su antecesor. Me pregunto yo: ¿son distintos los que echan piedra ahora que los que echaban piedra y destrozaban estaciones en los años anteriores? Creo que no.

Lamentable la falta de intervención oportuna del Secretario de Seguridad –quien cree que vive en París, y solo le parece interesante salir en televisión cuando hay amenazas de bombas–. Los incidentes tardaron más ocho horas en resolverse, demostrando que el conferencista de estupefacientes y coleccionista (en su despacho) de banderitas y cerámicas de la Policía, dista mucho de conocer y saber resolver los temas de seguridad de la ciudad.

Todo esto se ha convertido en caldo de cultivo de argumentos para hacer oposición, pedir revocatorias, y acelerar la falta de presencia del Gobierno en la ciudad. Los boletines de prensa no se deben dar en el frío piso de la Alcaldía, deben darse en el escenario de los hechos, buscando la concordia y la participación de los actores y primeros afectados con los hechos que generan inconformismo.

Si el Alcalde quiere solucionar los problemas de la ciudad, debe conocerlos, vivirlos, sufrirlos para poderlos solucionar. Las estadísticas y los estudios de los niños play de los Andes, no son Gobierno para Bogotá. El pueblo de a pie, el que camina dos horas como lo hizo para poder llegar a su destino, es el que pide gobernanza.

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