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Otra pandemia


Cientos de Líderes Sociales, ex combatientes acogidos al proceso de paz, reclamantes de tierra, protectores del medio ambiente, defensores de Derechos Humanos continúan siendo cazados y asesinados a diario, muchos con sus familias, con sevicia, selectivamente. Es un espectáculo de muerte que hacemos paisaje.

Porque continuamos percibiendo esos crímenes y barbaridades como algo cotidiano, como hechos adicionales al Covid-19, y a los goles y las canciones y a la risa.

Y en las redes, desgraciados áulicos justifican los crîmenes con inconcebibles argumentos, periodistas y políticos defienden a los criminales, racionalistas tranquilizan refiriêndose al genocidio como una “realidad” que se supera.

¿Y los responsables? Protegidos en una compartimentación mafiosa, blindados, inmunes, impunes, campantes, mientras reina una Justicia que sôlo causa desprecio a funcionarios delincuentes y abogados ambiciosos.

Y nuestra existencia transcurre sin hacernos cargo de nada, en un Estado que acompaña la desgracia con farsas que denomina Consejos de Seguridad, con recompensas, investigaciones exhaustivas y últimas consecuencias, que no conducen a nada porque está programado llegar sólo hasta los ejecutores. No se vislumbran intenciones de profundizar.

En el contexto de una inconmensurable indiferencia, suena a locura opinar que la pandemia es sólo una más de nuestras emergencias, que se requiere un cambio drástico en la manera como estamos asumiendo esta patria que no es de todos los colombianos.

Es el prójimo, cristianos. Se trata de seres humanos, de ancianos, de niños, de mujeres, de hombres que en un marco de miseria son amenazados, despojados, asesinados por delincuentes, guerrilleros, paramilitares…, forzados al abandono de sus lares, con sus huérfanos, con sus viudas, con sus perros, con sus miedos, con sus hambres, con sus fríos. Seres infortunados de una Colombia que no conocen los políticos, gente abrumada por las circunstancias, víctimas de criminales amparados por maleantes poderosos.

Estamos sometidos a un régimen inmoral y criminal que en otro gran acto de corrupción si brinda condiciones de seguridad a tanto bandido, con escoltas, motos, helicópteros y carros blindados.

Cuando las leyes y las instituciones no nos protegen, el Contrato Social desaparece y entonces adquirimos el derecho y el deber de hacer algo.

Es inútil, iluso esperar soluciones desde los paros y las piedras. La violencia es lo que esperan siempre para justificar que nos aplastan con soldados y policías, armados con nuestros recursos y entrenados contra el descontento. Nos tienen enfrentados entre hermanos, nos imponen un modelo destructivo, respaldado por nuestra indiferencia.

No son asuntos de Dios, ni de Justicia Divina. Es una cuestión terrenal de pusilánimes que estamos permitiendo que asesinos y ladrones se impongan y destrocen esta sociedad.

Si hemos llegado hasta aquí ha sido por nuestra culpa. Propongo generar una salida desde nuestra legítima entraña, simple, que no tiene nada de revolucionaria, al contrario, es la criminalidad la que está en rebeldía contra nuestro Estado de Derecho.

Es con el voto, colombianos, como debe ser: libre, consciente, sabio.

Un arma letal, pacífica.

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