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¿Qué es ser viejo?


Todos podemos asegurar que conocemos gente que nació vieja. Se comportan desde muy niños como si el camino de la vida estuviera a dos pasos de finalizar. Nunca tienen fuerzas para continuar un proyecto y siempre dicen que ya no es hora de comenzar nada nuevo. Llevan encima una tristeza oculta que disfrazan de: ‘soy realista’.

En verdad, la existencia les parece una carga demasiado pesada de llevar.

Provengo de una familia longeva. Mi abuelo paterno murió de 93 años, mi padre de 94 y una tía abuela de 102. Yo paso los 60 y, por supuesto, pienso seguir con esa tradición. Igualmente, mis ancestros no mermaron su productividad intelectual por haber llegado a la edad en que muchos suelen retirarse del mundo laboral. Esa experiencia de mis mayores me indica que se asume la vejez cuando se cree que hay que irse al último rincón de la casa a esperar que llegue la Parca. Por el contrario, se es joven cuando se sigue luchando por nuestros proyectos personales.

La vida me ha demostrado que la vejez no es sino una actitud de cansancio mental, entre la depresión y la melancolía combinada con muy pocas ganas de vivir. En estos tiempos de pandemia son muchos los que creen y afirman, sin rubor alguno y de manera errada, que cuando se pasa de determinada edad lo sensato es entender que se llegó a una especie de enfermedad mental y física que nos obliga a irnos al olvido y al fracaso y meternos en una cama a esperar la hora aciaga. Esta actitud está en franca contradicción con los propósitos sobre los que todas las ciencias de la salud vienen investigando, con excelentes resultados. Me refiero a que se lucha contra las enfermedades para que se encuentren los modos más expeditos de prolongar la existencia, brindándole a las personas una vida sana y plena. De hecho, se han incrementado las expectativas de vida en el mundo llegando, en la actualidad, a estar cerca de los 80 años.

La canciller alemana, Ángela Merkel, mujer sabia y de indudable liderazgo mundial, recientemente ha dicho que resulta absurdo y antiético considerar que llegando a los sesenta años una persona no puede aportar gran cosa y que debe resignarse a sentarse en su casa a compartir sus hijos y nietos los acontecimientos familiares y nada más. Esa visión tan distorsionada de los adultos que pasan de los 50 años está llevando al mundo a negarse que la experiencia es una forma muy válida de conocimiento y, por lo tanto, hace avanzar a la humanidad hacia puerto seguro. Ese dudar de la posibilidad de seguir siendo laboralmente activo cuando se está en pleno uso de las facultades mentales es un completo desatino.

Es mucho lo que una persona puede servirle a la sociedad cuando sigue estableciendo metas que quiere cumplir. Darle el reconocimiento y el lugar que se merece en una comunidad es entender que la educación se nutre principalmente de la sabiduría y el buen juicio que se adquiere con el paso de los años. Se hace grande el destino de un país cuando los mayores no son excluidos sino, por el contrario, se les incluye en la construcción del futuro. Muchos, son innovadores, creativos, investigadores serenos que aportan soluciones excepcionales y esto sólo se consigue con el paso de los días y los años.

Así que creo ser viejo es esperar la muerte y haber perdido el deseo de seguir en la lucha cotidiana. La realización personal de un individuo es un derecho fundamental que todos tenemos y es nuestro deber de exigirle estas condiciones laborales a los gobiernos de todo el planeta. La vida es para vivirla a plenitud. No olvidemos que se ha envejecido sólo cuando el amor por estar vivos nos ha abandonado. Mientras tanto, sigamos caminando.

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