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UN CUENTO DE PALESTINA

* Se presentó ofreciendo un mundo diferente, mejor, y una nueva forma práctica de vida moral y religiosa.

El Monte de los Olivos se alza tres kilómetros al este de Jerusalén, separa a la Ciudad Santa del desierto de Judá, y desciende hacia el Mar Muerto.


Desde la cima se ofrece una perspectiva encantadora. Es posible contemplar la ciudad en todo su esplendor.

Los olivos que desde hace milenios crecen en sus laderas, le han dado el nombre que lo identifica. La tradición judía lo conoce también como el «Monte de la Unción», porque los reyes y los sumos sacerdotes eran ungidos con el aceite de sus olivos.


Es un lugar especial pues transcurren eventos muy importantes de la vida de Jesús, el gran Insomne: frecuentaba en la noche el monte de los Olivos donde realizaba sus oraciones enseñando a sus discípulos, y en las mañanas, todos, judíos, palestinos, egipcios, griegos, fariseos y romanos venían para oírle en el templo. Dictaba parámetros de Amor y de perdón.


Fue desde las proximidades de Betania, una aldea de la falda oriental, a lomos de un pollino, que Jesús emprendió su entrada mesiánica en la Ciudad Santa, acogido por las aclamaciones de una muchedumbre que colocaba sus ropas en el suelo para darle la bienvenida.


Atravesando el valle del torrente Cedrón, que circunda Jerusalén por el oriente y que separa el monte de los Olivos de la ciudad y del cercano monte Sión, situado más al sur, se dirigió Jesús al huerto de Getsemaní (del hebreo “Gat-shemanin, prensa o molino de aceite), después de la Última Cena, para desahogar su angustia poco antes de ser arrestado.

Jesús había nacido en Belén, región palestina en Judea, se crio en Nazaret, población hebrea de Galilea. Hablaba en Arameo (evolución del alfabeto fenicio), vestía una túnica blanca de buen género ceñida con un cinto sin cuyo concurso flotaba y se hacía molesta, un turbante de un material más liviano que se fijaba con un cordoncillo en la parte superior de la cabeza. Usaba sandalias, el calzado nacional de Palestina.


A la muerte de Herodes I el Grande, que fue quien ordenó la matanza de los inocentes cuando se enteró del nacimiento del niño Jesús, tres de sus hijos sobrevivientes se dividieron el reino judío: Judea, Samaria e Idumea fueron para Arquelao, Galilea y Perea correspondieron a Herodes Antipas, Filipo se quedó con Iturea, la Traconítide, Lisania y Abilene.


Arquelao fue un fracaso como gobernante hasta el punto que los romanos lo destituyen y declaran el territorio por él gobernado, como provincia romana.


Estamos en los años 30/33 D. de C., durante la pascua judía, que conmemora la historia del éxodo de los israelitas, pueblo semítico ascendiente, desde el antiguo Egipto. Todos los judíos de todas las partes del mundo tenían que acudir a Jerusalén, una ciudad de 70.000 habitantes que se desbordaba con miles de personas que acudían a celebrar allí la pascua. En algún momento se reúnen los personajes de un drama: Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, Caifás, el Sumo sacerdote de la provincia romana de Judea, y Poncio Pilatos, el Prefecto romano de Judea. Allí acudió Jesús.

A partir del momento en que Jesús entra en Jerusalén la tensión en la ciudad se intensifica. Caifás y los fariseos del Sanedrín, acudieron a Pilatos: habían condenado a muerte a Jesús por faltas graves. En efecto, Cristo fue juzgado por el Gran Sanedrín con base en dos acusaciones fundamentales envueltas en grandes inconsistencias jurídicas: la primera se configuraba en la imputación del delito de sedición que deducían de sus afirmaciones en uno de los sermones en el Monte de los Olivos acerca de la destrucción del templo de Jerusalén. La segunda acusación contra Jesús se basaba en la Ley del Levítico que castigaba con la lapidación el delito de blasfemia que le atribuían a las verdades que promulgaba. Se requería que la autoridad de Roma confirmara la pena ese mismo día para que fuera crucificado.


El de Jesús se convirtió en un caso judicial de conflicto de intereses. Pilatos lo interroga y sus enigmáticas respuestas llevan al Prefecto a cuestionarse, entre indeciso y cínico: "¿Qué es la verdad?" Lo encuentra inocente pero señala que como el reo vive en Galilea, la jurisdicción corresponde a Herodes Antipas, rey de esa región, por lo que lo envía a sus manos. Herodes también lo considera inocente, no lo juzga y lo devuelve a Pilatos aduciendo que la acusación tiene origen en Judea, territorio romano. El Procurador romano, que se enfrentaba a un montón de judíos concentrados en las demandas de Caifás y a unos cuantos seguidores de Jesús, ordena que lo flagelen y torturen para presentarlo al Sanedrín mostrando que ya lo había castigado suficiente, pero no consigue que la exigencia de muerte cese. Como última alternativa acude a la tradición de la pascua judía en que el pueblo tiene la potestad de indultar a un condenado a muerte. Presenta a Jesús a la multitud junto con un peligroso rebelde llamado Barrabás. La multitud de judíos azuzados por el Sanedrín, exige la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Pilatos se lava las manos, exculpándose y sentenciando a muerte al justo de Galilea. La decisión se toma por temor a una revuelta.


La historia de Jesucristo comenzó a escribirse hasta 70 años después de su crucifixión y muerte. Durante ese largo período se perdieron bastantes elementos históricos valiosos sobre la vida del Mesías.


Además, posteriormente se presentó una fuerte acción de la iglesia oficial romana, que censuró gran cantidad de información sobre la historia del cristianismo primitivo y que acaparó gran cantidad de ilustración en la biblioteca del Vaticano que versa sobre esa historia. Es gracias a investigadores estudiosos, historiadores profundos y teólogos independientes, que podemos enterarnos de rasgos desconocidos de la vida de Jesús.


¿Fue Jesús de Nazaret un revolucionario? Si por revolucionario se entiende alguien que lucha o se esfuerza por cambiar esquemas y estructuras de un statu quo que no satisface o no cumple su función correcta, entonces Jesucristo fue todo un revolucionario.

Criticó y se enfrentó a los jerarcas religiosos, los llamó hipócritas por su comportamiento indigno que contradecía las Sagradas Escrituras, que conocía muy bien, era un Maestro.

Se presentó ofreciendo un mundo diferente, mejor, y una nueva forma práctica de vida moral y religiosa. Irrumpe con ideas completamente revolucionarias de amor por el prójimo y perdón al enemigo. Criticó y se enfrentó a los jerarcas religiosos, los llamó hipócritas por su comportamiento indigno que contradecía las Sagradas Escrituras, que conocía muy bien, era un Maestro.


El contenido de sus prédicas y enseñanzas enojaba y preocupaba a las autoridades judías, sus sermones y mensajes eran totalmente diferentes a los del judaísmo tradicional. Su forma y estilo de predicar y de hacer proselitismo eran supremamente novedosos para esa época, como el andar en grupo predicando en todos los lugares. Fue un poderoso revolucionario-místico-espiritual-pacifista. Sus doctrinas se mantienen a través del tiempo.


El contexto histórico y político en que vivió Jesús era el de un imperio, Roma, que tenía dominada a Palestina. El pueblo judío esperaba un Mesías Libertador que lo liberara de los invasores.


Y reinaba un gran descontento por la vergüenza y las humillaciones de esa ocupación de los romanos quienes trataban a los judíos con desprecio en su propia tierra, ofendían sus creencias religiosas, profanaban sus sinagogas, que para ellos eran muy sagradas.


El país estaba convulsionado y había una resistencia bélica soterrada a través de la táctica militar que hoy conocemos como guerra de guerrillas, grupos pequeños atacaban las guarniciones romanas y huían para ocultarse en el desierto.

Barrabás, que fue presentado ante la multitud por Poncio Pilatos como alternativa para liberar a Jesús, era un conocido rebelde, capturado por los soldados romanos por sus acciones contra el imperio. La multitud lo prefirió por sentir que era uno de los suyos.


Jesús venía de afrontar una cuestión espinosa acerca de la legalidad de los impuestos que se debían pagar a Roma. Los fariseos le habían preguntado: ¿es lícito pagar tributo al César?


Era una trampa. Según cómo hubiese respondido, lo habrían acusado de estar a favor o en contra de Roma. El Maestro fue muy elocuente con su respuesta: "Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César".


Esa respuesta estaba enfocada en el aspecto moral y no en lo político, pero los fariseos lograron que se considerara esa frase como un gesto de sumisión, de resignación ante el imperio de Roma.


La revolución de Jesús fue espiritual, humana[1].


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[1] Nuevo Diario.com / Javieraviles53@yahoo.com

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