Se acabó noviembre: se cayó el avión, avanza la tributaria, se murió Fidel, y legalizaron el Acuerdo en el Congreso. Y empezó a llover.
Al lado de la tristeza por la tragedia del LaMia en La Unión (Antioquia), donde lamentablemente perdieron la vida 71 personas llenas de ilusión chapecoense, da vergüenza y rabia ver el manejo noticioso de la tragedia. Medios y redes se llevaron por delante el dolor de los deudos, la honra de los tripulantes y la reserva de la investigación.
La controladora del ATC de Ríonegro, sin importar su impecable seriedad y profesionalismo, recibe amenazas de toda clase.
Nadie imagina el perjuicio que eso ocasiona a la seguridad aérea, ni le importa. Es mejor reivindicar el derecho a opinar ignorante y democráticamente, adueñarse de una “verdad” cualquiera que ella sea y darse cinco segundos de fama en un muro de Facebook o en una redacción con hambre de chiva.
La solidaridad bonita de los paisas y la investigación seria y responsable que merecen las víctimas y sus deudos, se disuelve entre la conjetura y el chisme.
Mientras tanto, el Emisor sigilosa y discretamente confirma que la deuda pública aumentó US$369 millones en agosto, para un total de US$116.378 millones, el 41% del PIB. El fiado sigue creciendo y la tributaria se cuece a fuego lento y a oscuras, como los venenos. De Navidad recibiremos un Nóbel con guayabo ruinoso entre el bolsillo y más deudas para seguir pagando más eventos y más discursos populistas. Y el 4 por mil, ahí.
Hablando de populismo, ya van tres insignes campeones de la especialidad que se han ido. Todos poderosos, todos ricos (y usuarios de Rólex), todos aferrados con fiereza al poder, Kirschner, Chávez y Fidel nos dejaron embarcados en asuntos graves de tamaño continental, con legados insondables y perdurables, sin un remedo de juicio que les haya hecho despeinarse ni sonrojarse. Y qué casualidad: todos endiosados en obituarios que rememoran gestas, conquistas, aventuras y travesuras para delicia de la galería. Pero de sus víctimas no, eso no queda bien a directores o redactores tan acostumbrados a las satrapías eternas, como en el caso de Fidel con 57 años gobernando y reprimiendo opositores.
Ya que tocamos el tema de la oposición y como era previsible, saltó el conejo aprobando el neoAcuerdo en dos sesiones de ‘control político’ y todavía nadie sabe a quién le hicieron el tal ‘control político’. Como ya se está volviendo costumbre, se aprobó por “unanimidad relativa” (sin votos de la oposición). Al menos esta vez no hubo cánticos burlones ni globos blancos. Sólo aplausos forzados y algunas risas nerviosas, otras sarcásticas.
Hay que decir que el viejo y superado debate académico entre representación y participación democráticas, no produjo escuela ni línea jurisprudencial constitucional que autorice suplantar y sustituir la voluntad del pueblo soberano en las urnas, en el sentido que sea. Guste, rasque o incomode, “vox Populi, vox Dei” es la regla de oro de la democracia.
Recuerdo que en la anterior reelección presidencial hubo aisladas denuncias sobre un presunto fraude, que pronto perdieron impulso precisamente por respeto a la regla áurea. Cada voto cuenta y cada voto decide; y consolidado el resultado, las “mínimas diferencias” no existen.
Pues bien: mientras se ‘oían’ en Palacio las propuestas para lograr un neo-mejor acuerdo, en el Congreso se aseguraban los votos de la mayoría que hoy proclama L’Etat, ces’t Moi para legalizar a la brava lo de La Habana. ¿Resultado? No hubo una marcha que celebrara jubilosa la nueva paz. Nadie cantó, bailó ni pitó en la calle, no hubo un abrazo fraterno, ni una lágrima trémula que rodara emocionada por una mejilla curtida por el sol. Nada. La decisión del Congreso sólo tiene efectos políticos, no legales, que si bien puede dar vía libre a los instrumentos de implementación, difícilmente sobrevivirá en la Corte Constitucional, salvo un “milagro” jurisprudencial. Y la amenaza de volver al monte si no hay ‘Farc-track’, es un gesto rastrero e intolerable, que además nadie le cree a Iván Márquez.
Las maniobras del gobierno (que mantiene el 27 por ciento de aprobación y aún menos credibilidad, pero que implora por una unión nacional que no ha sido capaz de consolidar) sólo han logrado una paz cansada, llena de dudas y culpas recíprocas, politizada y politiquera. Pero de ella se vanagloria.
Parece que el Nóbel olvida que el gran éxito de la alta política está en el talento para sellar alianzas perdurables. Hoy su versión de paz, además de injusta, es incierta, sola y silente. Podrá ser materialmente tangible (sólo basta con que las Farc dejen de matar), pero sin un sólido acuerdo político, la refrendación fracasa en lo más importante: la reconciliación. El profesor Cepeda Ulloa hace poco dijo que la democracia está enferma de desconexión con la ciudadanía, que sus líderes “no la leen bien, no la entienden, no trabajan para ella”. Añadió que hoy el poder es más para servir a los que lo tienen todo y menos a los que lo necesitan. Colombia es eso.
Extra: Murió una niña embera de seis años por la explosión de un balón-bomba. Y la Fiscalía capturó al Alcalde de Bello (Antioquia) por falsedad: su título de bachiller es falso. ¿Así seguimos construyendo paz?