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LA ÉTICA

* Un comerciante turco en Cartagena les ha hecho una buena oferta por los muñecos que llegan de Italia.

Génova es un puerto en el norte de Italia, al oeste, en la costa de Liguria, lleno de historias siempre ligadas al mar, que se respiran en lugares fascinantes. Es una ciudad de viento, especialmente en invierno, cuando las corrientes del norte de Europa traen el frío al Mediterráneo.


Una noche de finales de diciembre de 1983, en una zona comercial hermosa, camina por el laberinto de callejuelas estrechas empedradas cercanas a la piazzeta del Fico, un grupo de hombres bien abrigados, mirando las vitrinas.


En el Caribe colombiano andan de moda furiosa unos perros bonitos de felpa, grandotes, de todos los colores, con ojos saltones de botón, sentados en sus patas traseras. Los caminantes son marinos de Colombia que los andan buscando. Están embarcados en el Ciudad de Buenaventura que presta sus servicios en el Mediterráneo. Es el último puerto que tocan en Europa antes de emprender el regreso a Colombia.


Un comerciante turco en Cartagena les ha hecho una buena oferta por los muñecos que llegan de Italia, saben el precio en Génova y hacen cuentas alegres.


No disponen de mucho tiempo para encontrarlos, comprarlos, y subirlos a bordo, debe ser esa noche pues en el puerto no hay trabajo nocturno por pronóstico de mal tiempo y el capitán estará por fuera hasta la madrugada.


Se detienen frente a una vitrina donde los exhiben, entran decididos, expresan que quieren comprar cento unidades; no es complicada esa lengua, se habla en español, en italiano se canta.


- ¿Cien?, el propietario se rasca la barbilla, no los tiene aquí, son las siete pero los puede conseguir para las once.

Está bien, explican que deben recibirlos en el muelle. Claro, se harán llegar donde indiquen con un costo extra por supuesto; siguen adelante, pagan la mitad de todo, quedando en entregar el resto al costado del barco. Con un buen vino el italiano invita a celebrar el trato con los colombianos.


Es cerca de la media noche. En el muelle Etiopía cae la nieve impulsada por una brisa fuerte y helada, aparece un camión enorme, carpado, es una sorpresa, esperaban algo más pequeño.


En la navegación hacia Europa habían planificado la maniobra; multiplicando por cien la ganancia unitaria les daba una cifra bonita, se estimaron las dimensiones de la mercancía.


La ética irrumpió en el debate, era contrabando, pero finalmente fue arrasada, sucumbió a la aventura.


Los peluches, de un metro de altura, venían empacados en bolsas plásticas que suponían un apreciable espacio 'flotante' que no habían tenido en cuenta, resultando mucho mayor el volumen total que el que habían calculado.


Se inició el traslado, muchos tripulantes que no sabían se enteraron y ayudaron por una paga. El ingreso por la escala iba muy lento, solo de a uno se podía circular; a alguien se le ocurrió abrir una compuerta lateral ancha que se encontraba más hacia popa y que se usaba para la toma de combustible. Debían lanzarlos pues quedaba separada del muelle, la brisa se llevó varios al agua.


Finalizó el abordaje con un detalle fastidioso: a pesar del cuidado, se manchó el empaque con combustible pesado, de casi todos los que entraron por la toma. Al guardarlos, los sacaron de las bolsas. Algunos quedaron sucios.


La nave con los perros plácidamente alojados en camarotes vacíos de pasajeros zarpó al otro día. La ruta de navegación salía de Génova, se dirigía a Gibraltar para dejar el Mediterráneo, recorrer el Atlántico y entrar al Caribe por Santa Lucía. Los acompañó una mar agitada, atracaron en Cartagena luego de 14 días.


Subió el turco, miró, examinó, tocó y decidió bajar el precio o rechazarlos alegando que no estaban impecables. No aceptó razones, se sostuvo y exigió para pagar que se los entregaran afuera.


Implicaba contratar el transporte y pagar en la salida a vigilantes civiles, no existía policía aduanera, se vivían los tiempos de Colpuertos. Como no fue posible conseguir un camión, los perros salieron felices en dos chivas turísticas.


Una vez el turco los tuvo al alcance, astuto, quiso reducir aún más el pago. Los gastos extras y la alteración de la venta arruinaron la magia del negocio, pasaron a pérdidas. No entraron en el juego, se negaron a venderlos.


Una novia compasiva dejó que los amontonaran en el patio de su casa. Terminaron regalándolos…

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