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Abusos e intolerancia en tiempos de pandemia


Hace cerca de cuatro meses, cuando comenzó este largo período de confinamiento en todo el planeta, muchos pensamos que después de estos días tan llenos de angustia y de que todos sintiéramos que la vida se podía ir en cualquier momento, el egoísmo, la ambición sin límites, la soberbia, la perversidad y la intolerancia, que caracteriza a muchos humanos, se iría replegando y que muchos se volverían mejores personas, más serviciales, menos despóticos y mucho más empáticos. Era como si de repente creyéramos que unas sociedades más justas y solidarias saldrían de esta dura experiencia para la humanidad.

Sin embargo, a medida que pasaron los días y los meses, esa ingenua esperanza ha desaparecido, y hoy nos estremecemos frente a los miles de casos en todo el mundo de seres humanos capaces de acciones de una extrema crueldad y una maldad fuera de todo control sin ningún reato de conciencia. Amparados, creen muchos, en las certeza de que sus acciones no serán observadas por testigos ocasionales y en el hecho de que los juzgados trabajan a media máquina y de manera virtual, así como el hecho de saber que las instituciones del Estado están dedicadas a preservar la salud de todos y cada uno de nosotros y, por lo tanto, creen que sus acciones viles no serán castigadas y que impunidad va a salir triunfante.

Es así como los casos de violencia intrafamiliar han llegado a un desenfreno inusitado, los feminicidios se multiplican, el hostigamiento a los vecinos rompe todo límite, el repudio a médicos y otros profesionales de la salud se hace sin ninguna medida, se despiden empleados sin justificación y hasta los seres vivos son perseguidos como si fueran demonios y no vidas indefensas que ayudan, con su compañía siempre amable e inocente, a que muchos de nosotros nos acerquemos a una felicidad a través de mascotas amadas y cuidadas con dedicación y esmero.

No sabría ahora qué destacar primero como lo más horrendo de lo que está sucediendo. Mujeres que son violentadas físicamente y psicológicamente por sus compañeros, madres y padres ancianos abandonados por sus hijos, niños y niñas víctimas de discriminación racial o que se angustian ante la posibilidad de perder el año escolar o no poder estudiar por falta de recursos para eso, padres y madres vilipendiadas por sus vecinos de la forma más ruin y cobarde por deber un dinero que han dejado de pagar porque están cesantes en su empleos, médicos agredidos física y mentalmente por ciudadanos que creen que pueden contagiarlos. Perros, gatos, loros y hasta lechuzas y murciélagos descuartizados cruelmente. Un panorama que ni Dante, al imaginar el infierno, pudo suponer siquiera remotamente.

Mientras tanto las autoridades, llamadas a proteger a la ciudadanía indefensa, se extralimitan en sus funciones pateado hasta casi matar a los ancianos que salen a vender cualquier cosa para poder comer ese día, violan mujeres y nada pasa, se encargan de hacer desalojos, a pesar de estar prohibidos en estos momentos, y quienes se oponen a tamaño desafuero son destituidos del cargo.

De otro lado, en Colombia los gobiernos locales y nacionales dejan que los almacenes de grandes superficies se lucren indebidamente mediante el aumento constante de los precios de los artículos de primera necesidad y de la llamada canasta familiar. La gente del común es obligada a permanecer en casa, el mayor tiempo posible y no puede reclamar como es debido ni les está permitido asociarse para todos juntos elevar sus reclamos… Un nuevo abuso del poder que, como sabemos, desde antes de la emergencia sanitaria era el pan nuestro de este país, pero ahora se ha aumentado a la enésima potencia…

La salud mental de todos nosotros está en juego cuando sabemos que hay varios padres de familia se suicidan por la impotencia de no tener como darle un techo, educación, salud y comida a sus hijos. Y acá no ha pasado nada, dicen las autoridades competentes.

¿Hasta cuándo tanta intolerancia y tanto desprecio por todos y por todo? ¡Ya basta! No somos monstruos. Somos seres pensantes que lo único que debemos tener es mucho de sentido común y saber ponerse del lado del que sufre porque, en este caso extremo, lo que debe primar es la solidaridad y la empatía. El resto es volver a la Edad de Piedra cuando la ley era la de la barbarie sin freno. Entonces no existía el poder persuasivo de la inteligencia y tampoco se buscaba el amor por la vida que se refleja en el trato que le damos al prójimo sea este un miembro de nuestra especie humana o se trate de cualquier otro ser viviente.

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