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José Benito Barros. ‘Poeta del país de Pocabuy’


José Benito Barros Palomino,[1] no solo es el poeta del País de Pocabuy, sino también el más acérrimo defensor de la cumbia como un aire musical y como una danza emanada de las entrañas de las tribus Pocabuyes, Canoas, Tupes, Zondaguas y Xiriguanas, etnias que hacían parte de la valiente y heroica Nación de los Chimilas,[2] que a lo largo de más de trescientos años enfrentó a la invasión española, y cuyo asiento estaba entre el Cabo de la Vela, la Gobernación de Santa Marta y se extendía hasta el estero del Río Opompotao (Señor de los Ríos) o Cesar, por el cacique Cesarino que habitaba en el territorio de los Tupes.

Hago la salvedad de que hasta hace pocos años personas estudiadas se atrevían a decir que Pocabuy era un invento de José Barros. Al escritor Manuel Zapata Olivella, que mantuvo hasta su muerte una discusión con el autor de la Piragua y al médico Jaime Camargo Franco, que renegaba y ponía en duda la existencia de los pocabuyes, me tocó darles copia de los relatos de Fray Pedro Simón y de los Documentos para la Historia de Friedde, en donde dedican cientos de páginas a los Pocabuyes desde el año de 1533 y otro tanto hace el historiador Hermes Tovar Pinzón.

El Banco, donde nació el poeta pocabuyano, el 21 de marzo de 1915, es una población sin cédulas ni pergaminos, sin aristocracia y boyardos, ya que desde sus orígenes siempre estuvo habitada por nativos, agricultores, pescadores y negros manumitidos o huidos que venían de las minas de Zaragoza y Guamocó. Por primera vez aparece reseñada en el Libro de las Misiones Franciscanas, en 1616.

Según lo dice el mismo José Fernando de Mier y Guerra,[3] Marqués de Campo, con residencia en Mompox, la refundó el día 25 de noviembre de 1751 por orden expresa del Rey Carlos III, con el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria de El Banco, entre el Caripuaña (Magdalena), “río del país amigo”, y el Opompotao (Cesar), “señor de todos los ríos”, buscando de esa manera cerrarle el paso al fuerte contrabando que salía de Mompox a Puerto López, en el mismo peladero en que se le apareció la Virgen de las Candelas a Domingo Ortiz.

En ese lugar donde se asentó durante milenios la heroica y valiente nación de los Pocabuyes que asombró a los invasores españoles, por su bravura y por las notas melodiosas que fluían de las cornamusas y flautas, que con el correr de los años harían de aquella bella población la ciudad imperio de la cumbia.

Con el advenimiento de la navegación fluvial a vapor inaugurada en 1823 por el vicepresidente Francisco de Paula Santander, adquirió enorme importancia por su ubicación mesopotámica en las confluencias del Cesar y el Río Grande de la Magdalena, convirtiéndose en centro del comercio de la ganadería, pesca y agricultura, tanto para las ciudades del interior del país, como para las urbes de la costa atlántica colombiana.

Erigido El Banco en municipio en 1871, el presidente Enrique Olaya Herrera ordenó en 1930 la construcción del templo consagrado a la Virgen de la Candelaria y también del muelle, con el objeto de evitar fuese arrasado por las fuertes corrientes del Cesar y del Gran Padre Yuma.

Hoy, El Banco, Viejo Puerto, es una Urbe pequeña, semejante a la Nínive del siglo 3.000 antes de Cristo, que crece en medio de un comercio incesante y al son de los poemas musicales de José Benito Barros Palomino, el Poeta del País de Pocabuy.

Es importante decir, que la pluma de José Benito Barros hizo un largo recorrido desde el bolero (A la orilla del mar), pasando por el chandé y la cumbia, el currulao y la gaita, el garabato y la guaracha, el merengue y el merecumbé, paseos y pasebol, pasillos, puyas y porros, rancheras, son, tangos, vals y vallenatos. Quizás el único campo que no invadió la pluma de José Benito fueron la matriuska rusa o la odalisca árabe que danzaban las huríes medievales. También escribió la novela “LA PIRAGUA DE GUILLERMO CUBILLOS”.[4]

Respecto a la escritura poética de sus composiciones, en la mayoría de ellas, el Maestro Barros demuestra el conocimiento de la métrica española, del verso medido, rima, ritmo, armonía y melodía.

Las siguientes composiciones del Maestro Barros, nos hablan de su profundo conocimiento de la métrica, pues a pesar de las vicisitudes que vivió en el largo trajinar de su vida, no fue un músico empírico y tampoco un compositor de bajo perfil. Nada de eso: José Barros, combinó su talento artístico con el conocimiento que adquiría en los caminos de su vida. Sus composiciones demuestran que era una persona estudiosa y que armaba cada verso con pulcritud y limpieza.

Veamos las siguientes composiciones:

“Hoy no tengo la razón de ayer

nada, nada, puedo comprender

si ese amor que yo persigo

nunca, nunca ha de volver”

En el Tango Bandoneón anterior, rima el 1º con el 2º y el 4º verso y deja libre el tercero.

En Perdida (1955) – Tango

“Ellas nunca se conforman

con aquel que más las quiere

así son estas mujeres

que no saben comprender”

En esta estrofa, el maestro amarra la rima del 2º con el tercero y deja libre el 1º con el 4º.

Vivo entre la farra (1953) - Tango

"Hoy solo queda la viejita

sin amparo porque todo lo perdió

en la triste soledad de aquella noche

en que sin pensar en ella se mató.

Cómo puede un hombre macho

arrastrase hasta la muerte sin pensar

que en el mundo solo hay un gran cariño

que es la madre, diosa buena sin igual”

En la octavilla anterior, se cuida de dejar cuatro versos sueltos y rima otros cuatro, midiendo el verso en su estructura.

En La Piragua, que es una voz Caribe, que para la lengua española tiene el mismo significado de almadía o canoa,[5] el Maestro Barros narra una historia en primera persona como en las antiguas sagas o leyendas escandinavas. Inicia la historia remontándose a generaciones pasadas y a medida que narra, Guillermo Cubillos, que debe ser un personaje noble, pues es el propietario de la canoa, va acompañado de Pedro Albundia y doce bogas que deben ser chimilas o pocabuyes por la “la piel color majagua”, es decir, prieta.

El poema consta de dieciocho versos divididos en cuatro estrofas de cuatro versos cada una y un estribillo de dos versos. En todos los versos hay una rima atada y una rima suelta.

Como toda epopeya, La Piragua tiene su inicio, su cuerpo y al final, queda la ruina.

La Piragua

Me contaron los abuelos que hace tiempo, navegaba en el Cesar una piragua, que partía del Banco viejo puerto a las playas de amor en Chimichagua.

Capoteando el vendaval se estremecía e impasible desafiaba la tormenta, y un ejército de estrellas la seguía tachonándola de luz y de leyenda.

Era la piragua de Guillermo Cubillos, era la piragua, era la piragua. (Bis)

Doce bogas con la piel color majagua y con ellos el temible Pedro Albundia, por las noches a los remos le arrancaban un melódico rugir de hermosa cumbia.

Doce sombras, ahora viejas ya no reman, ya no cruje el maderamen en el agua, solo quedan los recuerdos en la arena donde yace dormitando la piragua.

Era la piragua de Guillermo Cubillos, era la piragua, era la piragua. (Bis) La piragua, la piragua, la piragua, la piragua...

En Momposina, el poeta José Benito Barros, en doce versos con un estrambote o estribillo, juega con las metáforas y con un lenguaje depurado, poético, contando la historia del jardinero que se enamora de una mompoxina.

Mompoxina

Mi vida está pendiente de una rosa,

Ella es hermosa y aunque tenga espinas Me la voy a llevar a mi ranchito Porque es muy linda mi rosa momposina

Ella me ha dado toda la inspiración Que tiene mi canción por eso yo la quiero Ella me ha dado toda la inspiración A mi lindo folclor, por eso es mi lucero

Ay pero si llega el otro jardinero, Y aunque me diga que es puro banqueño, Yo no permito ni que me la mire, Porque él ya sabe que yo soy su dueño Momposina, ven a mi ranchito Momposina, ven para quererte Momposina, lindo lucerito Momposina, yo quiero tenerte (Bis)

La vida del maestro José Benito Barros Palomino, como él mismo lo contaba, vivió inicialmente en las penurias, pero cuando descubrió que estaba bajo el amparo de las Musas y especialmente de Orfeo y la magia de los valientes Pocabuyes, su alma se sumergió entre notas, ritmos, melodías, sones y pentagramas. Legó al patrimonio cultural de la nación y del mundo más de 700 composiciones grabadas.

Para ayudar a sostenerse comenzó a cantar en su adolescencia en las plazas de mercado, en reuniones de familias adineradas de su pueblo y ofreciendo serenatas.

Aunque su primera pieza llevada al acetato apareció en 1946, cuando Bovea y sus Vallenatos, con el sello Tropical, grabaron El Vaquero, su consagración, no le llegó con La Piragua y tampoco con La Mompoxina, sino que esta fue tardía. Pues solo en 1988, agrupaciones de fama internacional como Los Black Star, Los Celestes, entre otros graban Palmira, La Cigüeña, Por fin llegó el amor.

José Benito Barros, dejó huella en muchos lugares de Colombia, desde que sale a recorrer el mundo, dejó la marca de su talento musical. Barranquilla, Mompox, Bogotá, Medellín, Santa Marta, Valledupar y muchas otras ciudades. En Barrancabermeja, en tiempos en que el petróleo brotaba a borbotones en sus ardientes calles, otro tanto hizo en Segovia, Antioquia, en donde socaban minas en busca de oro. En Medellín, con la canción El Minero, obtuvo el primero de cientos de medallas.

En fin podría seguir contando sus vicisitudes y la acogida que le tributaron en Argentina, México y otros países en donde colgó una nota para honra de la música colombiana. Fue un personaje que no se dejó manosear, tampoco andaba posando como otros compositores pantalleros. José Benito no fue un músico de la farándula de aire acondicionado y whisky, de esos que se encuentran por ahí esperando que alguien les tome foto y le tribute aplausos.

Esa hidalguía y bravura de hombre que se hizo en la fragua diaria del trabajo, lo llevó a no ser payaso ni pájaro de la oligarquía colombiana. Sus méritos fueron ganados a puro pulso.

Es posible que si José Benito Barros Palomino hubiese nacido en alguna de las añosas y legendarias ciudades del viejo continente o en un castillo medieval de esos que se encuentran habitados por vampiros y duendes, o en Bogotá y no en la anfibia ciudad de El Banco, que cuando columbra el día es común encontrar en la arena caliente y en medio del rumor de cumbia una pila de borrachos que adormilados charlan amigablemente con una familia de tortugas celosas o con algún caimán taciturno de esos que de tiempo en tiempo se escapan furtivamente de las aguas de la ciénaga de Chimichagua, es posible que la prensa burguesa le hubiese dedicado páginas y páginas al momento de su muerte y le hubiesen tributado el homenaje merecido. Pero no. José Benito no transgredió sus principios, los mismos que le había inculcado en su hogar Eustacia Palomino Y José Benito Barros Traviseido.

Hoy lo recuerdo, con su rostro adusto y serio, como aquella mañana cuando hablaba de la cumbia con Manuel Zapata y le preguntó serio: ¿Dime Manuel que tribu o pueblo de África baila cumbia? Sabía que la vida no le había regalado nada, que no se había dejado tocar por la oligarquía colombiana y que su nombre estaba limpio, quizás por eso, por ser un descendiente de los pocabuyes, de la valiente etnia que jamás se doblegó ante la invasión española, hoy podemos señalarlo como el padre de la cumbia y como el verdadero poeta de los Pocabuyes.

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BIBLIOGRAFÍA

Barros, José Benito: “La Piragua de Guillermo Cubillos”. Editorial Costa Norte. Cartagena, 1989.

DE-MIER, José M. Poblamiento en la Provincia de Santa Marta – Siglo XVII – Tomos I-II y III. Colegio Máximo de las Academias de Colombia. Libreros Colombianos. 1987

JARAMILLO, Luz Marina. José Barros, Su vida y su Obra. Secretaría de Educación y Cultura de Medellín. S/f.

Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y Visitas a los ANDES” – Siglo XVI Tomo II, región Caribe, Bogotá, 1988

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[1] Nota leída el día 17 de junio de 2015 en el auditorio de la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos de Bolívar en el marco del Festival Nacional de Danzas, evento organizado por la Casa de la Cultura de Cartagena.

[2] Hermes Tovar Pinzón: Relaciones y Visitas a los ANDES” – Siglo XVI Tomo II, región Caribe, Bogotá, 1988.

[3] DE-MIER, José M. Poblamiento en la Provincia de Santa Marta – Siglo XVII – Tomos I-II y III. Colegio Máximo de las Academias de Colombia. Libreros Colombianos. 1987

[4] José Benito Barros: “La Piragua de Guillermo Cubillos”. Editorial Costa Norte. Cartagena, 1989.

[5] Canoa, fue asimilada por Colón como Almadía. Y Fue la primera palabra de esta parte del mundo que se vistió de frac, ya que apareció en la Gramática Castellana de Elio de Nebrija en 1453. En 1515, un nuevo Documento incluyó nuevos vocablos americanos.

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