Hace no tantos años en Colombia nos referíamos a los hijos nacidos por fuera del matrimonio como “hijos/as naturales” y según cuentan los que se acuerdan de esas épocas, la denominación era despectiva, como muchas otras expresiones del lenguaje que hemos venido corrigiendo.
Esos también eran los tiempos en los que los hijos/as de las madres solteras eran registrados sólo con el primer apellido de la mamá y de nuevo, era como cargar toda la vida con la vergüenza de no haber sido reconocido por un padre.
Ahora entendemos que las personas no valen más o menos por el tipo de familia que tengan y eso nos ha ayudado a reconocer que familias hay de todas las formas, madres y padres solteros, abuelos y nietos, padres adoptivos, familias homoparentales etcétera. De hecho, la Corte Constitucional se ha pronunciado para declarar que el concepto de familia no es estático y no depende únicamente de esos vínculos naturales, sino que puede darse entre otras cosas por la convivencia y las relaciones de respeto, afecto y cuidado.
La familia como institución nunca va a dejar de existir, pero la figura tradicional de roles y poderes definidos se vuelve obsoleta a medida que la sociedad se transforma y eso es lo que incomoda. Esa es la explicación que le doy al título del Ministerio de la Familia. Es una vez más, usar el lenguaje para ser excluyentes, para clasificar a los ciudadanos entre los que sí son familia y los que no y de alguna forma mandar el mensaje de que unos valen más que otros.
Aunque nadie puede dar reversa a los derechos adquiridos (derechos luchados), no cabe duda de que la propuesta es una retaliación a la decisiones y avances que se han logrado en términos de derechos para las personas con orientaciones sexuales y expresiones de género diversas.
El lenguaje crea realidades, reproduce imaginarios, refuerza o combate estereotipos y por eso, el Ministerio de la Familia no es simplemente un título, es un nuevo tinte a la política social del país y una bofetada a la inclusión y la reconciliación.