* No te dejes hundir en tus miserias, no naufragues presa del pesimismo.
Cuando crees que todo acabó, Dios te muestra que en realidad algo nuevo está por comenzar. La vida a veces te golpea fuerte. Los planes por los que tanto luchaste no resultan. El trabajo no va bien y la vida personal es un desastre. Pero en esos momentos de incertidumbre y dolor aparece una luz de esperanza.
Jesús estaba junto al lago de Genesaret. Era todo un acontecimiento. Para unos un gran maestro, para otros un profeta, y para mucha gente el Mesías anunciado por las Escrituras. Lo cierto es que Jesús estaba ahí muy cerca de las aguas y la gente se agolpaba para verlo, para tocarlo.
Mientras acá a la orilla del lago de Genesaret o Mar de Galilea el ambiente parecía de fiesta, aguas adentro se plasmaba el rostro de la derrota, la frustración había invadido el corazón de un grupo de pecadores que regresaban a la orilla cabizbajos.
Dice la Biblia que “el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios” (Lucas 5:1). Jesús entonces vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago. Los pescadores descendían de ellas para lavar las redes. Es en momentos como estos cuando tu frustración y derrota se puede convertir en alegría y triunfo.
Jesús camina entre la gente se sube a una de las barcas que era de Simón Pedro. El ánimo de Pedro no estaba como para remar de nuevo mar adentro. Hay momentos en que el desánimo te deja exhausto. El maestro le rogó que apartase la embarcación un poco de tierra y aquella barca se convirtió en un púlpito, una plataforma desde la cual se proclamaban noticias de esperanza, porque el evangelio es eso, buenas noticias.
Jesús habló a una multitud expectante, muchas vidas fueron tocadas por ese poderoso mensaje. No hay duda que cada púlpito, cada plataforma desde donde se predica el mensaje de salvación es una barca de pesca.
Ahora Jesús tiene un mensaje personal, un mensaje para alguien que lo necesita (así sucede con nosotros, el mensaje es a las multitudes, pero Dios habla de manera individual a cada corazón). Ese alguien es Pedro, un hombre con la mirada perdida en el horizonte y los ánimos a punto de perecer en la bruma del lago.
Para Pedro parecía que la jornada había terminado, pero Jesús le muestra que lo bueno apenas está por comenzar. Una multitud iba en algarabía a recibir el mensaje, Pedro y sus compañeros iban de retirada. ¿En cuál grupo estás tú? Porque no importa cual sea tu situación, Dios quiere hablar contigo.
Hay momentos cuando nuestra fe está por el suelo, cuando el desánimo se convierte en una montaña gigante...
La historia está en la Biblia, en Lucas 5:1-11, y ahora Jesús habla con Pedro (al igual que contigo y conmigo). “Cuando terminó de hablar –a la multitud-- dijo a Simón: boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Pareciera que le dijera a Pedro: inténtalo de nuevo, pero esta vez conmigo. Esa es la clave, no intentarlo solo o sola, con nuestros propios esfuerzos, sino intentarlo con Jesús de nuestra parte. Es más, intentarlo con Jesús en la barca, es decir, en nuestra vida, nuestra familia, nuestros negocios, nuestros planes.
“Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red” (Lucas 5:5).
Hay momentos así cuando nuestra fe está por el suelo, cuando el desánimo se convierte en una montaña gigante, cuando el obstáculo más grande somos nosotros mismos. Es en esos momentos cuando nos movemos en obediencia, confiando plenamente en que el que lo dice tiene poder para hacer que suceda. Y el que lo dice es el Creador de los cielos y la tierra.
Pedro argumenta, preso del pesimismo, “toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado”. Lo que está diciendo es: “yo no creo que suceda, ya lo intenté, ya gasté todas mis fuerzas”. Pero luego dice: “mas en tu palabra echaré la red”. Es algo así como una obediencia ciega y dependiente de la capacidad de alguien que es mucho más poderoso que yo.
Lo primero que hay que hacer es escuchar. Escuchar a pesar del cansancio, de la frustración, del desánimo, del deseo de tirar todo por la borda. Y luego de escuchar es necesario obedecer (cuando esto nos pasa debemos tener en cuenta que aunque nuestra mente finita no lo vea claro, nuestro Dios infinito en poder siempre tiene mejores planes para nosotros).
Y aquí hay un punto de quiebre, porque cuando obedecemos al que tiene poder para hablar a la tormenta, es cuando empezamos a caminar en la esfera de lo sobrenatural, en ese momento somos testigos de milagros, vemos la gloria de Dios descender en rededor nuestro. Es el momento preciso cuando decimos: “Yo --mi mente, mi naturaleza--, pienso que no es posible, pero con el corazón te creo a ti”.
Jesús dio la orden de lanzar la red de nuevo al mar, y Pedro, prisionero de sus propias miserias, obedeció a la voz del Maestro. “Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía” (Lucas 5:6). Dice el relato que tuvieron que pedir ayuda otros pescadores porque por la pesca abundante, milagrosa, la red estaba a punto de romperse.
Los momentos de nuestra escasez son los momentos para ver la abundancia, la provisión de Dios. Pedro entonces reconoció, con temor reverente, el señorío de Jesucristo y recibió el llamado que todos tenemos para ser pescadores de hombres. Estamos llamados a ser instrumentos de Dios, somos su red. Recibimos de la abundante gracia de Jesús para que también la compartamos con otros.
No te dejes hundir en tus miserias, no naufragues presa del pesimismo, deja que Jesús sea el capitán de tu embarcación (tu vida). Él siempre nos lleva a puerto seguro.
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