* Álvaro Carbonell Núñez
Los días estaban contados para Liduvina Hemerencia… el médico del hospital del pueblo, el doctor Malo indicó, que el estado avanzado del cáncer de colon le impediría a Lidu (como era llamada con cariño) vivir más de un año.
Liduvina era una mujer viuda ya de 80 años y convivía por años con Eduviges la menor de sus 3 hijos, turnando los fines de semanas con Lisandro y Fermín, sus otros retoños, según ellos había que prepararse para el desgraciado momento… Ella aún en sus cinco sentidos, no muy segura del dictamen médico, les pronostica a sus familiares que aún faltaba mucho tiempo para su deceso, esto es atribuido por los hijos a su amor por la vida, antes de un mes sus descendientes habían comprado un ataúd para utilizarlo en su momento y no tener que correr cuando llegue la fatal hora, sin importarles lo que pensara su progenitora lo guardaron en el zarzo de su antigua casa.
Pasaron dos años y aún la moribunda vivía… esto era extraño para sus hijos pero muy satisfactorio ya que su madre existía, un buen día… Aristóbulo, vecino de toda la vida y amigo de juventud de Lisandro y Fermín, pereció de un ataque cardíaco y sus familiares decidieron proponerle al mayor de los hermanos que les prestara el ataúd, que a los dos días ellos lo devolverían, ya que los restos de Aristóbulo iban a ser cremados.
Con gusto estos aprobaron la petición, todo dentro de lo planeado, a los dos días exactos les fue devuelto el féretro junto con una propina económica y el agradecimiento de los hermanos de su antiguo amigo. Esto al principio les pareció mal, se negaban a recibir el dinero y ante la insistencia de sus vecinos aceptaron.
Al año, aproximadamente, muere el padre de una compañera de trabajo de Eduviges y ésta, a sabiendas de la existencia del cajón mortuorio que guardaban en el zarzo de su casa, le propone a su compañera que le preste féretro, el hecho era que a su padre lo cremarían y no había en que velarlo. Los hermanos acceden, pero como condición exigen un pago por día de utilización del bien. Notaron que esto de alquilar ataúdes era un buen negocio y que gracias a que Liduvina Hemerencia no moría el mantener el ataúd les proporcionaba una buena ganancia. Se habían vuelto tan populares que, aproximadamente, cada semana alquilaban dos veces el féretro, puesto que se había regado la voz por los pueblos vecinos.
Cuando Lidu cumple 90 años le celebran sus hijos una fiesta. Sus vidas habían mejorado con el negocio del alquiler, ya todos tenían casa y carro. Lisandro se pasa de copas y sin hacer caso a las advertencias conduce su carro, se estrella y pierde la vida a pocas cuadras de la casa de Eduviges, donde se celebraba la reunión.
Deciden velarlo en un nuevo ataúd, ya que el existente estaba deteriorado al paso del tiempo y fue dado de baja. La nueva adquisición serviría para seguir el negocio o en su momento para darle el uso original al morir Lidu, ya que el cuerpo de Lisandro sería cremado.
Al paso de los años el negocio creció y también la disponibilidad de ataúdes. Durante este tiempo perecen, Eduviges de un cáncer de mama no advertido a tiempo y Fermín, de una indigestión producida por una rabia con la secretaria del negocio de alquiler.
Liduvina con 98 años, aún con claridad en su mente y una vitalidad desconcertante, aún administra el negocio de alquiler de féretros mortuorios que creció al paso de los años y hoy cuenta con más de 30 empleados y 20 féretros disponibles.