Año tras año, cuando se conocen los resultados de las pruebas Pisa en Colombia se evidencia que nuestro nivel educativo es muy bajo: la comprensión de lectura de los jóvenes colombianos es muy deficiente y se hace muy poco o casi nada para que esa condición tan preocupante deje de ser tan grave.
Evidentemente hay una gran negligencia de parte del Estado colombiano. Al aprendizaje de la lectura crítica no se le presta atención alguna considerándose, muy erróneamente, que el énfasis en la interpretación de lo que se lee es aleatorio, no algo esencial. Basta con ver los programas curriculares que Mineducación diseña. Se nota, por la amplitud y el tiempo tan corto que se les asigna, que no buscan profundidad, puesto que son tantos y tantos los objetivos que es imposible cumplirlos en pocos meses. El buen manejo del idioma no es algo suplementario sino que es la única forma de entender el entorno que tenemos. Si no se comprenden las cosas más elementales es imposible avanzar. Así de sencillo. Partamos de un ejemplo casi tonto: si un niño que está aprendiendo a leer no conoce la palabra ‘verde’ le es muy difícil entender que las hojas son de ese color. Y, ¿cómo podrá, entonces, deducir que en el parque que a diario frecuenta ese es el color predominante? Así pues, que avanzar en otros aspectos del conocimiento no es fácil. Por lo tanto, jamás logrará adentrarse en conceptos más elaborados, como la simbología cromática de la esperanza o la connotación negativa de la envidia. Esto mismo sucede cuando una sociedad, como la nuestra, desigual y poco innovadora, no se dedica, con todo el empeño, a enseñar a niños y jóvenes el lenguaje de la manera más amplia para optimizar la comprensión de lo que se lee. Las diferentes connotaciones de una palabra nos hacen más libres y mucho más reflexivos.
Otro de los aspectos que incrementa, sin duda, la interpretación de textos escritos es habituar a los estudiantes a los debates críticos alrededor de un sinnúmero de temas. Unos individuos que se reúnen a oír opiniones diferentes a la suya propia, enriquecen su visión sobre el mundo que lo circunda, los diferentes conceptos válidos que puede tener cada párrafo y además, se hacen más tolerante y empáticos hacia sus semejantes y construyen un camino hacia la paz y, por otro lado, se incorporan ideas que antes desconocían y que pueden serles muy útiles en el futuro. Aprender con los otros es un camino en ambas direcciones: el primero es incorporar en nuestras vidas aspectos y criterios que ni siquiera sabíamos que existían y el segundo otros se alimentan de mis experiencias. Y, por supuesto, el proceso que se establece a través de la comprensión lectora es esencial en esto.
Hace unos días recordaba algunos momentos de mi infancia. Me enfrenté a las diferentes maneras de aprendizaje que tuve. En el colegio, desde el kínder me enseñaron poemas del colombiano Rafael Pombo. Cuando íbamos memorizando sus versos la maestra nos iba incrementando el vocabulario con palabras desconocidas y poco usadas ya para entonces. Sin embargo, esas formas de acceder al conocimiento me han resultado útiles, independientemente de que la enseñanza del español sea mi profesión. La literatura infantil, además de incrementar el amor por la lectura, la creatividad y el conocimiento de la sociedad donde estamos inmersos, permite enriquecer vocabulario y siempre hace que el niño incorpore a su personalidad valores y principios que nos facilitan vivir en armonía con nuestros semejantes.
Pero no todo el aprendizaje fue así de creativo como con Pombo. Recuerdo que no sucedió lo mismo cuando nos enseñaron el Himno Nacional. Evidentemente es muy marcial y su letra llena de símbolos, muchos de ellos provenientes de la mitología griega, son elementos propios de la mente entre romántica y cercana del simbolismo francés, de Don Rafael Núñez. Sé, porque se lo he preguntado a varios compatriotas ya adultos, que muchos no saben aún el significado de la palabra inmarcesible que aparece en el estribillo de ese canto patrio. Creo que esto le quita identidad y sentido de pertenencia que debería estimular nuestro afecto por Colombia. Así pues, que el fortalecimiento de nuestra nacionalidad como un valor indispensable no se ha dado tal y conforme debería ser en un país tan difícil para propios y extraños. Algo hay que hacer y pronto.
Todo esto nos debe llevar a una conclusión obvia: mientras en nuestro país no tengamos claro que la comprensión de lectura y el aprendizaje profundo y efectivo no se están dando esto está impidiendo que se llegue a un nivel medianamente aceptable de investigación, de cultura general y, por lo tanto, no habrá ningún avance efectivo y el país no crecerá de acuerdo con las exigencias de la vida del siglo XXI. De nada sirve la tecnología si no se entiende lo que nos proporciona conocimientos. Seamos sinceros: Esto lo proporciona únicamente una lectura crítica y analítica que nos conduzca hacia el pensamiento innovador. Estamos en deuda de corregir el rumbo. Esperemos que el gobierno lo haga de manera muy consiente. Esperemos, pues hasta hoy sólo hemos tenido indiferencia.